/Cortando la racha de mal sexo

Cortando la racha de mal sexo

Íbamos a salir con las chicas de la oficina a bailar, y como ya he contado en otras oportunidades, cenábamos ahí, previa, chapa y pintura y nos fuimos. Ya estaba cambiada. Mientras las esperaba, fui a la oficina de mi jefe con el gintonic y entré al facebook. Pasando historias encontré una foto que había publicado mi hermana que vive en Córdoba, con un grupo de unas ocho personas, entre ésas un chico de mi gusto. Alto, narigon, ojitos claros, ni gordo ni flaco, medio rubión. Estaba etiquetado, fui a su perfil, me gustó y mandé solicitud. Escucho un: “¡Vamos Mina!” cierro todo. Apago luces. Fondo blanco y nos fuimos. A las semanas me llama mi “abue” desde Córdoba y me dice:

– ¡Wilhelmina, mi amor! ¿Cómo estas? ¿Muy ocupada?

– Abue, que linda tu llamada. Estoy en la oficina, pero decime ¿Qué necesitas?

– Quería preguntarte algo, me dijo tu hermana que le habías mandado una solicitud por el “feisbú” a su jefe ¿Puede ser?

– ¡No abue, ni en pedo! ¿Cómo se te ocurre que yo v… ah ah… pará. Si. ¡Si! La puta madre, si… ¡pero no sabía que era el jefe!

¡Hasta me había olvidado! voy al perfil de mi hermana, busco la foto, lo busco a él que no me había aceptado la solicitud y la cancelo. Pero a todo esto, yo tenía que viajar a Córdoba en unos días… esperaba no verlo. Me moría de la vergüenza.

Llegué a Carlos Paz el viernes, la emoción de ver a la familia después de muchos años. ¡Sale cena en el lugar donde trabaja mi hermana! Traté de que hiciéramos algo en casa pero insistieron en sacarme para conocer. Me puse bien linda y nos fuimos. Cuando entré al local lo hice con todos mis aires de Mina Murray, frente alta, sonrisa pecaminosa y caminé derecho en dirección a Luciana, mi hermana. Nos dimos un abrazo fuerte y me presentó con su grupo que ya me tenían “de oído”. Ahí lo vi, era hermoso. Metro noventa, ojos verdes y una seriedad propia del puesto, pero claramente impuesta. Cenamos con mis familiares y fuimos a recorrer la noche a distintos bares. Con Luciana salíamos el sábado solas, porque teníamos muchas cosas de que hablar. Una de la mañana del día sábado, paso a buscar a mi hermana al bar, y nos fuimos. Tipo cinco cae mi cuñado y él, Lautaro. Fuimos los cuatro al casino. Luciana y mi cuñado fueron a jugar unas fichas y nosotros nos quedamos charlando en la barra.

El se pidió un whisky y a mi me pidió lo mismo que había pedido la noche anterior en el bar, muy atento al detalle. Estábamos en época de elecciones así que era prácticamente uno de los temas obligados. El 32 años y peroncho… hablamos de las formas de gobierno, de la política a través de la historia, del inicio de su partido político y el mío, porque en estos temas éramos “Montescos y Capuletos”. Salimos para el lago San Roque a mirar el amanecer que es toda una postal (nunca mejor, ni más bonito que ver el sol salir en Cacheuta o Potrerillos). En fin… se disculpó por no aceptar la solicitud y me dijo que él prefería los encuentros más personales. Me llevó a casa, nos saludamos gustosamente. Mi avión volvía a Mendoza ese domingo por la mañana. Todo se volvió muy platónico. Mensajes por whatsapp, algunas fotos sobre lo que estábamos haciendo, planes y proyectos de cada uno, y entre esos, algún “nos volveremos a ver”. A los tres meses vuelvo a la ciudad de mi madre y era materia pendiente volvernos a ver. Pero esta vez, solos.

Quedamos en que me pasaba a buscar a las nueve de la noche. Me puse un pantalón negro, mis stilettos en composé, una blusa beige que cortaba un poco lo informal y mis aros de ocasiones especiales que se perdían entre mis rulos alborotados y felices. Cuando llega se baja del auto para saludar, y nos dimos un abrazo fuerte y largo. El plan era: Delivery. Creo que esperaba un poco más, pero fue un gesto de simpleza y despreocupación que hizo que me relajara y me soltara un poco. Carentes de ideas dimos una vueltita por la ciudad, compramos una pizza y fuimos a cenar a su departamento. Muy de soltero, muebles básicos, solo lo necesario lejos de las complicaciones. Había música y una linda iluminación. Preparamos unos tragos, cenamos, seguimos tomando.

– Tenes puestos los mismos aros que tenías la noche que te conocí – , dijo. “¡Oh… que detallista! Mierda que me miraste, pensé”. Comimos helado, seguimos tomando, charlábamos, seguimos tomando… y yo… miraba sus manos…

¡Qué manos tan grandes tienes!, ¡Qué pies tan grandes tienes! ¿será cierto eso que dicen? Venía de una mala racha de “pitos chicos” era imposible pensar en si me iba a defraudar o no, ¿y si la tenía chica? teníamos buena química, me gustaban nuestras charlas pero no iba a ser lo mismo… La poníamos y lo arruinábamos, o me hacía la difícil y charlábamos un poquito más. Obviamente me ganó la duda y opté por ver que me esperaba. Estábamos charlando en el sillón y en una de esas se me acerca al cuello, halaga mi perfume, yo me giro y tomo su cara en mis manos. Empezamos a besarnos de tal manera que dejamos los tragos en la mesa ratona y me senté sobre él. Se sentía interesante, pero no iba a cantar victoria todavía, ya varias me habían engañado así antes. Me sacó la remera, me besaba toda. Me alzó y me llevó a la pieza. Todo el tiempo me decía “chiquita”…

-¿Estás bien chiquita? …

-Sí – respondí.

Me desprendió el pantalón, y lo sacó. Estaba en corpiño y bombacha sobre su cama. Me dí vuelta mostrándole mi cola, me puse en cuatro sobre la cama para abrir las sábanas y desde atrás me empezó a acariciar entera. Se paró sobre sus rodillas, sacó su remera y puso su pecho sobre mi espalda. Besaba mis hombros, corrió los breteles de la prenda que cubría mis sutiles pechos. Giró mi cuerpo y me recostó en la cama. Me recorrió entera con besos, y me hizo un solo de tetas con un juego de lengua que me excitó en pocos segundos. Empezó a bajar, corrió la bombacha de encaje negro y se hundió en mi concha depilada a cero. Insisto en que esa lengua tenía magia. Con los dedos abrió mis labios vaginales y dejó a la intemperie de su boca, mi clítoris. Lo besó apoyando su labio inferior debajo de mi botón de encendido y con su labio superior abarcando desde la parte alta de mi vulva, juntándolos de a poco en el centro y alejándose con ese mordisco que no llega a ser. No tenía barba pero sí esa sombrita rasposa que acariciaba mis muslos. Yo quería sacarme la bombacha, él quería dejarla por el morbo de algunos de hacerlo con la bombacha puesta. Estaba a full. Bajo la mano para desprenderle el pantalón y ¿qué me encuentro? Una pija de clasificación A. De primera división. De largo imprudente, de ancho entre normal y grande. La agarré y la apunté a mi centro para que entendiera lo que quería, intentó meterla de una, pero lo tuvimos que hacer de a poco… ¡que gloria! Hacía cuánto no me tocaba un botín tan poderoso. Él me entraba en posición del misionero y no entraba toda, era un «ayayay» constante, pero gustoso, muy gustoso.

– ¿Estas bien? – me preguntaba. Yo no hablo, en esos momentos solo me importa mi cuerpo, lo que siento y lo que me hagan sentir.

– No me hables… Cogéme – Estaba tan feliz de haber cortado la racha, que le dije -Haceme lo que quieras.

-¿Lo que quiera? – me preguntó.

-Si, dale. Lo que quiegghrrrr.

Se salió de mí, hizo dos pasos de rodillas y me metió todo eso en la boca, me agarró la cabeza y jugó conmigo un ratito. Yo me puse golosa, hasta lagrimear no paraba. Cuando se salió, aproveché para acostarlo y me senté encima de él… mala idea. Me molestaba un poco pero no quería desperdiciar un centímetro de ese pene perfecto y me movía como si fuera la última noche que lo íbamos a hacer.

– Eso así… – me decía repetidas veces. Estábamos medio sentados, me apretaba las tetas muy fuerte, prácticamente las amasaba. Me hizo chuparle el dedo y lo puso en mi cola, y empezó a jugar con ella. Me excité demasiado, no lo pude evitar, no lo pude frenar… acabé de una manera exquisita..

– ¡Que delicia sentirte acabar así! – dijo entre jadeos.

Me salí y me recosté. Automáticamente me dió vuelta y con las piernitas juntas me la empezó a meter. Tomó mis manos y las estiró hacia arriba de mi cabeza… que placer de dioses. Me mordía de a poquito el cuello. Me soltó las manos y me agarró la cola. Con sus dos manos contorneándome el culo, se miraba la pija brillante entrar y salir de mi. Cada tanto hacía un impulso de esos que parecen que van a entrar hasta los testículos. No podía parar de jadear, quería estar calladita pero no podía, no daba más. Era una pija única pero tenía mi cuerpito cansado. Me puso boca arriba, levantó mis piernas, colocó mis rodillas cerca de la cara y la metió muy adentro… empecé a pedir más y más. Como quería que acabara, le pedí más pero esta vez diciendo su nombre (nunca, pero nunca falla, les encanta eso).

– Más fuerte Lautaro, más… – con voz de putita cansada. y en cuestión de bombeadas dijo -¡Ay! ¡Voy! – y acabó en mi panza, en mi cuello, y el tercer impulso en mis tetas… lo tenía hasta en el pelo… que buena bañada de semen. Se recostó a mi lado en la cama, detonado, obviamente.

Próxima parada: Mi departamento en Mendoza.