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Animales Salvajes

Hacía mucho que venía insistiendo, y aunque me hacía la difícil, me gustaba. ¡¡Ahh!!! como me gustaba imaginar todo lo que me decía por chat (con fotos incluidas), las veces que me tocaba pensando en eso eran muchas.

No se había dado porque yo estaba en pareja y la línea de la infidelidad es una de esas que una vez que las cruzas, ya no hay vuelta atrás. Y la otra era porque él vivía en otra provincia. Yo en Mendoza, él en Córdoba. Pero cada vez que charlábamos yo me dejaba seducir, él lo sabía y aprovechaba esa debilidad al máximo, me dejaba llevar.

Hasta que un día me manda un mensaje. Iba a venir a una fiesta de una revista, a la cual yo también estaba invitada, e iba a ir con mi pareja, obviamente. “Te voy a encontrar y te voy a tocar por abajo de la falda. Estando tu novia presente” Me dijo. Yo soy bisexual, y, aunque estaba en pareja hacían dos años con Mariela, los hombres me seguían atrayendo.

Esa noche me vestí como nunca, no tan inconscientemente, pensando en él. “Que perra te vestiste amor” me dijo ella cuando me vio, nunca podría haber sabido la verdadera razón. Una falda corta, y apretada y un top negro eran los elegidos de la noche. Ah! Y unos tacos altos, por supuesto.

Llegamos a la fiesta las dos de la mano y nos pusimos a saludar conocidos. Yo esperaba un mensaje pero nada en mi celular, ni nada en el ambiente. “Quizá no venga” me dije, considerando el hecho de que tenía que hacer un viaje de más de 700 kilómetros. Agarré una copa de champagne de la barra y me puse a charlar con unos amigos, y justo en el momento en que Mariela se aleja un poco siento al oído “una eternidad esperé este instante” cierro los ojos y siento una mano que se mete, disimulada, por abajo de la falda. Los abro. Es él, el encuentro tan esperado en secreto, se hace presente.

Trato de no ser tan evidente, lo miro, está irresistible, una camisa negra plena, un pantalón de jean ajustado, la barba recortada a la perfección y el pelo rubio oscuro corto, acomodado con gel. ¡Uff! El deseo se hace presente, pero tengo conocidos en la fiesta que no quiero que piensen mal. Se me acerca Mariela, lo presento como “un amigo que hace mucho que no veo”. Me mira como león a su presa, expectante del momento. Se aleja, ya pronto vendrá de nuevo.

Se llena de gente, se alejan las mesas, empieza el baile. Bailamos juntas, la temperatura empieza a aumentar, beso viene, beso va. “Ya vengo” le digo, voy al baño.

En el camino al baño, una mano agarra la mía y es él. Me lleva al baño de discapacitados (el más grande), cierra la puerta, le pone la traba, y se hunde en mi cuello. Sabe cómo me calienta, lo sabe.

Ambos estamos jadeantes de deseo, somos dos animales salvajes, actuando solo por instinto. Me baja la falda, le desprendo el pantalón que denotaba una erección creciente y bajo el bóxer, donde hundo con ansias mi boca en su sexo y lo pruebo, lo disfruto. Después de unos instantes me levanta y me pone con las manos contra la pared y siento como el placer se hunde en mi cuerpo, una, dos, incontables veces. Los dos gemimos, estamos en un extasis inconmesurable, algo que venimos deseando desde hace mucho. Mete las manos en mi escote, para darse impulso y el placer es constante.

No sé cuánto tiempo pasamos en ese frenesí, pero cuando los dos acabamos nos fundimos en un beso apasionado, sintiendo que nada más importaba.

Me acomodé la ropa, el pelo, a la vez que él hacía lo mismo. Destrabamos la puerta del baño y cuando me encontré con Mariela creo que algo sospechó pero con alcohol encima no me dijo nada. El evento terminó genial, con amigos que nada sabían lo que había pasado en aquel baño. Cuando las dos llegamos a casa hicimos el amor como nunca, para darle un remate a la noche.

Y en mi celular muy de vez en cuando llega un mensaje. “Te estoy esperando”.

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