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El genio de la yerba prohibida

Todavía tengo muy presente esa noche, lo que sucedió realmente. Comencemos por el principio.

Eran las 10 de la noche y yo estaba esperando el colectivo en el carril Cervantes, me había bajado del 713 que venía de mi casa en Ugarteche e iba a hacer trasbordo para Dorrego.

Nunca me gustó el 713, soy supersticioso y ése 13 al final me ponía la piel de gallina, presentía que algo chocante e inaudito me sucedería algún día.

Hacia un calor tremendo a pesar de la hora, me dirijo ansioso al departamento de mi amigo el Negro, me había llamado 28 veces por la mañana, tenía una magnífica sorpresa preparada para esa noche.

Subo al colectivo, y después de pagar me siento en el último asiento, me gusta ir amplio, como en primera clase, además cuando alguien se baja entra tremendo airecito fresco.

Arrancando el colectivo siento fuertes chiflidos y golpes en las latas laterales de la carrocería, el vehículo se detiene, dos mujeres suben agitadas al bondi, las reconozco al instante, son las hermanas Ponce, vecinas del Negro, las que trabajan en el parripollo del puente Olive, al verlas inevitablemente me río por dentro al recordar que mi amigo me contó una vez que una de ellas, la más grande, era la que mataba los pollos, los acogotaba en la finca del dueño del negocio en Lunlunta, a pura mano.

Según el Negro, la mayor de las Ponce aniquilaba entre 50 y 60 pollos por tarde, yo imaginaba la escena de ella torciendo cogotes y me daba una risa espontánea, inquieta y morbosa. Quizás las hermanas notaron mi estado de ánimo alegre y se sentaron una de cada lado, además que ellas me conocían bien, la más chica le tenía unas ganas tremenda al Negro y ella sin pudor me lo había confesado en reiteradas ocasiones.

Las Ponce eran vecinas de mi amigo, crecieron juntos en el barrio, la mayor era rubia, bien robusta, pesaba como 100 kgr. y medía 1,75 aproximadamente, tenía dos tatuajes en sus abultados y desarrollados bíceps, el escudo de Boca Jr. en el derecho y la cara de Riquelme en el izquierdo. La más jovencita era la parrillera, pelirroja, robusta como la hermana pero un par de centímetros más bajita, fumaba parissienes y le gustaba Ráfaga, pesaba mas de 90 también.

Estando sentado entre las dos, sentí que me faltaba el aire, tenían las chicas un tufo a pollo y humo que era insoportable.

Por fin llegamos a Dorrego, nos bajamos los tres y continuamos conversando hasta que frente a la puerta del Negro nos despedimos amablemente, a la distancia y casi a los gritos, la más chica me recordó una vez más las ganas que tenía de comerse al Negro.

Una vez dentro del departamento, veo limpieza y muchos cambios, mi amigo compartía el departamento con un flaco de San Rafael, aunque ahora estaba solo, el sanrafaelino había caído preso por ir a Bolivia a traer yerba, era la cuarta vez que hacía eso, sólo que en esta última, la suerte no estuvo a su lado.

Codicioso de saber cuál era la sorpresa que el Negro tenía preparada, fue lo primero que indagué después de darle un abrazo.

– Sentate – me dijo el Negro

– ¿¿Te acordas las dos minitas fiesteras que conocimos en el 30 y pico el jueves, las que estaban con los dos viejos con plata??

-¿¿Las tilingas?? – Le respondí…

– ¡¡Esas!! Yo les pasé mi número discretamente cuando estaban en la barra y me llamaron ayer, las invité a cenar aquí en el departamento, les dije que comeríamos unas pizzas, tomaríamos algo y después quién sabe – continuó el Negro.

– Tengo todo calculado, a las 12 estarían llegando.

– Vamos a encargar 2 pizzas, ya compré 6 porrones y dos fernetes – relataba mi amigo frotándose las manos para luego proseguir

– Tengo unos cassettes de música fiestera, vamos a bailar Macarena y jugar al jueguito de la silla, pero cuando la música pare, se nos tienen que sentar en las rodillas las minitas, yo tendré el control remoto de la cassettera en el bolsillo, está todo sincronizado, está – Dijo el Negro orgulloso.

Yo escuchaba atentamente, todo parecía fríamente calculado, demasiado aceitado para que algo saliera mal.

– Pero hay un detalle más – acotó el Negro.

-Vamos a tener que estar entonados y fiesteros de antemano, nos vamos a tomar unos mates con la yerba del sanrafaelino que está en un táper, en la alacena, me dijo una vez que era un bombazo y que yo estaba autorizado a probarla cuando quisiera y ésta noche es la ocasión, será inolvidable – finalizó el Negro con los ojos llorosos de la emoción, no sin antes rematar – Hasta tengo las camas preparadas, con sábanas limpias y perfumadas, será la frutilla del postre.

Sonaba todo muy excitante y hermoso para ser real, pero ví al Negro tan seguro y preparado que su entusiasmo me contagió al momento.

– Voy a poner la pava para los mates – le dije, mientras el Negro pelaba un salamín picado grueso como para ir entrando en calor.

El Negro sacó la peculiar yerba que estaba guardada y preparó el mate, yo pensé que la iba a mezclar con yerba regular pero no, le puso toda de la especial.

Y de verdad que era muy buena, de sabor agradable y volátil, comenzó a hacer efecto al toque, sólo que el paladar lo sentíamos seco sin motivo aparente, pero para contrarrestar esa sensación, mientras uno tomaba mate, el otro le entraba al fernet y viceversa.

Tan satisfecho estaba con los resultados de la yerba que el Negro le daba besos y caricias al mate, tantos mimos le dió que una fumarada comenzó a salir por la bombilla, un humazo tenue y delgado parecido al del espiral de los mosquitos que me colocaba mi mamá en la pieza. La pequeña nube adquirió forma , no muy concreta pero legible, fácilmente se podía interpretar que era el esbozo de un genio, el genio de la yerba. – Allin tuta rimaycuiki tatay – expresó feliz esa cosa.

Nos miramos con el Negro y no entendíamos nada.

– Son mis saludos fraternales en quechua – dijo el genio con fuerte acento boliviano.

Después de hablar por un rato y aceptando que ni yo ni el Negro le pasábamos mucha bola, nos dió las gracias por consumir su producto, nos recomendó que nos pusiéramos desodorante y también sugirió que bailemos la Lambada con las chicas en algún momento de la velada, nos auguró que la mejor de nuestras noches estaba al alcance de la mano y agregó – Yo sé que vuestro mayor deseo ésta noche es ponerla como sea. Yo, Evo Mamani, el genio de la yerba… ¡¡Se los concedo!! – Dijo el genio antes de esfumarse con un estruendito parecido a un chaski boom.

De pronto suena el timbre y el momento por el que estábamos esperando parecía haber llegado, las tilingas del treinta habían llegado, como pudimos y muy volados llegamos hasta la puerta y al abrirla vimos las mujeres más hermosas que jamás habíamos imaginado, las invitamos a pasar y sentimos la cierta sensación que la mayoría de los hombres desearían estar en nuestro lugar en este preciso momento.

La situación se dió de tal manera que antes de las pizzas ya estábamos bailando unos lentos de Banana Pueyrredon, el Negro había colocado una luz negra en el ventilador del techo y varios inciensos con aroma a patchouli, el ambiente apropiado no sólo se estaba desencadenando perfectamente según el plan del Negro, sino que incluso hasta mejor.

Luego bailamos Macarena y la Lambada (a pedido del genio) y a continuación las chicas nos hicieron un striptease con la música de Joe Cocker » You can leave your hat on». El jueguito de la música y las sillas lo tuvimos que interrumpir porque sin motivo aparente nos dolían las rodillas cuando las chicas se sentaban en ellas. Los cuatro nos tomamos los dos fernetes y mates hasta que la yerba se terminó, nunca me enteré si las pizzas llegaron hasta que la luz del sol entró por la ventana y como pudimos nos fuimos a la cama bien acompañados.

A las 6 de la tarde me desperté, estaba todo sudado y las sábanas empapadas, me dolía mi parte íntima a horrores, el olor a humo y pollo era general, no entendía, miro a mi lado y la gorda Ponce roncaba como un león .

Camino a la habitación del Negro y lo veo durmiendo en bolas y abrazado con la menor de las Ponce.

Los despierto, quería saber qué había ocurrido, no entendía nada, mi amigo estaba más confuso que yo. El alboroto despertó a la mayor, y los cuatro empezamos a discutir sin sentido ni fundamentos porque ninguno supo lo que en realidad aconteció. Fue entonces que entendí el porqué del sufrimiento de las rodillas en el jueguito de la silla y el porqué del dolor en mi parte íntima, la gorda me había acogotado el ganso con la misma mano potente y vigorosa que acogotaba los pollos.

El Negro me llamó esta mañana, había hablado por teléfono con el sanrafaelino hacía minutos, ya lo liberaron bajo fianza, resulta que el tipo le advirtió que la yerba podría traer efectos colaterales, desorientación, fantasía y alucinaciones, sensaciones de dejá vù y reviviscencias. Un poco tarde las advertencias, el sábado que viene saldremos a bailar con las Ponce después de comer en el parripollo, el Negro y yo coincidimos, tenemos la misma sensación, creemos que estamos enamorados ¡qué bello se siente!

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