“Porque no sé si leyendo se llegue a donde llegan quienes intentan ser felices, pero de ser así, seguro que Shakespeare es una parada crucial en el camino”.
Casi 10 años después de haber conocido a Sergio, me topé con un cuento titulado “Epitafios”, donde el autor recopilaba diversas dedicatorias escritas en los libros de su biblioteca, encontrados en el contexto de una mudanza. Una de ellas (la primera y más inofensiva de las citadas) había sido escrita por Sara Berlín antes de que Sara Berlín se decidiera a escribir. Casi en otro tiempo y otra vida. Cuando los días estaban llenos de militancia política y clases en la facultad, y las noches eran para el MSN (benditos los 20 años).
Porque Sergio vivía lejos y trabajaba de conserje nocturno en un hostel. La vida, el aire y la alegría pasaban por el MSN. La literatura y la música atravesaban ese chat ya desaparecido (y los zumbidos, y las canciones descargadas en ARES). Serrat, Serrano y Silvio viajaban de ida y vuelta por la bancha ancha que todavía no era tan ancha, y traía demasiados virus.
Para mí, fue también la época de las asambleas eternas donde la gente habla porque le encanta escucharse a sí misma, y todos repiten las mismas consignas altisonantes aunque sabíamos que la torta se corta en la mesa chica. De las disputas por el orden de las listas, y las alianzas dudosas con otros partidos para entrar en los órganos estatales. También hubo fracturas ideológicas y días enteros siendo fiscal de mesa en escuelas de las que no había oído hablar. Ahí aprendí que hay partidos con militancia rentada, que los votos se defienden con uñas y dientes cuando cierran las mesas y hay que contarlos o impugnarlos en el cuarto oscuro. Y que las madres que traen el almuerzo en medio de la jornada electoral son lo más parecido a los ángeles que se pueda encontrar sobre la tierra.
También, claro, comencé a participar en discusiones sobre el aborto, y el medio ambiente y las diversas dimensiones del flagelo social que es el narcotráfico. Entendí que el cupo femenino (y la discriminación positiva hacia las candidatas mujeres) es importante porque debido a las tareas de crianza y cuidado, no podemos quedarnos todas las noches en reuniones hasta la 1 de la mañana (je, en realidad, debido a la mala distribución de las tareas de crianza y cuidado…). Bueno, esas son las reuniones clave porque ahí se construyen lealtades y se forman los cuadros. De hecho… antes de decidirme a militar, fui a un par de reuniones de otra agrupación. Se llevaban a cabo tarde de noche en un departamento del centro, todos fumaban mucho, jugaban ajedrez y discutían a Jauretche. Ahora el profesor que la dirigía está preso (con domiciliaria, por el coronavirus).
Pero cambié de rumbo a tiempo, y libre de problemas con profesores, fiel a mi estilo, me enganché con un compañero de militancia. Que vivía lejos y todavía escribe cuentos. Hubo varios campamentos y pizzas a la parrilla y cervezas nunca lo suficientemente frías. Contramarchas en vendimia y fiestas en boliches alternativos. Política universitaria, también, con tardes de presencia y cuestionable estudio en “la mesita” y jornadas donadas voluntariamente al manejo de la fotocopiadora, para que hubiera más becas. Las chicanas se plasmaban en pasar mates extremadamente calientes sin avisar, o atacar a los militantes de otras agrupaciones por “troskos”, “morados” o incluso “peronchos”.
Las filas eternas del comedor universitario eran el espacio obligado para discutir series, definir eslóganes de campaña y hasta conocer los detalles de las rencillas en el Rectorado. Pintar carteles gigantes para colgar en el frente de la Facultad con los nombres de los candidatos al Centro de Estudiantes era mil veces más seguro que pintar paredes en la calle con los nombres de nuestros candidatos a concejal, porque no hacía falta salir corriendo de la policía para evitar arrestos por atacar la propiedad privada (¿?).
Las noches de chat con Sergio avanzaron con planes para cambiar el mundo a través del Partido, las penas por los corazones rotos y la decepción del más grande de los proyectos. Juan Salvador Gaviota y Allende. La vorágine de la vida en Mendoza. Los tejes y manejes de la mesa chica y de la carrera que habíamos compartido. Pero no tuvimos muchos más temas en común, y llegó el desencuentro. Hace poco, cuando la que se estaba mudando era yo, encontré una carta entregada hace años, (pero no tantos) escrita de manera críptica y escueta (permiso, Sergio, donde sea que estés):
“Así es como siento respecto a vos, en otra escala. Ni el amor, ni el cariño, ni el afecto pueden definirte, sos simplemente ese infinito que cabe entre todas esas cosas, siendo todas y ninguna a la vez, oscilando, casi bailando entre todas ellas con dejos de proximidad. Existís, estás presente en una dimensión tan peculiar, tan inhóspita…”
La vida siguió. Cada uno hizo su historia, y está bien. Nadie encontró ningún unicornio azul, y se pasaron los 19 días con sus 500 noches. El mes de abril todavía resiste, a pesar de la cuarentena y la crisis económica que se avecina. Pero ya no importa, porque ha sido entretenido el camino. Y ahora existe Sara Berlín para recordar lo que se quedó en los tiempos en que no había wifi ni teléfonos inteligentes.
Con los años me volví escéptica en lo que concierne a la política partidaria. Además, dejé de habitar territorios donde pudiera ejercer algún derecho ciudadano a la representación o más llanamente emitir mi voto, por lo que las noches de pintar paredes y los días de repartir volantes quedaron indefectiblemente atrás. La historia con el chico del MSN terminó pronto, antes de contaminarse y cubrirse de polvo, como diría Calamaro. Pero algunos retazos sobrevivieron, en un cd, dos cartas, una crónica y un cuento.