/Aquellas veces donde no importa el lugar

Aquellas veces donde no importa el lugar

Me pase todo el día pensando que iba a ponerme. Esa  noche íbamos a salir, una noche más de boliche, champagne y bailar hasta que dolieran las plantas de los pies después tener que aguantar bailar toda la noche con los zapatos súper altos que seguramente iba a ponerme.

Me tocaba trabajar, fastidioso Mc`Donalds que no me dejaba un solo fin de  semana totalmente libre, salía a las dos de la mañana.

Las horas no pasaban, tenia la sensación de que el reloj estaba parado o algo así, cada vez que lo miraba las agujas se habían corrido apenas unos cinco minutos, me desesperaba.

Llegada mi hora de salida, marque y corrí al crewroom a cambiarme. Jonathan me pasaba a buscar a las 2:30 a.m., y tenia que cambiarme, pintarme y peinarme.

No perdí tiempo y a la velocidad de la luz empecé la producción.

Me vestí, solté mi cabello rojizo para que cayera en mis hombros, revoqué mi cara, mis ojos delineados negros, rimel en las pestañas, rubor y un labial rojo carmesí acentuando mis labios, así logre ese look sensual.

Mi reloj marcaba las 2:32am y recibí un mensaje avisándome que estaba estacionado en la puerta del Mc´Donals de Palmares.

Al acercarme a la puerta de vidrio, lo vi., apoyado en su auto blanco, vestía una camisa color borgoña desprendida hasta el tercer botón dejando ver como colgaba de su cuello apoyándose en su pecho una cadenita de oro, unos jeans celestes y zapatillas haciendo juego.

Camine con paso firme hacia donde estaba, segura de que me veía bien, además de que su mirada lo confirmaba. Me miro repasando cada detalle desde mis pies, observando mis zapatos negros de aproximadamente unos 10 cm de alto, mis piernas totalmente descubiertas, la mini color verde pegada al cuerpo, marcando bien mi cola, y una camisa negra de gasa transparente.

Podría jurarles que mas que observar me desnudo con la mirada.

Cuando estaba lo suficiente mente cerca como para escuchar lo que diría, soltó un: “estas bellísima”, me di una vuelta para que siguiera mirándome y le respondí con una sonrisa picarona.

Subimos al auto y empezó el debate de a donde íbamos. Salíamos seguidos por lo que no queríamos ir a donde siempre.

Decidimos por ir a “El Santo”, compramos un vino para ir tomando en el camino y emprendimos viaje. La música alta, moviendo el cuerpo acompañando el sonido, se nos hizo corto el viaje. Llegamos y no había nadie, nadie, nadie. No música, no personas, estaba cerrado. Nos miramos, y fue entonces que nos dimos cuenta que esa noche, era una noche de viernes. (Para quien no sepa, los viernes “El santo” no abre). Volvimos a mirarnos, y el auto se inundo de risas. Una enorme carcajada y no podíamos creer que fuéramos tan boludos en no darnos cuenta.

Dimos vuelta, y sabíamos que de todas formas la noche no se terminaba ahí.

Una vez más a pensar donde íbamos, y como acostumbrábamos terminamos en el templo: “Apeteco”, boliche que nos había recibido siempre y habíamos pasado sin dudarlo las mejores noches. Aunque nunca como la que les voy a pasar a contar, sin duda alguna es la primera en la lista de las mejores noches.

Eran aproximadamente las 3am, cuando llegamos, entramos agarrados de la mano, y la música invadió nuestros oídos, donde los cuerpos con respuesta momentánea se empezaron mover.

Pedimos un champagne con speed, la noche se ponía buena, nosotros empezábamos a entonarnos y a desatarnos cada vez más. Recuerdo  que fue con aquel tema que tanto nos gustaba bailar que nuestra temperatura subió hacia los cielos.

Sonaba por todos lados “Me gustas mucho” de Intoxicados, sensual y atrevida, me gustaba bailarle bien puta para calentarlo.

Fue lo que hice, puse mi mejor cara de golosa, y al compás de la música empecé a menear mis caderas bien pegada a su cuerpo, posó sus manos en la parte baja de mi espalda sin perder oportunidad para tocarme la cola, y dejaba que sus manos se movieran al unísono con mi cuerpo.

Lo apoye contra la pared, puse mis manos en su pecho y menee mis caderas hasta el piso, tocando su pecho, agarraba su cintura y volví a subir. Me puse de espaldas, imite la famosa pose de ponerse en cuatro, apoye mi cola en la zona su bragueta, moviéndola en forma de circulo, apretándome contra su cuerpo, mientras el me acariciaba los muslos, sentía como debajo de su pantalón se hinchaba ese poderoso pedacito de cielo que me había hecho vibrar en tantas ocasiones. Tras varios besos, mientras bailábamos, nos tocábamos, yo no dejaba de moverme, de apoyarme, de pasarle mi lengua por el cuello cuando daba la oportunidad, sucedió algo que hasta el momento no nos había pasado. ¡No aguantamos la calentura!

Agarró mi mano, me llevo con el a una esquina donde no llegaba mucho la luz, me empujo contra la pared y se abalanzo encima de mi cuerpo. La adrenalina de que nos vieran, de poder calentar a quien nos estuviera viendo, que se dieran cuenta de lo que estábamos a punto de hacer, nos volvía más locos. Éramos unos adictos a las locuras, esta no se nos podía pasar.

Cuando lo tenía bien pegado, su respiración acelerada, su mirada desprendía fuego, y su boca imploraba que lo besara, acción que realice, ya dejo de importarnos el resto del lugar, éramos solo nosotros, prendidos fuego en un lugar donde la música nos invitaba a hacer el amor.

Pegados contra la pared, agarro mi muslo derecho, lo enredo en su cintura, subió la misma mano con la que había agarrado mi pierna y me toco el pecho derecho, lo apretó con fuerza, lo masajeo y bajo la mano raspando mi costado con las yemas de sus dedos, hasta mi nalga, la cual pellizco, una nalgadita, y volvió a apretar. Con la misma mano, desprendió su pantalón, bajo el cierre y lo saco. Hermoso y suculento pedazo de carne revestido con piel perfectamente suave. (Podría mencionar la medida exacta de su tamaño, pero solo voy a decir que ese miembro era grande.)

En ningún momento dejamos de bailar, no estaba permitido hacerlo, rozaba su pija en mi pierna, mientras que uno de sus dedos decidió correr aquel pedazo de tela, que se hacia llamar tanga hacia un costado y meterlo bien adentro. Ya me encontraba empapada, el calor que sentía podría haber incendiado todo ese lugar bailable, y metió otro mas, ya eran dos dedos los que jugaban dentro de mí, los movía, apretaba hacia adentro, los sacaba y volvía a meter.

Hasta que por fin, por fin para mi que ya no aguantaba mas, quería tenerlo adentro, la metió. Se acerco, su boca mordió mi cuello, y a la misma vez introducía su enorme pene en mi concha. Una vez adentro empezó ese movimiento particular, donde la sincronización de ambos era única, donde no hacia falta pensar que teníamos que hacer, juntos nuestros cuerpos sabían perfectamente como le gustaba al otro que lo hiciera. A esas alturas ya no recuerdo que música sonaba, solo sentía su respiración pausada por sus gemidos en mi oído. Sentía como latía su corazón al igual que el mió, estábamos tan pegados, éramos uno solo en ese momento. Si duro mucho no se, no recuerdo, demasiada adrenalina como para que importaran esos detalles. El solo meneaba sus caderas para que mi cuerpo lo siguiera mientras se abría cada vez más para que entrara y no saliera jamás.

Fueron variaras las bombeadas, pero las ultimas tres fueron fatales. Me agarro de las caderas dejándome quieta, y golpeo una, dos y tres veces, y ahí quedo. Podía darme cuenta que dejo todo su jugo de placer dentro de mi cuerpo. Su pija palpitaba y me escupía toda la leche espesa.

Nos miramos, baje mi pierna, con total disimulo acomode mi tanga, él prendió su pantalón, un trago a lo que quedaba del champagne, prendí un cigarro, una pitada larga como para calmar la adrenalina, un beso, una risa, y sin querer darnos cuenta de que si alguien nos había visto salimos del boliche, camino a un lugar donde terminamos lo que empezamos ahí. Por supuesto un cortito no nos era suficiente.

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