/Cristian Wonders por Diem Carpe: El partido de mis pesadillas

Cristian Wonders por Diem Carpe: El partido de mis pesadillas

13658568_1108270119219174_1650960533_n

Después de perder la final del campeonato con los amigos del barrio, y de casi morirme por cabecear mal una pelota dividida, volví a mi casa. Como poco me importaba haber perdido, y estaba tan extasiado por haber podido, aunque sea en sueños, jugar un partido mítico; decidí acostarme lo antes posible, y ver si al volver a dormirme lograba esa última jugada del partido de mis fantasías.

El sueño me encontró rápido, y después de cerrar los ojos todo se volvió oscuro y fue como si me hubieran desconectado de mi cuerpo, luego de un instante pude ver una luz blanca pero no sentía mi cuerpo, la luz poco a poco se iba acercando o sin darme cuenta yo me acercaba hacia aquella luz blanca… de repente vi un señor, me habló muy descortés y me dijo:

– Dale guacho, apurate que arrebaté una billetera y todavía no se han dado cuenta. No apioles a la gilada. –

– Pero… ¿Dónde estoy? ¿Qué hago acá? ¿Quién es usted? Yo estaba por terminar una jugada gloriosa y ahora… -y ahí me di cuenta. Estaba en el partido de mis pesadillas, y era Lucas Viatri el que me daba la bienvenida.

Suspirando y dejando que la fortuna siga su curso, lo dejé guiarme.

– Dale, ponete los cortos que se acaba de lesionar Gago y nos falta uno. Pasá a ver las indicaciones del técnico y entrá. –

El equipo de mis pesadillas se enfrentaba contra el mismísimo equipo de mis sueños. No había, esta vez, una disputa por el bien y el mal. Era un picadito por la coca y nada más.

Me ajusté los cortos, y me acerqué a un tipo flaco, de cabellos teñidos rojizos y cara de gatero.

– Un movimiento en falso y estamos en la esssstratóssssfera, nene!! – El Bambino Veira intentaba darme unas indicaciones inentendibles. Le dije que sí con la cabeza para que dejara de hablar y entré a la cancha.

El Ruso Rodríguez al arco chequeaba los whatsapp mientras Di Stefano le rompía la red. Íbamos 7 a 0. Minuto 14 del segundo tiempo.

Intenté ponerme el equipo al hombro.

– ¡Vos, 8, movete…hey! ¡Movete!- No me escuchaba. Mejor dicho, no me entendía. Era Takahara, aquel delantero chino que Boca supo lucir en sus líneas.

Agarré la pelota como pude, y me dispuse a correr. Pero sentí un pinchazo en el gemelo. Un fuerte golpe me derribo. El 4 de mí mismo equipo me había levantado por los aires.

-¿Krupoviesa?! Soy de tu equipo, pelotudo! –

– ¡Krupoviesa pega! – Exclamó como un Hulk enfurecido.

El reloj avanzaba y nada podía hacer. Era imposible mover a 11 perros que nadie sabe cómo alguna vez llegaron a jugar en clubes grandes. Apellidos como Garcé (trae alfajores), López, Ludueña, Tuzzio, Ameli entre otros, “decoraban” los 11 de mi equipo.

Era imposible revertir el ahora 8 a 0.

Suena el silbato, el Bambino mete un cambio. Tarde se da cuenta el técnico que el Ruso Rodríguez carece de manos para la posición de guardametas. Sale entre chifladas y gastadas. Al arco entra….el Gato Sessa.

-¡Basta!- grito -¡No puedo más con esto, son todos unos muertos! Pero nadie escucha mis gritos: entre el Gato Sessa y Krupoviesa se están atendiendo a todo el equipo de mis sueños. El árbitro –Delfino-, hace el gesto de que “siga, siga”. Me doy cuenta que no va a cobrar nada… típico de Delfino. Corro hasta la pelota que me espera sola frente al arco rival. Voy por el gol del orgullo.

Entonces algo detiene mi derechazo. La veo ahí, inmaculada y hermosa como siempre, atrás de los carteles de publicidad cubriendo el partido: Alina Moine, el amor de mi vida. Lleva el mismo vestido negro de aquella vez que dejó todo al descubierto. No puedo patear. Tengo que encararla, tiene que saber de una vez por todas cuanto la amo, que es la mujer de mi vida.

Me acerco como un adolescente enamorado y cuando estoy por hablar, siento una voz conocida que grita “AHHHHHHHH” y un calor en mi pecho como un shock que oprime mi cuerpo. Al abrir los ojos la veo a mi vieja horrorizada, señalándome la entrepierna. Tengo una erección evidente, seguro por haber soñado con Alina. Le hago señas a mi mamá para que se vaya. Todo transpirado y algo deprimido me examino para comprobar que todo haya sido solamente un mal sueño. Mejor dicho, que solo haya sido una pesadilla. De las peores.