/¡Me enamoré de ese perfil trucho de Facebook!

¡Me enamoré de ese perfil trucho de Facebook!

Su muro atraía, se denotaba que era diferente a los demás. Compartía información de última hora, con fuentes chequeadas lo cual era un punto a favor. No voy a negar que no sospechara que era un perfil trucho, esas son cosas que se notan; una foto de perfil demasiado voluptuosa de alguna asiática. Algo desencajaba con el estereotipo de por acá, un muro 0km dónde ni la tía le dejo una imagen de felicitación con Gaturro de año nuevo.

Era uno trucho con todas las letras, lo voy a admitir. Prácticamente decía “vení que te robo los números de la Nevada y me compro un monociclo y papel picado para festejar que te rompan el culo con las facturas online que no vas a poder pagar con el sueldito que te gastas en salamín y pategras”. Pero había algo que me agolpaba el corazón. Era su sentido de generar polémica, tener seguidores que no la putearan. La gente sentía empatía por sus estados. Uno una vez decía, “Que ricos los choripanes de abajo del puente, pero me compro unos a la vuelta de mi casa y salen mejores” y sus reacciones y comentarios se derramaban por toda mi pantalla cual aceite de bebé en una noche de autoplacer. La gente le comentaba con fundamentos, la adoraban. Veías su foto de perfil de un rubio platinado danzando entre comentarios de fotos varias. Había uno con la imagen de un dibujito poco conocido de los noventa, otro que estaba posando en un auto de alta gama que evidentemente no era suyo, también comentaba una que exhibía a sus hijos como premio ordenados de mayor a menor, hasta uno que tenía una pija en primer plano para cazar alguna damisela desprevenida en necesidad de piel lustrada a mano.

Cabe mencionar que nunca interactúe, soy una persona que muchas veces no puedo seguir el tema de conversación con facilidad así que me limitaba a aportar mi like a su colección. Fue algo que lo hice desde su nacimiento virtual. O sea no lo digo literalmente, sino que dió la orden con su tecla de enter y un montón de unos y ceros empezaron a copular virtualmente hasta conseguir el fruto de un muro en el cual yo me pude deleitar. Desde ahí estuve yo, desde ese momento. Qué fui su amigo número veintidós, siempre aportando con likes desde el fondo de la red.

Todo esto lo cuento como para entrar al hecho de que fui el que empezó la conversación buscado matar un poco el ocio y bueno, también un poco para probar suerte.

– Hola.

– Holapa, ¿Comopoandapas?

– Jajapatodopobienpe.

– Ah, sosre copado.

– Gracias, vos también

– Siempre sigo tus publicaciones.

– Si, siempre veo tus interacciones.

– Es que tienen un algo que atrae, como si plantearas algo utópico.

– Son cosas que se me ocurren. No es para tanto jajaja.

– Che…entre vos y yo, ¿Sos vos la de la foto de perfil?

– ¿Sabes que no sos el primero qué me lo ha dicho?

– Qué se yo… lo decía por…

– ¿Lo decías por qué no puede existir una mujer sexy e inteligente, que plantee temas de debate y de interés? Porque si las hay ¿Sabés? Machista opresor.

– ¡No!, es que pensé que eras re trucha, discúlpame, en serio. Sos una mujer hermosa.

– Jaja gracias, vos también sos hermoso.

– Gracias jajaja, hacía mucho que no me decían eso.

– Lo sos.

(Mientras adjuntaba un gif suyo que daba vueltas enfocando una habitación desordenada, un par de tetas bastante agraciadas y terminaba en un beso que se repetía en un loop vertiginoso)

La conversación siguió con un ritmo bastante erotizado y termino con un montón de fotos de mi miembro viajando por banda ancha. Ella por su parte respondía con un culo esculpido a cincel y comentarios relacionados a dónde podía decantar el jarabe de palo.

No obstante, mi obsesión de verla me llevó a usar conocimientos que había aprendido de casualidad, leyendo notas de diarios baratos y blogs de gordos dedicados a la computación. Las imágenes que conseguí de ella de su orto, tras una investigación rápida me llevaron hasta su verdadera identidad. O mejor dicho a la china que le robaba las fotos para publicar en su perfil. La mujer real se dedicaba a ganar dólares con vídeos por webcam dónde mostraba cuanto se puede llegar a dilatar una vagina que de hecho nunca pensé que podía llegar a ser tan tanto que debería cobrar peaje. Y en su perfil de Twitter llevaba publicada una seguidilla de fotos y gifs que me resultaron muy conocidos.

Por otra parte conseguí la geolocalización desde donde me habían mandado las fotos. Fue un domingo al mediodía, después de dedicar un tiempo de pensar que es como le digo yo a “ir al baño a hacer el número dos”, que decidí viajar unos 18km en Renoleta para recibir la verdad. Quería encontrar a la culpable del robo de mi corazón.

El lugar era una rotisería de barrio, tras la puerta se mezclaba el olor a picadillo de empanadas y cigarrillo que emanaba de un cenicero atragantado de colillas. El causante era un hombre que te recibía en el mostrador lo suficientemente concentrado armando empanadas. Su brazo coreografiaba entre el cigarrillo de su boca y en mojar los dedos delicadamente, a lo lejos sentí unos acordes, por el paisaje aledaño al lugar presumí que estaría escuchando el Pepo o cumbia reventada de siesta y pasión de sábado, pero no… estaba escuchando a Mozart, igual que mi asiática. El tele prendido no tenía puesto el Torrente de alegría o no se… Crónica, sino que miraba de reojo el History Channel. El canal que compartíamos como favorito con mi amor platónico.

Entré y se quedó inmóvil… dejando el repulgue a medio hacer, se le cayó el relleno de la empanada entre los dedos. Yo estaba tieso en la puerta… sin saber qué hacer, con un mar de dudas internas, pasionales, sentimentales, confusas, vergonzosamente varoniles… fue un instante… sus ojos pardos se posaron sobre los míos, su papada tiritó un par, yo mandibulié dubitativo, la tensión del lugar se cortaba con un papel de fumar, todo alrededor se detuvo, el tiempo colapsó, querubines de colores berreta descendieron del descascarado techo del antro gastronómico para asaetarnos entre mis muslos y los flotadores del cocinero celestial, seguíamos mirándonos desafiantes, a ver quién se animaba a dar el primer disparo… ahora, él, yo… los dos, le digo, me dice, me animo, se anima, se declara culpable, me declaro enamorado, me pide perdón, le digo que no importa, me ofrece probar, le cuento que tengo hemorroides y un sinfín de cosas se me cruzaron por el cráneo en un homosegundo…

– ¿A cuánto la media de humita? – fue lo único que me animé a decir.

– Cincuenta peso’ – respondió con su voz varonil…

Y fue así como salí triste y confundido de aquel lugar, me clavé las empanadas y la eliminé para siempre de mis contactos.

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