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Cómo empecé a escribir

Leo de toda la vida, desde que soy chico. Mi vieja es maestra, por ende desde siempre fomentó la lectura en nosotros. Nunca pensé en escribir, en algún momento dediqué algunas líneas a compañeritas de la escuela, a modo de poemas, los cuales finalizados eran inmediatamente destruidos o archivados en los sitios más recónditos. No era nada especial o llamativo.

María Laura cuando te vi entrar me puse re feliz
quiero ir de la mano al patio con vos
y regalarte mi merienda todas las veces
tercer grado esta buenísimo.

Recuerdo que en séptimo grado me probé con un concurso de literatura. El premio era algo de guita y todos los libros que necesites para el secundario. No tengo el cuento, pero sí recuerdo la temática y el nombre: “Gravedad Zero”. Un cuento de ciencia ficción que se trataba de un tipo que se iba un domingo a la montaña, corría una piedra de lugar y de pronto toda la tierra perdía la gravedad, así que padecía una serie de peripecias para ir de Potrerillos a su hogar, agarrándose de diversas superficies. Cuando llegaba a su casa no había nadie, sus padres se habían ido flotando hacia la estratósfera, sin posibilidad de aferrarse a nada. Salía a recorrer el barrio y se daba cuenta de que todos habían sufrido el mismo destino. Se quedaba solo y triste… fin. Una bosta. Manso depresivo el niñito. Perdí, obviamente. La ganadora fue una nena que había escrito un texto sublime sobre las hadas y la pérdida de la inocencia. Mi mamá me dijo que seguro se lo habían hecho los padres. Cuando leyó mi cuento tampoco le gustó, pero igual me llevó a los jueguitos como recompensa. Las letras no eran lo mío.

Entre séptimo grado y primer año de la secundaria me hice adicto al rock nacional, me dejé el pelo largo, me encerré en mi habitación con un Aiwa de quíntuple compactera y doble casetera e invertí horas y horas deleitándome con las joyas de la música argentina. A los 14 sabía más de rock de acá que el Bebe Contepomi. Fue cuando, junto a mis dos amigos del barrio, el Negro Miranda y el Pompi comenzamos a flashear tener nuestra propia banda de rock: Folis Verghet, no en honor al cabaret parisino, sino por el temazo de Fito Páez.

Sin ninguna explicación o motivo lógico, mi lugar en la banda era el de guitarrista y cantante, el del Pompi la bata y el del Negro el bajo y la segunda voz. Éste último fue el que, por lo menos, se compró un bajo y atinó un toque. Yo ni siquiera me aprendí una fucking nota de guitarra, pero si me dediqué a escribir todas las canciones de nuestra frustrada banda, que fueron tres. Ninguna vio la luz jamás, pero ni siquiera rimaban. La adolescencia se nos escurrió entre vino con Sprite, puchos y Adidas blancas con punteras. Y así mi nula pasión por las letras quedó dormida, seguí leyendo mucho, pero no volví a escribir más nada.

Pasó el secundario, me corté el pelo y en el 2002 arranqué la facultad. A mediados del primer año, con mis amigos del barrio, nos pusimos a organizar unas vacaciones en Brasil. Teníamos que juntar $4.000 cada uno. Con esa guita los 13 del grupo nos íbamos 15 días al país carioca y la rompíamos. Llegó diciembre y la guita la habíamos juntado sólo 4. El resto no llegaba ni a la mitad. Por decisión unánime hicimos una “vaquita” entre lo que cada uno había podido juntar y con ese “fondo común” nos fuimos unos días a Villa Gesell, que estaba híper de moda.

Esas vacaciones desentonamos en todo sentido. Nos sentíamos realmente como sapos de otro pozo. Éramos re contra provincianos, con nuestros cortos del Tomba, nuestros pelos largos rocanroleros, nuestras borracheras épicas y nuestras panzas porroneras, entre porteños de físicos esculpidos, electrónica lisérgica, posturitas, galanes, modelos de tele y una joda cuidada y concheta. Llegamos pensando que nos íbamos a coger a medio país y terminamos de pedo recordando a un par que nos aceptaron bailar un par de temas, por pena.

Una tarde de playa, borrachísimos con un melón con vino, arruinados en la playa más careta de Gesell, nos comenzamos a reír de lo que hubiese sido nuestra suerte en Brasil. Lugar que proyectábamos mucho más sofisticado y estético, con negros re fornidos y pijones y morenas de caderas exuberantes y ojos claros. Esa tarde la pasamos genial, reímos como nunca en la vida. Fuimos los perdedores más felices de toda la costa. Y el sentimiento fue grupal.

Fue tan pero tan divertida aquella conversación que apenas llegué a Mendoza la escribí, aquello no podía quedar en el olvido. Cuatro hojas de Word donde contaba sobre lo mal que la pasaría un menduco de vacaciones en Brasil, finalmente vaticinaba un consejo a modo “Irma Jusid” de Capusotto. El texto se titulaba “El consejo del Sr. Rumbo sobre tomarte vacaciones en Brasil”. Copié y pegué el texto en el cuerpo del email de Hotmail y se los mandé a mis amigos. Todos rieron al recordar aquella tarde y me aplaudieron la moción en el asado del viernes.

Entrado ya el segundo año de facultad, una tarde en “Informática I”, el Muñeco Fernández, compañero, se destornillaba de risa frente a su compu mientras yo miraba fotos porno. En un momento me dice “Tincho tenes que leer esto que me acaban de pasar, te vas a morir de risa”. Me lo reenvió, era la típica “cadena” de emails que se mandaban con chistes o porno. Abrí el email y comencé a bajar el scroll del mouse… cientos de emails adjuntos, muchos, miles, de todos los colores, con comentarios, risas y reenvíos. Al llegar al final encontré el chiste… “Consejos sobre tomarte vacaciones en Brasil”… le habían borrado el “del Sr. Rumbo”, pero el resto era mi texto.

Por primera vez, en el año 2003, se había “viralizado” un texto mío. El Muñeco no me creyó, en ese momento los 2MB de capacidad que te daba Hotmail te obligaba a eliminar enviados y recibidos cada una semana. No tenía pruebas “online” del enviado, pero si una de las respuesta de los chicos que había zafado de la papelera de reciclaje. Leyendo cada párrafo le demostré que hablaba de mis amigos y de mí mismo. Un tanto sorprendido el Muñeco me creyó, yo esa noche no pude conciliar el sueño. Algo escrito por mí le había gustado a mucha gente. Ego… el ego me estalló. Era yo, era mi texto, era algo mío. Ahí me di cuenta porqué era el único sobreviviente de “Gravedad Zero” y el más expuesto de los “Folis Verghet”. Por el ego. No podía quedar como anónimo algo mío, demasiado ego.

Dejé de ver porno en las horas de informática y me puse a buscar algún lugar donde escribir. Entonces descubrí los “foros”. Los foros fueron una especie de primer “Facebook”, una red social donde vos tenías una serie de tópicos ordenados por temas y estilos y adentro mucha gente escribiendo sobre eso. Política, literatura, religión, cómic, autos, motos, tecnología, juegos, cine… de pronto se me abrió un mundo maravilloso de letras, la gente hablaba de todo, pero escribiendo… era un sueño. Te tenías que poner un pseudónimo y una foto a modo de avatar, nadie sabría tu verdadera identidad, podías escribir como quién no eras o querías ser… ¿fue quizás aquella dinámica la semilla del Mendo? Sin dudas.

Me logueé en “Psicofxp” y en “El Forro”, en los dos como «MartínRumbo» y una foto del “Che”… menos viveza que un koala, pero fue porque tarde entendí la dinámica. En el primero terminé siendo “moderador” y ganando varios “premios” (mejor post, post más comentado, miembro más activo, eran premios de ese tipo, te ponían una copita y la tenías más larga). En el segundo terminé baneado (censurado, bloqueado por no cumplir las normas). Pero en ambos escribía un montón, estaba maravillado, creaba post, comentaba todo, intercambiaba ideas con otros miembros, y sin darme cuenta… tipeaba, tipeaba y tipeaba… pulía aquello que estaba dormido, encontraba la manera de sublimar mis angustias, mis sentimientos e ideas mediante las letras.

Subí mis “Consejos sobre irte de vacaciones a Brasil” y a partir de ahí, en ambos foros, comencé a tener cierto “éxito” con el humor. Entonces llegaron más “consejos”, sobre recitales, sobre el matrimonio, sobre las citas a ciegas. Cuando los demás foristas empezaron a reclamar que aquella semana no había habido “consejos”, me di cuenta que no lo podía dejar pasar… entonces me decidí elevar mi ego a otro nivel… me hice un blog. En los blogs todo el contenido que había era tuyo… creado o choreado.

Así nació “La Despensa del Humor” y un nuevo mundo de “bloggers” se abrió ante mí. Una nueva comunidad de escritores virtuales crecía conmigo dentro. Nos leíamos, nos “reblogueábamos”, nos linkeábamos los sitios y nos comentábamos. Porque es una mentira esa de que el escritor escribe para él, que no le importa que lo lean. El escritor quiere ser leído, comentado, criticado, compartido, el escritor es una persona con una enorme cuota de ego insatisfecha, que solo encuentra reparo en el cabal conocimiento de que es consumido. Y el que me lo niegue es un idiota o un hipócrita. El sitio llegó a tener catorce mil visitas en tres años (lo que tiene el Mendo una semana), yo no lo podía creer, era una locura de gente. Un día un pibe me reconoció y me invitó un trago en Iskra. Estaba tan feliz que se lo pagué yo.

La despensa duró hasta Marzo de 2010, cuando con el Pantera Ontivero inventamos “El Mendolotudo”. Lo que sucedió después ya todos lo conocen.

Consejo del Sr. Rumbo: no intentes ocultar tu ego, sino aprende a encausarlo. Jugátela por una idea a full, porque así como una tarde de borrachera y chistes terminó en una Feria del Libro y un futuro prometedor, uno nunca sabe dónde pueden terminar las pasiones de los que nos creemos el ombligo del mundo.


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