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El amor en tiempos de Tinder

Tinder

No sé si fue el hecho de que me había comprado un celular nuevo, con mucha más capacidad interna que el anterior, y tenía ganas (y almacenamiento) para instalar aplicaciones que no se considerarían «importantes». No lograba encontrar chats decentes como hacían unos cuantos años atrás, y mis problemas de socialización cara a cara se hacían no difíciles, sino casi imposibles. Realmente he admirado a las personas que tienen esa facilidad para hacer amigos en todos lados, o levantarse a alguien. Mis abuelos se conocieron en un micro, yo ni siquiera pregunto algo a alguien y supongo que soy la oveja tímida de la familia.

Me dije «¿por qué no? Entonces caí en la tentación de bajarme Tinder. No tiene un sistema demasiado complicado, hay que subir unas cuantas fotos donde aparezca lo más de docente posible y una frase que me describa. Más frívolo imposible, supuse. Teniendo un rato libre en el trabajo me puse a buscar gente bajo el parámetro que había seleccionado, de gente cerca de mi área geográfica y bueno, no sé, debo haber visto unos 10 perfiles y dado me gusta a unos 5. El chat de Tinder es la desgracia misma, los mensajes llegan, pero las notificaciones vienen cuando se les antoja, y en eso debo decir el messenger de Facebook es mejor. Todas son opiniones personales, claro.

Me llega una notificación al otro día de que alguien que había seleccionado le había dado me gusta a mi perfil, y que entonces podía chatear con esa persona. Era un tipo unos 6 años más grande que yo, y bueno, nos pusimos a charlar de lo más normal posible. Trabajaba en una empresa de ventas por internet, una especie de shopping virtual, y le pedí su whatsapp para charlar más cómodos. Quedamos de vernos al otro día para tomar unas cervezas en la alameda y eso hice. Cuando me preguntó cuántas parejas había tenido, le mentí, dije tres, la realidad era una sola.

Lo vi atractivo en persona, con un aire a fanfarrón que medio me desagradó y un tatuaje de muy mal gusto, y calidad, en el hombro izquierdo. La charla se puso interesante, palabra va, palabra viene me invita a caminar por la alameda. Y en lo mejor de la situación (cuando ya se habían acumulado los vasos de porrones en la mesa) me agarra la mano y me dice «vamos». A los pocos metros me agarra desprevenida y me clava un beso inesperado que yo no deseaba realmente y me invita a seguirlo a su casa. Al no poder pensar racionalmente con el cerebro embotado en alcohol le digo que no, a lo cual me mira y empieza a balbucear cosas que sonaban a una especie de «y entonces qué haces en Tinder si no querías esto» y cosas similares. Me fui corriendo lo más rápido que pude a tomarme un taxi. De más está decir que la situación no prosperó. No quería sexo, o sea, ¿tan difícil era de entender?

Lo que me pasó con el segundo hombre que encontré fue incluso peor. Después de encontrar muchos puntos en común, edad, música, religión, hasta el mismo modelo de celular, y habernos visto personalmente una vez, un día en whatsapp me pone «esperame un seg que llego Carla a mi casa» le contesto «¿quién es Carla?» Y la respuesta me llegó una hora después «Carla es mi novia», y después me pone con un emoticón guiñando un ojo la frase «es que me gusta ser pirata, ¿te va?» No sólo que le dije mi posición bastante opuesta a esa «picardía» y más habiendo sido la infidelidad la razón por la cual termine con mi primer (y única relación seria y estable), aunque no debida a mí, sino que lo bloquee.

Entré en una época sumamente de mal humor, problemas en el trabajo se iban acumulados, como un siniestro plan macabro para que todo saliese mal. Recurrí a la alternativa que me sirve siempre, alcohol y música. Recuerdo ahora, que mi heladera en ese momento contaba con muchas botellas chicas de cerveza, unas tres botellas chicas de malbec, el cual ni siquiera me molestaba en usar recipientes para tomarlo (bien alcohólico todo, bien del pico), tres huevos, media manteca y un pote de queso crema de dudosa fecha de vencimiento. La receta perfecta para la depresión. Hacían varios años que vivía sola y mis familiares eran de todo menos buena gente. El día que se me terminó la cerveza me desperté y me dije: «Es hora de un cambio» y me juré a mí misma que nunca llegaría a un lugar tan bajo de autoestima de nuevo.

Como era domingo y eran alrededor de las 10 de la mañana me decidí a salir a caminar, aprovechando el leve descenso de la temperatura propio de la hora. Llegué al parque central, el cual no se encontraba muy lejos de mi casa y me senté en el pasto, que estaba un poco húmedo porque la noche anterior había estado lloviendo. Me quedé mirando al cielo y a los minutos se apareció un muchacho vestido medio raro que me miró y sin decirme nada, sacó de una mochila un papel, me lo dio y se fue. El papel tenía escrito solo una frase: «Nunca dejes que nadie te ame menos de lo que te amás a vos misma» Se me cayeron unas cuantas lágrimas y me decidí a partir de ese día a ser feliz y a quererme. Si el amor venía, no lo iba a forzar.

Y llegó un día la temida pesadilla de todo dueño de un Smartphone, el aviso de que más del 75% del espacio de almacenamiento interno estaba ocupado, y que necesitaba borrar algunas cosas. Como todo, las aplicaciones eran las que más memoria ocupaban, entonces me dediqué a borrar las prescindibles, y Tinder era una de ellas. Antes de darle el adiós final me puse a ver los mensajes de chat viejos y encontré uno muy abajo de un tal Rodrigo de unos 2 años más que yo, que decía algo muy simple pero que me llamó la atención «no busco algo para una sola noche. No busco un chamuyo, busco una compañera, si te interesa escribime”.

El mensaje en sí tenía un mes de enviado y supuse que él no le daría importancia pero no sé qué se me pasó por la cabeza y me decidí a contestarle. Le puse que no lo había visto por los deficientes avisos de la aplicación y que me gustaría conocerlo. A los pocos minutos de enviado me llega la contestación. Charla va, charla viene pegamos muy buena onda y me pasa su celular para seguir por whatsapp, cosa que hice en el momento que lo agendé en el teléfono. Me dijo que quería invitarme a tomar un helado al centro, y la salida quedó fija.

Cuando lo vi tenía una margarita en la mano, la cual me dio después de saludarme. Hablamos de tantas cosas ese día, que cuando nos quisimos dar cuenta la heladería estaba cerrando. Me contó que hacía poco tiempo que había vuelto a Mendoza después de vivir más de 15 años en Tierra del Fuego, y que después de una tragedia familiar tomó la decisión de volver al lugar que lo había visto nacer. Vivía solo, y para mi sorpresa, a unas cuadras de mi casa en un complejo privado tan de moda estos días. Me llamó mucho más la atención que me dijo que solo me iba a invitar a su casa si confiaba en mí, y que como decía en el mensaje de Tinder, no buscaba algo de una sola noche, quería algo serio. Eso me gustó mucho.

Después de la segunda salida me sentí muy bien y las charlas eran una cosa de todos los días, y supongo que empezó a confiar en mí, porque habiendo salido de cenar en un restaurant me dijo que tenía muchas ganas de besarme y que sentía la necesidad de preguntarme antes de hacerlo. Lo que vino de ahí fue como un torbellino, nos besamos tanto en tan poco tiempo que sentí que no iba a tener labios para nadie más. Un día, ya hacía un mes que estábamos saliendo me invitó a su casa, con todo lo que eso implicaba. Y cuando entré a la casa, tenía muy pocos muebles y arriba de una repisa había una foto de dos niños de unos 10 años en medio de unas viñas y ahí me acordé.

La única persona a la que había amado, aparte de mi ex, era Rodrigo, un nene que vivía enfrente de mi casa cuando yo vivía con mis padres y me acordé que un día sus padres nos habían llevado de viaje a una bodega que tenían. Esos niños éramos nosotros, que nos separamos cuando su padre tuvo que vender la bodega e irse a vivir al sur. En mi casa, yo tenía guardada la misma foto. Nos miramos a los ojos y nos dimos cuenta de que si bien, nos habíamos visto por Tinder, nos conocíamos de mucho antes de eso, y que el amor inocente que sentíamos de niños, hoy volvía de a poco, transformado en un amor maduro. No necesitábamos nada más.

Esa noche nos la pasamos hablando de todo, de lo que había sido de nuestras vidas y no sé en qué momento nos quedamos dormidos en la cama uno al lado del otro. De eso ya ha pasado un tiempo que, ahora que lo pienso, ha sido más rápido en mi percepción que en el calendario.

A Tinder lo desinstalé al poco tiempo de (volver a) conocer a Rodrigo y me di cuenta que la gente no cambia, solo a veces, oculta su propio ser. A aquellos que conocí y no funcionó no fue por la aplicación, fue por las personas que somos tan diferentes de lo que realmente parecemos y nunca, nunca, se puede cambiar la esencia. Hoy más que nunca recuerdo el papel que me dio aquel muchacho en el parque, y que tengo guardado en la billetera «Nunca dejes que alguien te ame menos de lo que te amás a vos misma » y estoy seguro de que un amor sano es lo que necesitaba para poder ser feliz. Amor incondicional a Rodrigo, sintiendo el amor que él me transmite a mí, y sobretodo amor incondicional a mí misma.

FIN

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