/El peor pedo que me agarré en mi vida

El peor pedo que me agarré en mi vida

Antes que nada aclaro, no fue «el peor» en sentido bochornoso, sino en el que más sufrí estar ebrio. Corrían mis veintipocos años y prácticamente estaba tocando el cielo con las manos, imagínense: de vacaciones con once amigos en Villa Gesell, con guita, sin mis viejos, sin novia y con todas las materias del año pasado metidas. Mis planes a corto plazo se limitaban a que tomar por la noche y a largo plazo eran donde ir a bailar, así que calculen mi grado de madurez.

Esas vacas estaban todos, el Garabito, el Tanque, el Gordo Rolo, el Gordo Pelota, el Flaco, el Cecil, el Pompi, el Rodilla, el Negro, el Yimi y hasta el mítico Ñata. Íbamos por la mitad de las vacaciones y ya nos habíamos mandado todas las posibles, hasta aspirar Eficient para ver que onda.

Aquella noche había sido definida como “la noche del escavio infernal”, ¿y en que consistía?, bueno… nos teníamos que empinar un bidón (si… bidón, ese envase plástico en donde venden agua destilada) de tequila “La Tristina”, les aseguro que “el departamento de marketing” que decidió ese nombre debe de estar ardiendo en el infierno, aunque los dueños del brebaje seguro deben ser socios del mismísimo Diablo. Básicamente “La Tristina” era agua y alcohol de curar, sin siquiera una pasadita por un yuyo o colorante que le de un matiz o algo más que gusto a muerte. ¿Y con que lo iban a mezclar los rudos, picantes, jóvenes, inmortales y machazos de los vagos?… lógicamente con sal y limón, tipo toc-toc. Como “shot” usábamos ese envase en el que venían los rollos de fotos para las cámaras (estamos hablando de principios de 2004, donde hablar de una cámara digital era como hablar de una moto voladora) por lo que obviamente era “a fondo blanco”.

Los doce nos pusimos alrededor de la mesa con “La Tristina”, la sal y el limón en el medio, como caballeros templarios  entorno al santo grial. Todos mirábamos al tequila con deseo, esa era la noche del escavio, su noche, sus quince, “La Tristina” estaba de gala y nosotros sedientos de aventuras… El juego era sencillo, había que ir tomando toc-toc’s en ronda, los que no soportaban mas aquel flagelo infumable debían abandonar la mesa, como un marino que abandona el barco sin saber quien iba a ser su capitán. Obviamente “el capitán” sería el último que quedase en pie, frente al tesoro, frente a “La Tristina”… y ese capitán debía ser yo.

Esa noche estaba más Bomur que nunca… ese era mi juego, mi noche, mi posibilidad de quedar como un groso aquellas vacaciones. Era capaz de matar a un sapo con las manos, comer polenta o cogerme un pelado con rollos en la nuca con tal de ganar. Era todo para mi, mis expectativas de vida se limitaban a tomar a “La Tristina” entre mis manos y fregársela en la cara a los flojos de mis amigos, que tanto se vanagloriaban de ser “ásperos tomadores”. Por ser un enano canchero, competitivo en todo a lo que gastadas y cosas inservibles respecta y porque mi fama etílica era tan pobre como el prontuario de garches de un nene de sexto grado. Yo no iba a ganar, sino que tenía que ganar, era mi deber, mi obligación, para lo único que estos pies habían pisado Gesell.

Arrancó la batalla, con una electrónica del más allá de fondo (no era que nos gustara, pero en las radios no pasaban otra cosa y a las minita’ no les gustaba la cumbia horrorosa ni los rocanroles drogones que llevábamos). Al cabo de dos pasadas el Flaco abandonó, no se bancó una tercera. Me sentía intacto, así que el Flaco fue el primero en sucumbir ante mis embates burlescos; “Flaco tu garganta es tan floja como tu pito”, “Flaco, ¿por qué no trajiste a tu mamá que chupa más”, “Flaco matate”, “Flaco manso cáncer”, “Flaco Tristina”, etc…

La cuarta ronda fue la que dejó al Garabito y al Cecil de lado y por culpa de la quinta ronda el Ñata se quedó dormido en la silla… dormido y vomitado. En el medio de la ingesta de la quinta ronda el Negro titubeo al tomar a la mitad del “fondo blanco”, por lo que perdió el juego. El Yimi “tenes menos aguante que la cola de tu hermana” desistió cuando decidimos que a partir de los seis restantes al toc-toc se le sumaba la “lambada”…

La “lambada” consistía en un zamarreo circular de la cabeza, propiciado por el participante de la derecha, apenas acabado el fondo blanco. Una verdadera y estúpida gracia, sin sentido, como todo lo que hicimos aquellas vacaciones, como todo en mi vida. Yo estaba muy mareado y me quedaban los pesos pesados, los gordos y fornidos del grupo, quienes por una cuestión física tienen más aguante que los miseria como yo. Pero lo había jurado por mi mamá que iba a ganar y mi orgullo no me permitía perder. ¿Qué anécdota les iba a contar a mis hijos cuando sea grande?

En el medio del zamarreo de la octava ronda, el Rodilla se encargó de enlucir dos metros a la redonda de su cabeza de una vomitona líquida y ardiente, por lo que fue descalificado. El Gordo Pelota se autodescalificó en la décima… lo que lo llevó a sufrir todo el yugo de un insoportable e inentendible Bomur, que ya estaba más agresivo que divertido.

El Tanque era mi temor, porque es igual de competitivo que yo y se había llevado todas las condecoraciones al momento de gastar a los perdedores (incluso acá me robe gastadas que eran de él, pero me da vergüenza robarle las gloriosas porque sé que va a leer esto y me va a decir que soy un merliya que se adjudica chascarrillos). Con el mismo temor que yo y su mirada clavada a fuego en mi, su estómago no resistió más y huyó despavorido a enchastrar el inodoro del baño… muy fino el perdedor, pensé victorioso.

Quedaban los gordos grosos, el Rolo y el Pompi. A la vuelta doce yo ya estaba hecho harapos, el Garabito me envalentonaba, yo creía que lo hacía de onda, pero en realidad lo hacía porque sabía que en cualquier momento iba a caer como un edificio viejo al cual detonan desde el subsuelo. El muy culiado incitaba a la vagancia a alentarme y vitorearme, mientras yo reía como un loco empedernido.

Por esas cuestiones de la vida que uno jamás termina de entender, como la relección de Menem o que se siga vendiendo el fernet Vittone, el Rolo abandonó en la ronda catorce, dejando como únicos jugadores al Pompi y a mí. El Pompi estaba intacto el muy culiado y yo ya no podía respirar, sentía un ataque de meteoritos en la cabeza y filas de gorilas pegándome batazos en la nuca, mientras miles de mariposas ácidas me revoloteaban en las tripas. Tenía que tomar una decisión drástica, una jugada arriesgada. Mi descalificación era asegurada, me tapaba la vomitona con las manos, así que decidí retrucarle la propuesta al Pompi… “ahora los toc-toc’s son a fonda blanco y sin nada, ni sal, ni limón, ni nada y con “lambada” doble realizada por el violento Cecil.

Rápidamente me surtí la ronda quince y la dieciséis, para apurarlo al Pompi… ¡no lo podía dejar pensar! Y fue esa movida la que me llevó a la victoria. Mientras se empinaba la ronda dieciséis, la anterior le produjo una arcada, lo que lo llevó a cortar la ingesta. En ese milisegundo volví a estar tan consiente como cuando fui a rendir para el carnet de conducir por tercera vez. Señalé al gordo Pompi al grito de “¡¡¡¡perdedooooooooor!!!!” y de huevo, de puro picante nomás, me empiné al hilo dos fondos blancos más, como para que quede bien claro que el ganador indiscutible era papá… esa fue una de las peores cosas que hice en mi vida.

Los vagos me levantaron por los cielos y el mundo se me vino abajo, me subieron al Enterprise a velocidades vertiginosas en un vórtice frenético imparable y desastroso. Al cabo de una hora todos estaban rescatados, menos el Pompi por secundarme, el Garabito de puro ebrio y el Flaco porque se había quedado en un costadito chupando fernet a hurtadillas. Mientras que yo estaba completamente arruinado, sentado, con los ojos inyectados de gloria, con palpitaciones, pero extremadamente mareado, con vomitonas, olor a chivo y babeando… espanto total.

Se emperifollaron los perdedores, que de perdedores nada tuvieron esa noche y se quedó el ganador, o sea yo, que de ganador no tuve nada, con tres rezagados tan ebrios como quien les cuenta. Se me fueron los vagos y de borracho traté de frenarlos, un pechazo del gordo Pelota me acomodó en mi lugar, sentadito al lado de la puerta, acompañando de los otros tres quemados, con las llaves entre mis piernas (cosa que no me di cuenta). Pasaron los gritos y me vi solo, borracho, reventado y a los llantos (porque los extrañaba…) Entonces lloré, lloré y lloré y de pronto comencé a ver mal (en aquella época usaba lentes de contacto), mal… mal, mal, me restriego el ojo lloroso y ¡chau!… me queda el lente en el dedo. Cabe aclarar que cuando se sale un lente de contacto hay que ponerlo en un líquido especial, para que no se seque y arruine. ¿Y donde estaba el cosito de los lentes? Adentro de la casa… ¿y donde estaban las llaves? Obviamente estaba convencido que se la habían llevado los chicos, así que decidí “depositar” el lente en mi boca, intentando esperar el regreso de mis amigos.

En un momento levanto la mirada, con un ojo a la miseria, hinchado y colorado, el otro perdido y esforzado al mango y veo la peor imagen que pueden haber visto mis ojos. El Pompi estaba completamente en bolas, como una morsa rosada o un chancho afeitado, en el medio del hall de la casa, diciendo que “alguien” le devuelva la ropa, que tenía frío, mientras el Garabito le hacía una llave de judo al Flaco. El tema es que cuando estos dos últimos lo vieron al Pompi, comenzaron a reír estrepitosamente y de tanta carcajada, el Garabito lo vomitó al Flaco que estaba debajo de él… ¡y ninguno de dejaba de reír e incluso reían más de lo bizarro de la situación!… En ese momento muero a carcajadas y entre una y otro ¡glup!… me trague mi lente de contacto. No paré de reír ni llorar. Realmente fue demasiado. Sobre todo cuando me di cuenta de que la llave estaba entre mis piernas y de que el Ñata estaba durmiendo adentro de la casa…

Nunca más pude tomar tequila y mi culo ve muy bien el cagar en cualquier lado.

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