/El primer encuentro ardiente con mi prima lejana

El primer encuentro ardiente con mi prima lejana

Domingo, día espantoso si los hay, sobre todo para alguien que aprovecha al máximo las bondades del fin de semana. Para colmo de males tenía una reunión familiar, pero no de mi familia cercana, sino que de toda mi familia completa, incluida parentela jamás vista, o conocida de chico. El evento era en un camping de Luján, por suerte tenía pileta.

Cuando llegué tuve que soportar el maleficio de saludar a todos, y hacerles recordar a cada uno de los post-setente quién era. Fue entonces cuando se me hizo imposible no dirigir la mirada hacia Gimena.

Gimena era una prima segunda por parte de mi vieja, la última vez que la había visto yo tenía quince espigados, tormentosos, afónicos y sobre exaltados hormonalmente quince años y ella unos infantiles, aniñados, tiernos siete. Ahora era un infierno de veinticuatro años, de baja estatura, pero de tremendas curvas. Llevaba puesto un short suelto que dibujaba la silueta perfecta de un culo potente y torneado, típico de las petisas. Arriba llevaba el corpiño del bikini, luciendo una pancita justa y dos pechos naturales y bastos. La cara de Gimena era magnífica, una mezcla de picardía sensual, con juventud y frescura. Sus ojos chispeaban entre verde y almendra y el pelo azabache ofrecía el contraste justo con su tez blanquecina, anaranjada por el sol de verano.

Sin dejar de mirarla me arrimé a saludarla…

– ¿Te acordas de mí? – le pregunté mientras la saludaba con un abrazo.

– ¡Obvio que sí! Yo jugaba con tu hermana más chica – me contestó.

– Si me acuerdo jaja, ¡que linda estas! – le dije con un tono que sonaba más familiar que piropero.

– ¡Vos también! ¡Estas igual de lindo que siempre! – dijo, pero su tono no fue familiar.

Bastó ese comentario y su mirada picante para darme cuenta de que estaba todo más que bien. Seguimos charlando entre risas inconscientemente cómplices, hasta que llegó la hora del almuerzo. Gimena se sentó delante de mí. Charlando, mientras jugábamos a no bajar ninguno de los dos la mirada, nos decíamos más cosas con la vista que con la boca, mis ratones comenzaron a correr. Trajeron la comida y de pronto sentí un cosquilleo en los pies. Yo estaba de ojotas y ella con sus pies descalzos comenzó a rozarme. Sin dudar me quité las ojotas y le seguí el juego. Sus ojos me dijeron que no fue sin querer, así que la dejé que subiera un poco su pie por mi muslo, hasta que su risa fue más fuerte y bajó nuevamente. Estuvimos todo el almuerzo charlando y acariciando nuestros pies… gran comienzo de un evento horrible.

Llegó la hora del postre y se acercaron dos primos nuestros.

– ¿Vamos a la pile? – preguntó mi primo Marcos.

– Yo me voy a meter más tarde, me hace mal tanto sol – contestó Gimena – ¿Por qué no jugamos un Truco antes?

– ¡De una! – apoyé la moción.

– Dale, mejor Marcos, después vamos a la pile – dijo mi otra prima Laura.

– Hombres contra mujeres – dijo Gimena y se sentó a mi lado.

El truco fue una excusa para estar más cerca. Mientras esperaba mi turno, con una mano sostuve las cartas y puse la otra en la rodilla de mi prima. Me miró risueña y no dijo nada. Comencé a subir, lentamente, bajando nuevamente hasta la rodilla y subiendo cada vez más arriba. Mi malla no pudo disimular mi erección. Gimena estaba levantando temperatura también. Sus ojos no habían perdido la chispa, pero ya no eran de humor, sino de zozobra. Cuando subía me miraba con sed, rogando porque todos desaparecieran. Me detuve en su entrepierna, acariciando su piel. Ella se empezó a agitar, yo estaba loco. Entonces subí un poco más, hasta llegar justo al punto de peligro. Mi dedo meñique sentía el calor de su cuerpo, sobre el pantalón, suavemente comencé a presionar contra ella… y llegó mi turno.

La tarde pasó entre charlas, miradas y caricias bajo la mesa. Yo estaba al palo. La familia estaba dispersa por todo el camping, no había forma de ocultarnos, la cantina era un quincho abierto y no había nada más que pasto y pileta. Tipo siete y media empezó a atardecer, era un enero caluroso. Varios familiares comenzaron a irse, incluidos los viejos de Gimena. Me iba tocar llevarla hasta su casa, mi inmensa emoción duró hasta que otro de mis primos también me pidió que lo llevase, ya que vivía cerca de Gimena. Esto no podía quedar así. Salieron todos de la pileta, ya que los guardavidas también se habían ido. La mayoría se fue a jugar a la pelota y varios más a ver el partido.

– Ahora puedo ir a la pile – dijo Gimena a viva voz, entre los pocos parientes que quedaban cerca de la mesa.

– Vamos… yo te acompaño – dije bondadoso – ¿Alguien más quiere venir? – pregunté para no levantar sospechas.

Nadie quiso. En cuanto nos dimos vuelta Gimena no pudo contener su mueca risueña, yo tampoco. Llegamos a la pileta y había algunas personas, unos flacos metidos, algunas chicas en unas reposeras, todos en la parte profunda. La pileta tenía forma de riñón y hacia la parte baja no había nadie, un puente separaba ambas partes haciendo invisible, para los de un extremo, poder observar el otro lado de la pileta. Por esas cuestiones de la vida, para ambos, fue la primera vez que decidimos quedarnos en “lo pandito”, como le decimos en Mendoza.

Me metí primero, Gimena se quedó quitándose el short. Era una preciosura, tenía un par de piernas fornidas, torneadas y firmes, su culo potente estaba marcado por la tanga que hacía las veces de bikini. El agua fría no paraba mi calentura, se ató el pelo y entró al agua haciendo caras por el frío y poniendo boca de pato como mueca, cosa que me hizo enloquecer. Sus pezones se endurecieron por el frío y colapsaron en su corpiño. A modo de chiste la empecé a mojar, ella hizo lo mismo. Poco a poco nos fuimos acercándonos, mojándonos como dos adolescentes, le dije que se mojase el pelo, contestó que no, le dije que la iba a hundir, contestó que la atrapase, se me escapó unos metros, nadé y la tomé por detrás. Al abrazarla la acerqué hacia mí e hice que sintiera toda mi hombría en su cola. Se acabaron las risas y los juegos.

Rápidamente se dio vuelta y me abrazó por el cuello, mientras nos corríamos un poco hasta poder sumergir nuestros cuerpos. Llegamos casi a la mitad de la pileta. El glorioso puente hacía que quedáramos invisibles desde todos los flancos. Si alguien venía lo íbamos a ver desde lejos, la salida estaba en la otra punta, estábamos ella y yo en el mundo.

Comenzamos a besarnos fogosamente, Gimena se abrió de piernas y me rodeó. La puse contra la pared de la pileta y seguí besando su boca y su cuello, mientras le acariciaba la cintura y bajaba hacia sus muslos. El agua, más el bronceador del día, hacía que la textura de nuestras pieles fuese perfecta, aceitada, resbaladiza. Gimena me desprendió la malla y me agarró firme, “tenía muchas ganas de tocarte”, dijo mientras me frotaba hacia atrás para desatar todo mi esplendor. Bajé mis manos y entré con mis dedos desde atrás. Sus gemidos me ardían en los oídos. Le mordí el cuello, la pera, las orejas. Ella empezó a masturbarme con energía, mi verga estaba hinchada, latente y lista para cogerla. Le bajé el corpiño y sus dos tetas quedaron en libertad, rebotando y brindándose como un amanecer para mi boca. La levanté un poco y la puse a la altura de mis labios, comencé a chuparle esos pezones duros, parados, rosados. Gimena había dejado mi pene a punto, ahora acariciaba mis cabellos mientras me sumergía en su escote, suspiraba hondo y se mordía el labio inferior de ansiedad.

Sin dejar de besarle los pechos le corrí la tanga de la bikini, yo tenía mi malla por las rodillas, entonces la penetré de a poco, hasta estar completamente dentro de ella. El agua hacía que toda nuestra zona perdiese su lubricación natural, por lo que cada embate mío generaba un dolor placentero y sensual, sumado a gemidos de sufrimiento delicioso de ambos. Todo en Gimena era pequeño, mi verga hacía estragos es su vagina. Yo la sentía gozar y tiritar del placer. Ya no nos importaba nada, seguimos nuestro frenético bamboleo, mientras mis manos explotaban sus tetas y ella me rasguñaba la espalda. Se abrió completamente de piernas y me hundí hasta lo más profundo de su ser, haciendo roncos sus gemidos. Mi penetración era corta e intensa, sentía todo el candor de su interior en mi piel. Mientras nos besábamos era tal la calentura que la saliva nos corría por las comisuras de los labios, esa imagen me hacía pensar a Gimena chupándome entero, con esa saliva aceitando mi cuerpo. Le metí un dedo en la boca, me lo succionó  con cara de perra. Estaba en lo cierto, Gimena sabría chuparla fantásticamente.

No nos importaba nada, estábamos los dos cogiéndonos furtivamente en el medio de la pileta, vacía ya de intrusos. La llevé hacia la parte baja, hasta dejarla semi sentada en las escaleras. Me puse sobre ella y continué garchándola como una fiera salvaje. Gimena pedía más y me decía ordinarieces hermosas al oído, hasta que me pidió que le acabe en la cara. Esa frase generó un hervor en mí y continué hasta que no pude más, entre los gritos de mi prima y mi ardor. Entonces me corrí, ella hizo la cara hacia atrás, como quien toma sol, y luego de dos o tres zamarreos, exploté en su rostro. Un turgente de semen la bañó por completo, mientras ella lo saboreaba son su lengua y reía con placer. Todo mi ser se esparcía por su pera, mientras tragaba las sobras y suspiraba rendida.

Fue un grandioso primer encuentro, que no regaló varios meses de una intensa y prohibida relación.

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