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Historias Cruzadas: Su alumna preferida

Esta nota inaugura una nueva sección propuesta por mí: Historias Cruzadas. En ella cruzaremos historias hot con los lectores, relatos eróticos, anécdotas porno y litearatura sexual que no se animen a contar o que necesiten un empujoncito para poder ser escritas, yo voy a coescribirlas con ellos.

Así que si tenes tu historia y no sabes cómo llevara a letras para que quede eternizada en una hermosa nota, no dudes en escribirme a mi facebook:

Vamos a la primer nota…

Su alumna preferida

Según él, es un pibe de barrio, escucha rock nacional y toca la guitarra con sus amigos. Vive el día a día sin ninguna preocupación. Para él todo con una birra y un poco de charla tiene solución. Amante de la libertad, la política y mi cintura…

Diez años mayor que yo.

Según yo, el hombre que llegó para enseñarme sobre la vida, que me dedicó sabias palabras en momentos claves. El que me llenó de poemas e historias. El que me conquistó diciéndome al oído lo bien que le hacía mi presencia…

Diez años menor que él.

Profesor de histología en mi facultad. Seguro de sí mismo, autor de miles de fantasías en mis compañeras, autor de las mías. La realidad es que es un gran venerador de las mujeres, de sus virtudes, de sus cuerpos, de su caminar. Tratándolas a todas por igual, llenándoles los tímpanos de palabras bonitas. Todo eso por una noche y si hay suerte dos o tres. Dichosa la que lo lograra, dichosa fui yo…

Tenía un vaso de cerveza en la mano a punto de terminarse, me movía al ritmo del rock que estaba poniendo el dj. Siempre amé la música de la “New Rock”. Me hacía sentir en espacios de épocas distintas cada fin de semana. Me había puesto a observar a la gente, como se movía, como bailaba, como eran ellos mismos sin ningún prejuicio. Disfrutaba de eso. Cuándo le estaba dando el último sorbo al vaso levanté la vista y lo vi entrar. Un cosquilleo se apoderó de mi nuca, mis pies quedaron fijos en el piso. Le clavé la mirada mientras que con la boca ingerí alcohol.

Nunca imaginé que nos íbamos a encontrar en ese lugar, en esa noche.

La música transcurría y te movía el cuerpo, la cerveza no dejaba de ser la más elegida de la barra, yo caminaba buscándolo a él. Empecé a sentir una mirada pesada e intrigante sobre mí, presentía que era la suya, presentía que eran sus ojos. Me di vuelta para encontrarme con esas ventanas curiosas que soñé tantas noches. Apenas me reconoció sonrió, con esa amplia y brillante sonrisa que tiene. Apenas vio que me acercaba a él se le prendió fuego el cuerpo. «Mi alumna preferida», me dijo cuándo lo saludé. Me reí y le permití que me abrazara.

Me dejé llevar por sus extremidades, por sus manos que me recorrían la espalda de una forma única, por sus palabras, por la manera en que sus labios decían la palabra «nena» cada vez que se refería a mí, me dejé llevar por esa mirada fatal..

Él se dejó llevar por mis palabras al oído, por el movimiento de mi cuerpo, por mis manos en su cuello, por mi cintura que tanto le gustaba y no perdía tiempo en recordarlo, por mi sonrisa a centímetros de la suya.

Y los dos nos dejamos llevar por la música, por la cerveza y… por los besos.

En aquella fiesta, en aquel rincón, nos hicimos uno mismo. Nuestros labios se sellaron de manera acorde al ritmo de los Stones. Me tenía apoyada contra la pared, nuestros pechos se tocaban y les juro que podía notar como su corazón latía. No fue lo único que noté.

Él siempre me tuvo como una niña inocente, estudiosa. La típica estudiante que levanta la mano en clase con la respuesta correcta. Pero él podía mirar atravesó

de mi cornea y notar el fuego que habitaba. Esa llama roja producto de él. Si bien me encantaba jugar aquel papel, no era lo que pretendía esa noche.

Después de varias canciones a puros besos y chupones en el cuello. Después de sentir su corazón latir como el mío y su miembro inflamado. Le deslicé las uñas por todo su brazo hasta acabar con nuestras manos entrelazadas. Caminé hacia al baño y no hubo necesidad de darle explicación. Él sabía lo que se venía.

Esperamos a que los guardias se distrajeran y en un micro segundo ingresamos al cubículo número tres. El del final, y por suerte el más limpio. Entendía la situación en la que estábamos por ende no disponíamos de mucho tiempo. No le pregunté, no le sugerí, simplemente me arrodillé y desprendí su jean.

Mis cancanes negros fueron deshilachándose en las rodillas. Sus manos agarraron mi cabello. Mi boca bajó aquel bóxer y su mástil golpeó mi frente. Con total sutileza y cara de ángel lo miré a sus ojos y susurré: “por siempre tu alumna preferida”.

Devoré su verga.

Le practiqué sexo oral con Bowie de fondo. Llevé hasta donde más pude aquel mástil. Mi profesor soltó mi pelo y se agarró de la superficie de la puerta. Con la mano restante se sostenía la cabeza secando su transpiración. Había calor, mucho calor. Era un incendio en el baño, sumado a la excitación de ambos.

“Nena no puedo más, no doy más, necesito acabarte” dijo carraspeando la voz. Yo me separé de él y procedí a abrir mi boca como cuando vamos al doctor. Su líquido blanco semi espeso sació mi sed a la perfección. Limpié los restos y me levanté para sellar aquel momento con un beso.

No me olvido más ese rock que compartimos en la pista, esos brazos que me daban seguridad, ese cuerpo que encajaba perfecto conmigo. No me olvido más ese «alumnita preferida». Ni mucho menos me olvido del baño número tres y mis cancanes rotos.

Coescrito con Venus para la sección “Historias Cruzadas”.