/After Office Hot | Primera Parte

After Office Hot | Primera Parte

En la oficina donde trabajo los jueves o los viernes, depende la semana laboral, solemos tomar algo con mis compañeras. Somos chicas simples, de barrio y amigos. Nos quedábamos solas después de que el grupo grande se iba y las tres nos mirábamos y sabíamos que una se quedaba trabajando mientras las otras dos iban a comprar una cerveza o dos y unas papas. Éramos nosotras. Música de «nuestra época». cantar a toda voz y quedarnos hasta terimnar el trabajo del día. En teoría la oficina se desocupaba a las nueve de la noche, pero las tres teníamos llave así que podíamos quedarnos hasta la hora que quisiéramos que nada iba a pasar.

No habían cámaras ni jefes después de esa hora. Algunas veces hasta nos llevábamos la ropa, picábamos algo ahí, hacíamos previa y nos íbamos a bailar. Hasta ahí todo era normal, dentro de nuestros parámetros, hasta que nuestro jefe se enteró. Ricardo le comentó a Serrano, el jefe de jefes, lo que pasaba los fines de semana. Se pusieron de acuerdo y decidieron caernos de sorpresa un día en pleno after de empleadas.

Para sorpresa de las tres, en vez de retarnos y sancionar la conducta indebida, se sentaron con nosotras a escuchar música y a tomar algo mientras terminábamos el día laboral. Y si… ellos también tenían ganas de descargar en charlas y cervezas la semana pesada de papeles y compromisos. Al cabo de unas semanas la cerveza pasó a ser Ron con Coca Cola, la música de «época» a ser algo un poco más actual y sugerente y la ropa… bueno, era verano.

Un día, los cinco pasados de copas, nosotras habíamos terminado lo que nos quedaba por hacer y en vez de irnos nos encerramos todos en la oficina del encargado de salón. Pusimos música en la computadora y le dimos muerte a la botella ahí mismo. Celeste insinuó tener calor y desabrochó de su camisa gris los cuatro primeros botones, dejando ver el encaje de su corpiño negro y el detalle de cintas que unía ambos pechos perfectamente redondos. Lucía no se quedó atrás, ella tenía puesta una remera blanca que terminó sobre el escritorio, entre las carpetas. Empezaron los retos.

No recuerdo muy bien cómo, pero Lucía en uno de esos retos terminó a los besos con el jefe. Celeste se miraba con Serrano y se reían de mi compañera trabada en la puerta con Ricardo. Algo estaba claro: me iba porque sobraba una o me unía a alguna de ambas historias. Algo aburrida y con mi personalidad osada sugerí que nos fuéramos a algún lugar donde pudiéramos relajarnos los cinco.

Mientras íbamos en el auto, opinábamos entre todos a donde podíamos ir. Compramos algo para seguir tomando mientras pensábamos. De algo estábamos seguros: íbamos a un telo. Tenía que ser uno «pulenta» donde nos dejaran entrar a los cinco sin hacer demasiado espamento, que no fuera tan caro porque éramos todos unos secos y que no estuviera cerca de la casa de ninguno, por las dudas. Y dimos con un clásico de todas las épocas que reunía todas esas condiciones.

– Esta noche van a conocer La Luna – Dijo Ricardo.

– Estemmm… bueno. Lo importante es que estamos juntos – Dijo Celeste – y nos reímos de la situación. Ya que la que quedaba medio colgada era yo, me tomé el atrevimiento de elegir la habitación. Así tendría con que entretenerme si me aburría. Y siempre quise bailar en un caño.

Serrano habló con el de recepción, no se de qué, pero entramos los cinco a la habitación del caño. Inspeccionamos el lugar, preparamos unos tragos y yo parecía niña chica. Todo me gustaba. El caño estaba sobre una plataforma elevada del piso, de madera, con un sillón en «L» de frente. Me subí e inmediatamente noté que con ropa no iba a poder hacer mucho. Ya había encontrado pareja: ese caño y yo íbamos a entendernos muy bien. Hacía unos años había hecho acrobacia en telas, tal vez eso ayudaba. Mientras las parejitas se daban de tomar entre ellas y se apretaban una que otra teta, yo puse mi reproductor, porque la música de telo no sumaba para la ocasión, y empecé a sacarme la ropa.

Dejé mi pantalón en el sillón y quedé en bombacha. No estaba lista para terminar en un hotel. Tenía un culotte negro y corpiño al tono. Me subí a la plataforma y tomé con mis dos manos el caño. Era más ancho de lo que se ve en las películas. Levanté mis manos hacia arriba e intenté levantarme. No era tan fácil como parece, había que hacer una fuerza bárbara. Me agarré con la mano izquierda del caño y con mis pies cerca de la base, dejé caer mi peso del lado derecho y giré alrededor de él. Iba midiendo las distancias y mi peso mientras lo tocaba. Me ponía de frente y agarrada con las dos manos dejaba caer mi peso hacia atrás. Seguía dándole vueltas hasta que me animé a enroscar una pierna. Al principio medio que no me salió, menos mal que estábamos en confianza sino hubiera pasado un verguenzón de aquellos, de a poco me empecé a interiorizar con el anfitrión en cuestión.

Cuándo vi que podía subir intenté quedarme ahí y soltarme las manos. Trabé con las piernas el caño, cruzándolas una sobre otra como si estuviera sentada. La derecha arriba de la izquierda y el empeine de ésta, trabando el material ya tibio. En eso se sentaron los cuatro, medio encimados unos con otros en el sillón. Tenía público. Era yo.

Me acomodaba el pelo, sonreía, bajaba y volvía a subir. Trataba de hacer todo lo más sexi posible. Creo que no me salió tan mal… Lucía le había desabrochado el pantalón a Ricardo y se la chupaba mientras él me miraba. Una mano en su trago y la otra en el pelo de Lu. Cele sentada sobre Serrano, comiéndole el cuello de una manera inexplicable y hasta envidiable. Él la disfrutaba con los ojos cerrados. Cada tanto Cele se daba vuelta a mirarme y sonreía.

Yo le respondía con una mueca, pero no podía distraerme. Yo estaba en una función. En una de esas que bajé, me puse de espaldas a ellos y dejé el caño entre mis glúteos, moviéndome un poco hacia los costados para que quedara bien donde yo quería. Estaba excitada… me encantaba lo que estaba haciendo. Me gustaba que me miraran, saber que era un plus para ellos, junto con mis compañeras, y que de alguna manera yo también participaba con los cuatro a la vez.

Volví a subir pero esta vez de espalda a ellos. Dejando que vieran un perfecto plano de mi espalda y mi cola. Trabando bien las piernas y sostenida solo por ellas, dejé caer mi cuerpo hacia atrás. En eso se acercó Ricardo y mi cara quedó a la altura de su cintura. Nuestros rostros se miraron de manera invertida.

– Así como estás, bajá un poco más y chupamela desde ahí. ¿Podés?

Miré a Lucía, y me sonrió. Tomé eso como un «dale» y sosteniéndome con una mano, con la otra lo acerqué a mi desde la base de su miembro y me lo llevé a la boca. Solo dos probadas profundas -la espalda me estaba matando, los años tal vez. Ya no estoy para estos trotes, mañana me iba a doler todo – y volví a mi lugar.

– Mina se viene conmigo – Dijo Cele, compañera vieja de andanzas.

– Ya empezó conmigo – dijo Luci.

Yo me sentía única. Bailando para ellos, elegida por ellas. Toda una historia para contar…

Continuará…