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Amistades de primaria

Casi necesariamente, en la primaria padeces de burla, incontinencia urinaria o déficit atencional. En el caso de la estatal a la que yo fui, también de la manipulación de armas blancas y las relaciones sexuales tempranas.

Era imprescindible para los nuevos saber taekwondo o tener una buena cobertura médica. El alumnado era una suerte de guardería Al Qaeda y el término “bullying” aun no existía. En la Videla Correas te hacías macho a los 8, delincuente a los 10 y si a los 12, no le habías colado los dedos a la Pierina, o tocado el culo a la profesora de gimnasia, eras puto.

A ese cautiverio fuimos a parar Santiago y yo. Teníamos mucho en común. Por un lado, una leve tendencia a la obesidad, disimulada con guardapolvos desprendidos en los botones inferiores. Y por el otro, dos familias que habían sido ricas, pero que el 2001 les había pasado por encima. Los dos veníamos de colegios privados y teníamos una piscina a medio a construir en el patio del fondo. Mi particularidad, era que había repetido cuarto grado y la suya, que era alérgico a las abejas. Cuando una abeja le picaba en la cara, que ocurría con frecuencia, su rostro se transmutaba en una suerte de extraterrestre Babylon 5, (googlee la imagen si desconoce la serie, querido).

No recuerdo si nuestra amistad se formó de manera genuina o por miedo, pero fue de las primeras en las que dejas de saludar con la mano y pones la cara. En las que compartís discos de Ramones, KISS y Aerosmith. En las mañanas, entre el Himno a Sarmiento y Conocimiento del Ambiente, yo le expresaba mi amor por Fernanda Villar y él me entendía, me daba concejos. Raramente utilicé esta palabra para describir algo que me incluya, pero mantuvimos una relación madura.

En nuestro viaje de egresados, que fue en un camping a tres cuadras de casa, con Santiago, Mauricio y algunos amigos más sellamos el final de nuestra sudorosa etapa, con una masturbación colectiva, en la carpa que estaba al lado de los coordinadores. Habían fotos porno, alguna que otra compañera y apetitivos Marcela, todo una locura.

Años más tarde, nos volvimos a encontrar en La Morena Marine, luego en Wish M-17 y después en Omero. De pronto, en una abrir y cerrar de prepucio, habíamos compartido desde Ludmila hasta María Paz. En aquellos tiempos, desear la mujer del prójimo más que un pecado, era una ley.

Pero, el cuarteto, el Fernet o alguna cordobesa, lo abdujo de la tierra del sol y dejamos de hablarnos. Ocasionalmente compartíamos pornografía y rock and roll por internet, pero no sabíamos mucho el uno del otro.

Dos presidencias kirchneristas más tarde volvería a verlo, en el marco de una de las últimas diez giras despedidas de Aerosmith que realizó en el estadio Instituto de Córdoba.

Mientras esperaba el colectivo para encontrarme con Santi, mi cabeza freía el tiempo en una cacerola de melancolía, nostalgia y no saber de qué carajo hablarle. Me enteré que estudiaba biología y leí algo sobre el reino Fungi y las mariposas, por miedo a los baches conversacionales.

Al encontrarnos, las variables tiempo y distancia dejaron de tener importancia. Podía recordar todavía el olor a yerbeado quemado y el placer intransigente de olvidar la bolsita de higiene. Ni las pretensiones adultas, los porvenires económicos, o los tecnicismos académicos podían romper con las fronteras de una infancia compartida. Creo a rajatabla, en la imposibilidad de caretear palabras frente a alguien que te vio crecer, cuando las mentiras estratégicas todavía no formaban parte del discurso y el materialismo solo radicaba en dos raspadas y una coca de vidrio.

Fuimos al primer bar que encontramos y entre cervezas negras, dimos cuenta que seguíamos compartiendo nuestras emociones siamesas. Los 500 juegos de Sega se habían transformado en los libros de Hernán Casciari y las habladurías de quinto grado en pasiones por la Neurociencia y la Biopolítica de Foucault. Eran las cinco de la mañana y seguíamos brindando con cebada y lúpulo. Aproveché la sincera desnudes previa a una resaca terrible y le dije: “Hermano, si te venís conmigo, me olvido de la Valeria para siempre, pago el alquiler solo. Creo que me estoy enamorando”. Me contestó que le pasaba lo mismo, pero que quería terminar la facultad primero.

Bailamos toda la noche, como desquiciados, a nuestro viejo estilo. Corriendo por la tarima, lanzando patadas voladoras, escapando de los patovicas y la decencia. Si el tiempo se mide en experiencias, ese fin de semana fue una década más.

Cuando escribo sobre mis relaciones sentimentales, temo caer en un rococó cursi y convertir mis fines literarios en estrategias sexuales. Es por esto, que hoy me doy el gusto, casi travesti de hacerlo. ¿Se acuerdan cuando les hablé del MDMA y sus efectos terapéuticos?, Bueno, así quedamos con Santi después de consumirlo.

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