/Emanuel, el escribano

Emanuel, el escribano

Una vez me dijeron que “de la manera en que pasas el primer día del año, es la manera en que vas a vivir el resto de él”. Desde chiquita me traumaron con eso, así que intenté en todos los festejos de “año nuevo” pasarla como “Dios manda”… no me sirvió un carajo porque en mis 20 años de vida he recibido más cachetadas que Don Ramón. Pero, en fin, soy supersticiosa así que mantuve mi teoría.

Brindis, pollo relleno, torta helada, abrazos y bendiciones. Inicio del año 2016, supuse que iba a ser un excelente año porque era número par, Cristina había dejado el poder y finalmente teníamos chances de ganar la Copa América de la mano del enano. Me junte con mis amigos, también brindamos y disfrutamos el momento… pero, algo ocurría, me sentía incompleta. Estaba terminando la noche y no descubría que sucedía en mí. ¿Qué me pasaba? Fue cuando recibí un whatsapp de un “Emanuel 39 años” (así lo tenía agendado) procedente de Tinder. Si señores, volvieron las historias de Tinder.

“¡Feliz año nuevo! ¿Qué andas haciendo?” En ese momento mi cerebro hizo un clic y reaccione ¡claro! me estaba faltando una noche alocada como para cerrar, pensé, si empiezo el año usando a la amiga de abajo, capaz tengo buena racha durante el resto. Dicho y hecho, sin responderle su saludo le dije “veámonos”

A la media hora me encontraba en su casa. Hacía tiempo que había dejado de hacer la rutina de “veamos una película” fuimos directo a su sillón y brindamos. Nos deseamos buena vibra y charlamos unos micro segundos. Cuando quise acordar ya me estaba comiendo la boca. Me levanté y fuimos hasta su habitación. Debo decir que fue buen sexo, no detallaré esta historia, sino la que viene a continuación. Él me dijo que iba a viajar durante tres meses a recorrer Europa del Este (si señores, hay gente que tiene esa suerte, yo solo iba y venía a la plaza España) por ende supuse que era algo de una sola vez, así que le desee buen viaje y me retiré.

Pasó el tiempo, abril del 2016, estaba cursando mi segundo año de facultad. Me sentía más vieja chota que Susana Giménez preguntando por los dinosaurios vivos. En eso me llega otro whatsapp, era él, Emanuel. Había vuelto de su magnífico viaje y me quería ver. Le dije que estaba en clase, que no podía irme, a lo que refutó con que vaya a verlo a su estudio, que ¡oh! sorprendentemente quedaba a la vuelta de mi facultad. Sí, no miento, a la vuelta. Esperé al recreo, agarré mi cartera y me dí la vuelta manzana. Debo confesarlo, no sabía a qué iba exactamente, yo pretendía charlar tomando una agüita saborizada y hablando sobre los maravillosos lugares que este hijo de puta había conocido mientras yo iba al Dique Potrerillos.

Llegué, subí por el ascensor hasta el segundo piso, y lo ví. Me invitó a pasar y me dió una nalgada en la cola. Inesperado, pero buena jugada. Agarró mi cartera, la dejo en una silla y me tiro al sillón que tiene en frente de la mesa de reuniones. Me comió la boca. No pude ni reaccionar a decirle “hola” que ya tenía su mano en mi pantalón. Así que, simplemente me deje llevar por la situación que ya hablaba por si sola. Me pare y lo senté a él en el sillón, comencé a desvestirme lenta y delicadamente frente a él, tenía sus ojos penetrantes en mí. Esa cara de nene me encantaba. Me di vuelta y baje suavemente mi pantalón, dejando ver mi blanca bombachita justo a la altura de su cara. Abrí mis piernas y me senté en el. Nos besamos un buen rato, deslizaba su mano por mi espalda y cada tanto mordía intensamente mis pechos. Estaba caliente, sentía ese cosquilleo de placer en mi entre pierna. Quería más.

Desprendí su pantalón y metí mi mano derecha mientras besaba su boca, comencé a frotarlo. Suave y lento. Estábamos tranquilos, era el reencuentro de aquella noche de año nuevo. Noté cuando se puso duro, así que me arrodillé e hice lo que más me gusta hacer. Ingresarlo en mi boca. Emanuel suspiraba de placer, en cuanto a mí, era el mejor recreo educativo de mi vida. Lo saboreé durante largo rato. Cada tanto lo llenaba de baba y mi lengua jugaba. Sus manos se perdían entre mis rulos rubios, agarraba mi cabeza con fuerza pero a la vez con tranquilidad. Le encantaba mirarme, encontraba sexy mis lentes con mis ojos fijos en él. Sacó del bolsillo de la remera un forro y me pidió que se lo ponga. Obviamente, lo hice sin usar manos. Era mi momento de sentirme libre de hacer lo que quisiese.

Se levantó, me dio vuelta y me tiro contra la mesa negra de reuniones. Inclinó mi cuerpo sobre ella dejando mi parte trasera a él. Bajo mi bombacha blanca mientras mordía mi parte baja de la espalda y cola. Mis pezones duros pero sensibles sentían el frío de la mesa. Con mis manos apreté los bordes esperando el momento de ¡ay! la sentí en mí, había entrado con fuerza. Comencé a gemir y respirar con rapidez. El comenzó a agilizar el tiempo. Tenía la mente en blanco, solo sentía ese dolor placentero y el sonido de su pelvis chocando contra mí. Mi cuerpo se estremecía con cada contacto, mi piel se tornaba en piel de gallina, mis piernas empezaron a temblar, no daba más. Estábamos en nuestro máximo punto, hasta que escuche su larga y relajante exhalación de aire. Había acabado, habíamos acabado.

Entre al baño a arreglarme un poco, tenía que volver a clase. No podía dar ninguna pista. Cuando salí me estaba esperando con algo para tomar. Nos sentamos unos segundos y charlamos sobre aquel bendito viaje, me mostró fotos y me contó anécdotas.

Era momento de irme, me acompaño hasta la calle y nos saludamos. Me estaba yendo cuando gire media vuelta y le pregunte:

– A todo esto Ema, ¿Qué sos?

– Escribano

– Ah, okey escribano, en estos días regresare por el trabajo pendiente

Sonrió pícaramente y nos despedimos. Volví al curso bajo el pretexto de “haber ido a la fotocopiadora a encargar los libros de cátedra” y me senté ya lista para la siguiente clase.

Pero esa mesa de reuniones, ese sillón, ese ascensor en aquel estudio notarial han vivido historias de las que no se imaginan. Historias de oficinas pasionales, extensas y divertidas. Otro día les contaré.

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