/El día que el Nico conoció a la Mona Jiménez

El día que el Nico conoció a la Mona Jiménez

Era el casamiento más esperado del año. Se casaba el Lucas… más allá de que el tipo tiene una situación económica cómoda y muy buen gusto, el loco es enólogo, ¿enólogo entendes? Y de familia de bodegueros. Era obvio que en ese casamiento nadie iba a pasar sed. Y así fue.

Ya en la recepción había un variopinto menú de tragos y sin lugar a dudas varios tintos que degustar. Mucho amigo, mucha onda y un día perfecto que acompañaba la jornada.

El Lucas no es integrante de mi grupo de amigos, pero si es amigo mío y tenemos mil amigos en común. A su vez el loco tiene muchos grupos de amigos, entre ellos, los de un selecto club de fútbol amateur: el Barcelonga Fútbol Club.

El Barcelonga es un maravilloso rejunte de exfutbolistas profesionales, amigos de la noche, la tertulia, el flirteo, las malas costumbres, los asados hasta la madrugada y una serie de excesos etílicos de excelente calibre gracias a sus miembros. Además juegan los sábados al fútbol, y se comen un asado… luego del asado del viernes.

Entre los miembros y los exmiembros que han ido sucediendo tan decorosa logia, que ya lleva dos generaciones de maravillosos deportistas, estaba el Nico. La mayoría lo conoce por el apocopé de su apellido, el cuál vamos a omitir porque hoy el muchacho es un profesional serio. El Nico es dueño de una habilidad inusitada, una zurda endemoniada montada en una cadera juguetona, acostumbrada a marear de a pares, de a tríos y pasar por el medio con jueguito, gambeta y gol. Propietario de un fulminante chumbazo que impedía ser atajado en las canchas de fútbol cinco, siendo la perdición del equipo contrario al de él el 90% de las veces que lo invitaban a jugar.

La otra característica del Nico era que era bueno para el baile… “Buiiiiinooooooo pal’ baile” diría Cacho Garay. De chiquito le gustaba la farra más que el asado. No era muy salidor, sino que era poco volvedor. De pendejo el vago desaparecía de su casa el jueves y aparecía para el partido del domingo, roto. Así y todo era la figura del equipo, metía dos pepas y te hacía ganar un campeonato. De grande se calmó un poco, no salió más los jueves y se dedicó al fútbol amateur, fusionando sus dos pasiones con igual intensidad.

Esa noche el Nico estaba en la suya. Calor, amigos, vino, música, ambiente fobalero y tribunero y muchos amigos para abrazarse y ayudar a levantar al Lucas por los aires toda la noche. Ya para el vals el vago estaba medio descamisado y con el pelo revuelto. Apenas apagaron las luces la dama de compañía de turno que en ese momento lo acompañaba decidió no seguirlo en el papelón y dejar que el almita del Nico sea libre y disfrute de los beneficios de la noche, el humo y los tragos fuertes con mucho hielo.

Trencito, baile de la botella, acarreo a la barra a tomar en un zapato, breackdance, pogo, mosh, slam, coreo de moda, bachata pegado a cualquier compañera que osara danzar con él, llanto por las canciones emblemáticas del grupete de fútbol y esa mística amiguera y nocturna que solo los miembros del grupo entienden, gustan, comparten y disfrutan, mientras los de afuera miran sin entender de qué se ríen o con qué disfrutan tanto, no le faltó nada. Esa noche se las mandó todas.

Entonces se apagó la luz, comenzó a sonar una música de fondo… tunga tunga / tunga tunga / tunga tunga… el inconfundible ritmo del cuarteto. Y la hinchada se volvió loca.

(Leer con la entonación de la música de “¿Quién se ha tomado todo el vino?”) ¡Ohooooo ooo oo Ohhh oooo oooo OOooo ooo oooooo Ohooo ohoo!

Comenzó a tribunear la banda, abrazada, con el Lucas como epicentro del huracán y el Nico agitando los trapos a más no poder, de pronto se prendió la luz y apareció… ahí, vestido de traje rojo, con la melena al viento, como un Valderramas de la Docta, el rey del cuarteto: Carlitos “La Mona” Jimenez, con un vaso gigante de cerveza en una mano y el micrófono en la otra, para deleitarnos con “No sé que pasaaaa en esta ciudadddd… no se qué pasa, no puedo enteeendeeerr… este casorio parece un desiertooooo” y comenzó el descontrol.

“La Mona” estaba encendido, bailaba con las tías, cantaba con los pibes, aplaudía para que todos le copiáramos el pasito, agitaba, cantaba y escaviaba como uno más de la brigada, el Nico estaba enloquecido, exaltado como un niño que ve a los reyes magos. No paraba de servir al cantante, de surtirlo de tragos, de bailar con él, hasta en un momento se arrodilló simulando alabarlo y rezarle, como si fuese un Dios musical, cuartetero y chanta.

Todos entendimos que era el imitador Lasherino de La Mona, que es un espectáculo, nadie siquiera se lo preguntó, aunque nadie entendió tampoco el fervor del Nico y su desparpajo. Incluso estaba tan servicial con el cantante y habían pegado tanta onda que en un momento se le arrima y le dice…

– ¡Monaaaa! ¿Qué queres tomar?

– ¡Meeeercaaaaaaaaaaaa! – le grita el cantante mientras sacudía su mano hacia adelante y hacia atrás rotando las palmas en el típico movimiento patentado por Jimenez.

Entrado el amanecer nos prendieron las luces del salón… evidentemente era hora de irnos. Los soldados que nos quedamos hasta el final de la batalla estábamos bastante desaliñados, desarreglados, despeinados y manchados de líquidos varios, pero el Nico estaba en Disney. Había dejado todo en la cancha. El vago estaba chivado, roto, cansado, con la garganta molida de cantar y las piernitas temblando de tanto bailar. No paraba de abrazar a los novios y de agradecerles el espectacular casamiento que había acontecido, al cual le había hecho honor gastronómico, etílico y bailable en su máxima expresión. Teníamos el auto en la playa juntos, así que lo esperé y nos fuimos caminando en esa dirección. Entonces lo veo al Nico que comienza medio a lagrimear…

– Qué noche hermano… qué noche – me dice nostálgico.

– Si loco, la verdad que se pasó el Lucas, manso casorio.

– Increíble… ¡lo que he tomado!

– Si… me di cuenta.

– No me lo olvido más, te juro que esto no me lo olvido más… un fenómeno el Lucas – dijo el Nico y se evidenció una lagrimita de emoción incontenible… Realmente había sido un casamiento fantástico, pero no terminaba de entender tamaña emoción de mi amigo. Sobre todo sabiendo que tiene una maestría en joda.

– Si… muy muy lindo.

– ¡Además la mona, Tincho! ¡Cómo va a traer a la Mona! – y ahí me di cuenta de que algo no andaba bien.

– Si… si…, peroooo… ¿no lo habías visto antes?

– ¿A la Mona? ¿Así tan de cerca?

Entonces rompí en risas – Al imitador, Nico… ¡es un imitador de la Mona!

– ¡Naaaaa! ¡Me estas jodiendo! – me dijo el Nico y se detuvo atónito con los ojos como platos – ¡Me jodes, culiado!

– No boludo jjajajajjajajjaa, ¡es un imitador lasherino!

– ¡Culiadooooo con razón! ¡Vos sabes que en un momento lo dudé! ¡QUE PELOTUDO LE DI COMO MIL TRAGOS Y LO ATENDÍ TODA LA NOCHE! –  y estallamos en risas.

Entonces apareció “La Mona” en una Motomel 150 hecha verga con un pedo atómico. Se bajó y lo saludó al Nico con un abrazo. En ese momento el Nico se volvió a transformar y se fundió en un abrazo al imitador, como dos borrachos a los que les han cerrado el bar.

Dedicada a mi amigo Nico

ETIQUETAS: