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En el borde de la ruta 40

vampiromdzEn el borde de una ruta 40, cerca de un caserío que separa Tunuyán de San Carlos, hay un boliche. Pasando la destartalada puerta, a un costado de esta, una mesa de madera y dos hombres sentados. Con la dignidad que tres litros de vino patero le puede dejar después de dos horas de charlas sobre bueyes, fortunas y mujeres perdidas. Frente a ellos queda medio litro, junto a dos vasos. Ambos hombres se aferran a ellos con la vehemencia de una discusión que perdió coherencia a partir del primer litro.

– Te digo que hay que encontrarse con uno – El argot que usan ambos está traducido al castellano. Para que entiendan por qué, habría dicho más o menos: Tesssdigg hic o que… zzzzzz… dbmosh encontrar a, mmmmm… zzzzz… uno…zz. – ¿pero dónde?

– Me contó la María que el Ramón anda en algo raro. Y que no cree que tenga cuarenta años porque parece de veinte.

– ¿Fuiste de vuelta a la casa de esa bruja? Vas y andás arrastrándote por semanas.

– Y es que la extraño… -sollozó.

La media hora que acabó con la botella tardaron en volver al tema del Ramón….

– Pero el Ramón es un vago. Vive en una tapera abandonada rodeado de chatarra.

– Si pero el otro día lo vino a ver un señor de la ciudad en un auto nuevo. Y la Juana, que pasaba por allí dice que le dejaron cosas. No se llevaron nada. ¡Parecían familiares!….

En eso, como invocado, entró al bar el tal Ramón. Maltrecho, con un estómago prominente, los ojos inyectados y amarillos. El pelo y la barba mal cortados. Ni que hablar de la ropa. Un traje que de seguro conoció tiempos mejores, pero de eso hace varios decenios. Un cierto olor nauseabundo se filtraba por sobre el olor a vino que apestaban los tres.

– ¿Me puedo sentar? – nota: no está traducido. –Tengo ham… digo, sed.

Llamó al Tano, dueño del local y les trajo otra botella. Y un vaso extra.

– ¿Me puede cambiar el vaso por una taza más grande? – A lo que el comerciante accedió protestando en italiano sobre quién iba a pagar la cuenta, y ciertas oscuras referencias a la familia.

Los dos borrachos estaban mudos. Ramón les sirvió vino, y se llenó la taza.

– Se lo que piensan. Les debo confesar algo: tienen razón. Ni sé qué edad tengo. Llegué a esta zona cuando no había nada hace casi doscientos años. Mis familiares cada tanto me traen cosas, y algo de comida. Cuando puedo salgo a caminar, pasaba por aquí y los escuché hablar. El hastío me impulsó a contarles todo.

Ninguno de los borrachos pudo vencer el estupor. Un suspiro de Ramón se dejó oír hasta en la barra, donde el Tano también contemplaba paralizado.

– Varias cosas les voy a decir: no brillamos al sol. Es más, salvo el sol directo, no nos hace nada. El vino es lo único que podría reemplazar la sangre, algo así como el pan a la comida humana. Pero el vino, cuanto más puro y refinado sea, mejor. Se sigue una receta antiquísima de un medio pariente mío.

Se quedó mirando con nostalgia la taza: el vino que sirven aquí es patero, lo cual es bueno, pero algo le falta.

Y siguiendo:

– El otro día vino un descendiente mío a rogarme que volviera para hacerme cargo de una bodega que adulteraba mucho. Que siguiera con la búsqueda ¡Que asumiera mi papel…! –suspiro- … pero no tengo ganas.- la voz de Ramón se apagó.

Se compuso y siguió.

– El vino, que suplanta a mi alimento natural, me va quitando la conciencia de clase. Y ojo, durante mucho más de lo que mi escasa memoria me deja he buscado como suplantar ese resto que me da vitalidad, y creo haber encontrado la forma….

Acto seguido, de entre sus ropas sacó una bolsa con cierto olor rancio. De un envase al vacío sacó un embutido oscuro, lo sopó en la taza, y después de de masticar un bocado, entre dientes dijo:

– Por suerte las morcillas no tienen ajo.