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Los soldados de Dios

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En la Edad Media predominaban dos cosas, la Religión y la Guerra. En éste contexto y ante la necesidad de protección en los caminos a Tierra Santa, surgen las órdenes religiosas armadas. Monjes soldados. Pero no solo en Tierra Santa eran necesarios, también surgieron como bastiones defensivos ante el paganismo europeo y el avance del Islam.

Desde Jerusalem, pasando por las llanuras del Báltico y hasta la península Ibérica, florecieron, prosperaron, mataron y murieron  éstos Monjes consagrados a la defensa de la Cruz.

Corría el año 1095 y el Papa Urbano II, pregonaba la primera Cruzada contra el impío musulmán. De cómo conquistando Tierra Santa, sus pecados serían perdonados en el cielo y en la tierra. La arenga del Papa tuvo eco… “Deus Vult” gritaban los Caballeros y Clérigos reunidos en la ciudad de Clermont.

La voz se corrió rápido por toda Europa, y miles de fieles se movilizaron para conquistar la Tierra de Nuestro Señor.  La mayor parte del contingente, estaba formado por campesinos y pobres, que viendo la oportunidad, no del perdón de los pecados, si no del saqueo, para salir de la miseria, se enlistaban con algún Señor Feudal, qué cómo distintivo de su fe, se le cosía una cruz  en sus ropas.

La primera oleada de cruzados, liderada por Pedro el Ermitaño, terminó en desastre, de los 40.000 soldados, solo sobrevivieron uno pocos… cayeron abatidos por los desastres naturales, los bandidos y las enfermedades… Mejor suerte tuvo Godofredo de Boullion con la segunda oleada, mejor organizados y con más fe que táctica y estrategia, lograron conquistar la Ciudad de Dios, allá por el año 1099. La conquista permitió el asentamiento del Reino Cristiano de Jerusalem, permitiendo abrir nuevas rutas de comunicación y peregrinación. Los fieles que deseaban expiar sus pecados, desembarcaban en los puertos de Tiro, Acre o Jaffa y de ahí recorrer a pie, los kilómetros restantes a la ciudad santa.

Muchos de los peregrinos, eran víctimas de entre tantas cosas, de la sed, los bandidos y los esclavistas. Si bien, se había consolidado el Reino de Jerusalem, los territorios circundantes, aún estaban sumidos en el descontrol. Al morir el primer rey Balduino I fue sustituido por su hijo Balduino II, el reino seguía  como al principio, con el agravante de que muchos condenados en Europa, por violaciones o asesinatos, eran enviados a luchar, con la finalidad de ser perdonados sus pecados, pero nada más alejado de la realidad. Una vez en Tierra Santa, retomaban sus viejas costumbres….

La necesidad de orden y protección era primordial, Hugues de Payens se presentó ante el Patriarca de Jerusalem, proclamándose el protector de los peregrinos que viajaban entre esa ciudad y el puerto de Jaffa. A éste caballero solo vestido con harapos, le acompañaban otros 7 nobles y todos tomaron los votos de pobreza, obediencia y castidad, sin ser ninguno de ellos sacerdotes. Balduino II, sorprendido por semejante entrega, les ofreció lugar y cobijo en el Templo de Salomón, les otorgó una cantidad de dinero y les consiguió una audiencia con san Bernardo de Claraval, el monje estrella de esa época.

Claraval vislumbró la posibilidad de que el Cristianismo contara con un ejército profesional y permanente. “Ellos pueden pelear las batallas del Señor y a la vez Soldados de Cristo”. Diez años después en la ciudad de Troyes, se aprobaba la creación de la Órden del Temple.

La misión principal de los Templarios, era luchar contra el musulmán y proteger a los cristianos. Para ello se surtía de soldados bien entrenados y mejor pertrechados, con la firme convicción de que luchaban por mandato de Dios.

Los Templarios tomaban los votos de obediencia, pobreza y castidad, pero no ejercían como sacerdotes. Si bien vivían en monasterios y acataban las ordenes del Abad. Asistían a misa y todo lo que conllevara la vida religiosa del lugar. Eran auténticos soldados que vivían como monjes. Éste auto de fe, se tomó en Europa como una auténtica prueba de que ellos eran los héroes que necesitaba la cristiandad.

Los Reinos europeos fueron los que a través de donaciones, mantenían a los templarios. También donaron castillos y fortalezas a fin de entrenar a los reclutas. Se cobraban impuestos a fin de alimentarlos y pertrecharlos.

La ideología de san Bernardo de Claraval, fue fundamental para los soldados de Cristo. Los dotó de sentido y metas por las cuales regirse. Su carisma y su denodado trabajo, dotaron al mundo de abadías que debían ser construidas y ornamentadas “a mayor gloria de ensalzar el silencio, la contemplación y la pobreza de los que la habitaban”.

Los edificios respondían a criterios bien definidos. No habían ornamentos superfluos, porque éstos eran un gasto e iban en contra del voto de pobreza. Y por añadidura, distraían a los monjes de su verdadera atención que debía estar puesta en Dios. Todo estaba diseñado para ser funcional.

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