/El Amigo dolobu que se comió a Terminator

El Amigo dolobu que se comió a Terminator

Desde que a los changos de El Mendolotudo se les empezó a secar la mollera y salieron a pedir notas por la web he sentido la tremenda tentación de contarles esta historia “de la vida misma”.

Podría estar escribiendo una historia muy triste…. deprimente… un exordio al suicidio social de un amigo, pero lo cierto es que nos hemos cagado tanto de la risa con esta anécdota que hoy es motivo de alegría cada vez que la recordamos, y ya es hora de que dejemos de ser tan egoístas y compartamos esto con la humanidad.

Vamos a empezar por el protagonista, que es en realidad el eje de esta historia, y al que vamos a llamar Pepito, para proteger su ya demacrada identidad. Imagínense a un chango rubio, “metrochenta” de alto, musculoso….  Muy musculoso. Un flaco que se consideraba bien vestido con  musculosa negra, pantalón camuflado y borseguíes. Criado a puro Sega y PlayStation. Uno de esos pibes que no hay manera de que no se lo vea, siempre protagonizando las clásicas torpezas que acompañan a los de su especie: el que tira vasos con el codo, el que se atropella una vidriera (eso paso posta…) el que lo invitan a jugar un picadito y acomoda el 100% de los puntapiés en los tobillos de otros. Un bruto, una bestia. Duro como carne de oferta.

Era fachero. Pero la facha, contrariamente a lo que uno espera, le jugaba en contra. Era parte de su karma, porque tenía el talento más grande que he visto en mi vida para espantar minas. Se los juro.

Era capaz de levantarse 20 minas al mismo tiempo y espantarlas en segundos, con el solo hecho de pronunciar tres frases. También tenía un talento superlativo para levantarse putos… ¡¡¡lo amaban!!! Le decían cositas por la calle y se le colgaban de los biceps.

Nosotros los pibes, siempre tratando de aprovechar todo lo que estuviera a mano para ganar minitas, lo mostrábamos y después salíamos a de atrás del coloso mongo este para tirar chamullo.

Pero vamos a la historia que nos convoca. El hecho ocurrió una tarde de primavera, en la que Pepito estaba triste porque las minas no le daban bola. Estábamos todos  en el gimnasio tratando de hacerle entender al cuerpo que si quería reproducirse había que disimular los panchos engullidos en la plaza durante todo el invierno, mientras el bruto animal se entretenía con unas mancuernas más pesadas que Bomur haciendo de coordinador en Bariloche. La charla era casi la misma de todos los días.

–        ¡Que culiao loco!  todos están con alguna minita y yo soy el único boludo que ando a puñola pura

–        ¡Pará salame! Con la puñola no te metas que nos salva siempre

–        Al menos no te tenes que bancar un bagre que te rompa las pelotas

–        Si bueno – decía Pepito- ¡Pero la quiero poner culiao!

(Sí, acá hay que aclarar bien aclarado que con 19 añitos, 90 kilos de músculo y ocho litros de yogur en conserva, Pepito era más virgo que Shaka)

La charla de siempre fue interrumpida por la llegada de una fémina al lugar.

–        Pepin, mira quien llegó – Luces celestiales aparecieron en el semblante de Bobinator. Había llegado al gym la luz de sus ojos. Una piba que acostumbraba usar calzas con camuflaje militar para decorar un hermoso cuerpecito. Si recuerdan la “vestimenta de gala” de Pepito, se imaginaran el efecto que producía en el la muchacha en cuestión.

–        ¡Hablale Pepin! ¡No seas cagón!

–        No bolu…  No me va a dar bola

–        ¡Daaaaaleee!

El asunto es que lo estuvimos inflando un rato bien largo con que encare a la prima de Rambo, sin conseguirlo. Se hizo la hora de rajar y todos nos dispusimos a arrastrar nuestra cansada humanidad hacia la calle. El gym quedaba en un segundo piso del centro menduco, y teníamos una laaaaaarguísima escalera por la cual salíamos. Al asomarnos al primer escalón, alcanzamos a ver que en la entrada, apoyada contra la pared, estaba la ninfa de los sueños húmedos de Pepito. Ahí, solita, con sus redondos encantos apoyados contra la pared esperando quizás a alguien.

En ese momento algo sucedió con Pepito. Se frenó en seco…. levanto los brazos, (nos mató con la chiva el hijodeputa….  Transpiraba queso rancio con vinagre) inspiró profundo y nos dijo a todos

–        Hoy la Saludo

–        ¡Bien Pepin! ¡Ponele pila! – Los susurros de aliento de la banda no se hicieron esperar

La cosa se complicó apenas comenzó el heroico descenso de Pepito. El “mostro hormonal” clavó mansa mirada a la piba, más que saludarla, parecía que estaba decidido a cocinarla con rayos oculares. Cada paso que daba le ponía más intensidad al gesto. Era tan fuerte la cosa que la musiquita de Tiburón le quedaba pelotuda al cuadro. Llegó el último escalón, con nosotros caminando atrás como escoltas en estado de absoluta incertidumbre, y sucedió lo que nadie esperaba que sucediese.

Atormentada por la fortaleza y tenacidad de la mirada de Pepito, la niña de las calzas camufladas reaccionó antes que nadie.

–        Hola – Dijo tratando de disipar algo de la tensión que ya había torcido hasta la escalera – Lo que sucedió después no sé si es descriptible con palabras.

Pepito, sorprendido hasta el tuétano por el saludo, se infló como el gordito que ataja un penal. Desplegó toneladas de aura, se hinchó como sapo garchando, desplegó todo el Ki junto con su chiva espantosa. Alzó la mano de forma ceremonial, puso la sonrisa de Indiana Jones y de costado, socarronamente, y con la mano en alto contestó

–         “Que haces…  Como andas….” – Pero entiendan bien… sin los acentos en las palabras… ¡¡¡Usando el “tu” como un orco de Mordor criado en Rancagua, Chile. Con la voz gruesa como meteoro cuando pide que le llenen el tanque del bólido!!!

Parecía que el flaco tenía que ir a salvar el mundo, o batirse a duelo con Vegeta. No sabemos. El tema es que la piba intentó contener la risa, y vino el segundo evento, casi tan increíble como el primero. Al aguantarse la carcajada, la chica de las calzas camufladas hizo un movimiento extraño con la boca y de su hermosa naricita salió un chorro verde y espeso. A la muy yegua se le escapó un moco hediondo, de esos que están llenos de pelusas de carolino. Un asco.

Tapándose con la mano mientras corría escaleras arriba hacia en baño, la musa de la historia desapareció de nuestra vista mientras Pepito, sin saber qué hacer, seguía con la mano en alto y la sonrisa congelada, transformada en un rictus terrorífico, mientras el resto de los chacales nos arrastramos hasta la calle, casi vomitando de la risa. El Tito, uno de los pibes, efectivamente vomitó en plena calle San Martín. No lo podíamos creer. Tampoco podíamos respirar. Era como estar viviendo un capítulo de los Simpsons.

De más está decir que la chica no volvió al gimnasio. Nosotros nos fuimos ese enero a Reñaca (re originales…)  y a la vuelta no volvimos a pisarlo tampoco. Pepito se recibió de ingeniero y hoy gana en dólares, vive en Yankilandia y va por su segundo matrimonio….

Escrito por Batman Pelotudo para la sección:

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