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De cómo me traicionaron los ratones

Una tiene sus ratones, alimentados desde la más tierna infancia por una imagen de hombre fuerte, de galán de novela, de héroe de película. Y sin darnos cuenta, desde lo más oscuro de nuestro subconsciente, ciertos disparadores nos gatillan sentimientos o pensamientos románticos así, de la nada, y que pueden ser traicioneros.

Eso fue lo que me pasó ya hace tiempo, en mis épocas de capitana Sparrow, cuando la joda nocturna era mi ocupación preferida desde el lunes, planificando, evaluando propuestas, quizá hasta organizando escalas, todo en pos de vivir los únicos días que en esos tiempos valían la pena: los fines de semana. La diversión incluía transarse (se decía transar en esos tiempos, ahora no sé) a un chico; no más allá de abrazos y besos, siempre me costó mucho pasar al otro plano; y para mí lo bueno era eso, si el vago se quedaba con expectativas era su problema, yo me iba del boliche chocha con mis amigas, riéndonos y comentando los detalles.

Una noche en A Peteco (sí, ya existía) estaba bailando sin mucho pique, con una amiga. A ella la saca un chico y me queda el amigo, el clásico amigo de “te hago el aguante”. Y como somos muy amigas, después de resoplar un poco para mis adentros le sonreí y empezamos a bailar. El flaco era muy alto (me gustan más bien medianitos), y no me llamaba mucho la atención… hasta que me habló. Cuando me habló, algo en mí se derritió, no sé si era efecto del alcohol, de su tono centroamericano, o más bien ambos; quiero imaginar que en mi sano juicio no me interesaría en un flaco porque me hable así… (¡aunque cómo me gusta escuchar a Andrés Noguera!) El tema es que en un instante mi fastidio se transformó en simpatía, lo dejé que se acercara, hablamos de nuestras ocupaciones actuales, de lo linda que es Mendoza, de lo lindo que era su país que no sé si no escuché de dónde era o ya no me acuerdo, la cosa es que yo cerraba los ojos o miraba para otro lado y mientras él me llenaba la oreja con ese acento empalagoso me recorría la espalda esa sensación agradable de placer anticipado, esa voz era hermosa, el dueño de esa voz iba a ser mi próxima presa, esa boca que formaba esas palabras tan lindas iba a ser mía por las próximas horas si es que hablaba tan lindo como besaba. (En este momento debo decir que gracias a tener muy buenos maestros y ser una aprendiz muy entusiasta, me tenía por excelente besadora y era parte de la noche evaluar el desempeño del contendiente). Cuando atinó y me besó, descubrí con agrado que se defendía bastante bien. ¡Vamos todavía!

El tiempo pasó, mi amiga estaba entusiasmada con el amigo de él, así que no fue una de las tantas ocasiones en que la amiga pide auxilio y nos vamos apresuradamente al baño para quedar luego en el otro extremo de la pista. Recuerdo que hasta me dio algo así como un atisbo de pena cuando me dijo que estaba aquí por un tiempo, que se volvía en unas semanas. ¡Como si hubiera sido mi intención volverlo a ver! ¡No es bueno tomar chicas! Destruye neuronas ¡en el acto!

Salimos del boliche, que ya estaba cerrando. Nos sentamos en una vereda cercana. A mí me importaba un pito si se estaba haciendo los rulos con algo que no iba a pasar, pero él cada vez me abrazaba más fuerte y me acercaba más a su cuerpo. Empezó a clarear el día, mi nivel de alcohol en la sangre comenzó a bajar. Y cuando mi amiga se acercó y me dijo: “Vamos, Lí”, separé mi cara de la suya y lo miré…

Y cuando lo miré, ya casi de día, con la luz del día incipiente iluminando agresivamente su cara, sentí un cachetón de realidad, de frío, de sobriedad repentina. “Qué puta hago acá perdiendo tiempo con este fiero, ¡Dioooosssss! Prefiero estar durmiendo con la frazada hasta el cuello…” Y luego, con un poco de autotolerancia: “cómo nos vamos a reír cuando le cuente esto a mi amiga”. El flaco, dándose cuenta a su vez de que tanto esfuerzo en galantería y en pulir su voz extranjera no iba a dar los frutos esperados, intentó retenerme, pero en esa época esta servidora era un as en el arte de quitarle el cuerpo a estas situaciones y me evadí antes de que pudiera decir ni mú. Pero en la despedida volví a escucharle la voz (ya desde lejos) y recordé por qué carajos había terminado atornillada con ese pibe que no me gustaba ni un poco.

Y ahí caí en la cuenta, amigas, de que los ratones de una andan por caminos misteriosos, que circulan por túneles ocultos y se dejan ver cuando una menos lo espera… los extranjeros en general suelen alborotarnos los ratones ¡alguien que me explique por qué!, también puede hacerlo un uniforme determinado, un oficio equis, según la retorcida mente de la dueña. Depende de qué le demos de comer a nuestros propios ratones.

Dedicada a la grosa Capitana Sparrow, cuyas aventuras me recuerdan a mis épocas de brújula y timón.

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