/Charla con mi alter ego

Charla con mi alter ego

Nivel de tortura: Avanzado
Motivación: Masoquismo
Denominación Popular: Pelotuda.

Sábado a la noche y el cursor titilaba y bla bla bla. Mi cabeza pensaba mil cosas y ninguna era útil. Había un pensamiento en particular que me provocaba un dolor en el abdomen, seguido de una sensación como de cosquilleo que sube desde el ombligo y se dispersa mientras viaja, dejando el corazón confundido, la boca entre abierta, los ojos vidriosos y una expresión triste.

– Como si se te escapara el alma.- dijo mi personalidad original.

– Exacto.- le respondí.

– Sabías como iba a terminar esto. Pero no, ella quería desafiarme y mostrarme que tiene vida propia. Yo te inventé Mina Murray, tomé tu nombre de un libro y escribí cosas impúdicas, rebeldes. Unas mal redactadas otras más esmeradas, pero siempre fui yo. Claro que decir que no lo soy es una manera de lavarme las manos y es que en realidad si soy, pero desde vos… ¿entendés?

– Ponele que si. Y estás siendo dura conmigo porque parte de lo que sos hoy me lo debés. Vos me creaste, pero más de una vez pensaste ¿qué haría Mina en mi lugar? ¿cómo respondería Mina? Vos me das la vida. Vos creés en mí, en mi existencia tanto así que, como viste la situación tentadoramente complicada, dejaste que yo hiciera todo. Es como esperar que tu amigo invisible salga a trabajar por vos. Decime, ¿Has evaluado ya la posibilidad de ir a un psicólogo?

– Creí que iba a poder. Creí que materializarte sería sencillo. Pero sos tan fría, fue divertido al principio pero terminaste en una juntada con gente interesante y eso no estaba en los planes. ¡Me hubieras visto! Vestida como Mina Murray, maquillada como vos, hasta me pinté las uñas negras.

– No te creo. ¿Vos de negro?

– Hasta las de los pies. Tus tacos son un castigo. Me gustan pero 12 cm ¿de verdad?. Le sacaba media cabeza al pobre. Cuestión que nos encontramos donde quedamos. No dije la contraseña que habíamos acordado porque desp…

– ¿Qué es eso de la contraseña?

– Dijimos que yo iba a decir la parte de una canción que él completaría, luego nos daríamos un beso.

– ¿Y vos creés que yo haría eso? Yo habría hecho que me pasara a buscar, como corresponde. Después cena, en un algún lugar que lo haya buscado durante la semana y hecho reserva. Luego de la riquísima comida, beberíamos unos tragos en el bar del excelentísimo hotel al que me habría llevado y si todo salió según lo planeado, dejaría que se deleite conmigo. Yo, por mi parte, habría pedido referencias y de haberlas obtenido, no me tocaría un pelo; no me gusta usar ropa sucia.

– Claaaro, si el sanjuanino estaba intacto.

– Boludeces no. Seguí contando.

– No me salió lo de la contraseña, me dio vergüenza. Es más, nada salió como lo habíamos planeado. Terminé en la casa de un erudito de la literatura, tomando un vino con su novia. Me presentaron directamente con tu nombre – Ella es Mina Murray, dijo tu salida. El dueño de casa y colega de él, me miró de pies a cabeza y dijo: «Te hacía diferente».

– ¿Qué habrá pensado?

– Me dio miedo indagar demasiado. Recibí de su parte consejos de redacción y algunas críticas. No podía más que escuchar atenta todo lo que hablaban. La estaba pasando maravillosamente. Yo; vos te fuiste a los 30 minutos de haber llegado, cuando me saqué los zapatos y así en patas me senté sobre una pierna.

– ¿Y el sexo?

– Masculino.

– Estás bipolar. Recién casi llorabas y ahora ¿hacés chistes?

– Es que tan lindo, sabe tanto, es interesante, conoce de música, me divierte, es auténtico, es..

-…es tan lindo que es de otra. Es casado, dejá de hacerte ilusiones. ¿Cómo es en la cama?

– Tiene un juego perverso… ¿Viste que hemos escrito de cosquillas, sado, armas, y que se yo? Bueno, hay uno mucho más peligroso y cruel que te hubiera encantado. Se trataba de que no tener sexo, sino de hacer el amor. Lo jugámos tan bien que nos dijimos «te amo».

– No me cuentes más, adivino.-dije poniendo cara de cansancio, mordiendo mis labios inferiores y buscando con la mirada los cigarrillos- Te lo creíste.

– Me lo creí, me sentí parte. Era suya y él mio. Miré sus ojos…¡Ay sus ojos! Mientras lo miraba, me imaginaba diminuta caminando entre las líneas coloridas de su iris. Y yo… tan minúscula que podía correr entre ellas hasta encontrar la pupila. Y nunca salir de ese laberinto, quedarme presa para siempre en su mirada. ¿Y sus brazos? ¿Ya hablé de sus brazos? Estaban aldedor de mi cara y los acariciaba. Eran paréntesis que encerraban un secreto y un miedo. ¿Realmente estábamos jugando? Es tan simple como el hecho de convivir con vos, mira: Vos sos una máscara que me pongo para decir o hacer lo que habitualmente no. ¡Él me dió lo mismo! Una invitación a decir mentiras y terminamos con la verdad a flor de piel. Me enamoré de atrás para adelante, primero el amor y después los dramas existenciales. Para cuando recordé que no era mío, ya dolía. Para cuando intenté que no doliera ya no estabas cerca mio. Decime algo, no se qué hacer…

– Haces lío. Mezclaste todo. Dejame que siga yo con esto, no lo podes manejar ¿Para cuándo quedaron en verse otra vez?

– El viernes.

– Muy bien. Me voy a poner tu ropa y me pasará a buscar por casa. Voy a elegir un lugar que esté segura que le guste y haré reserva, después vamos a tomar algo en un bar distinto. Es importante que no se sienta cómodo. El factor tiempo será algo que yo maneje. Para cuando todo termine sentirá haber perdido en su propio juego. Se planteará viejas decisiones y te amará como a nadie. Vos, si querés, amalo para siempre; pero que no sepa. No te muestres débil. No llores. No es tuyo.

Llegó el viernes y todo salió como predije. Para cuando terminábamos el trago en el segundo bar, ya tenía en mi colección de confesiones ajenas varias cartas suyas. Eran tristes, se veía un hombre completo. Completamente vacío. Lleno de cosas materiales, ideales sociales, palabra y pulcramente hijo de puta, pero no era mal tipo. Solo tenía otra forma de pensar. Reconozco que cuando lo ví contener lágrimas sentí un cosquilleo donde solía tener un corazón.

Busqué mi celular, marqué un número y delante de él hice una llamada:

– Hola amor, ¿Cómo va tu cena?. Buenísimo bebi, estoy en la dirección que te dí. ¿Pasas por mí?. Escribíme cuando estés afuera. Dale, gracias. Yo le mando. Te Amo mi cielo.

Corté y dejé el celular en la mesa. Mi novio estaba a unas pocas cuadras de la Arístides.

– ¿Te vas? – preguntó con cara de sorpresa – ¿A quién llamaste?.

– Primero saque esa cara de susto, que pecadores somos dos. A demás, conoce las reglas. Parece que nunca se topó con quién supiera jugar.

– ¿Pero…? – Sonrió como perdido y colocó una mano en su boca, señal de querer decir y callarse o de bronca o disgusto o todas a la vez- ¿Te vas así?

– Nosotros acordamos sólo salir a cenar y los viernes son de Marcos. Imaginé que entenderías, no le puedo decir que no a él.

El teléfono boca abajo iluminó el mantel de la mesa. Él, haciéndo un ademán al mozo pidió la cuenta.

– Muchas gracias por la cena, y no te preocupes que tus secretos están bien conmigo – dije con una sonrisa – Te dejó saludos.

– Le dijiste que salías ¿con quién?

– ¡Con vos! Tenemos una relación abierta.

Le tomé el rostro con las dos manos desde sus mejillas y le dí un beso, de esos sentidos que se dan con los ojos cerrados. Me alejé, lo miré fijo, sonreí y lo volví a besar. Caminé hacia a la puerta con ese paso que me define y salí del lugar con más de una mirada sobre mí.

Sonreí.

Game Over.