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Invitaciones Indecorosas: finales felices

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Leer la intro
Leer el nudo

Sonaba Muse.

Sus rulos estaban inquietamente excitados igual que yo. Teníamos que ponernos a escribir y nos excitaba la idea.

Todo nos excitaba.

Mirábamos las copas, nos buscábamos la mirada, nos reíamos. Acerqué mi cuaderno y lapiceras. Tiramos los almohadones al piso y nos pusimos en el suelo como niñas que se disponen a dibujar. Yo escribía ideas al aire en el papel, todavía sin cuerpo y ella delineaba mis piernas con el capuchón de la birome.

-¡Me haces cosquillas!

-Shhh… ¿no estabas escribiendo vos?

Podía sentir el calor del vino en mis mejillas y éstas robándole espacio a mis ojos. Podía sentir la necesidad de humedecer mis labios más seguidos y la yema de sus dedos cada vez más cerca de mi sexo.

-¿Qué haces? Así no puedo…

-¿Cómo que no? ¿Nunca trabajaste bajo presión?

-Esto es acoso, Lovely.

-Disfrutalo entonces…

Yo estaba boca abajo, intentando darle un rumbo a las ideas mientras ella jugaba con mi ropa. Me levantaba el vestido, ponía la lapicera entre las costuras de mi ropa interior y escribía cosas que no llegaba a leer. Decía que jugaba a que me tatuaba y escribía frases de canciones en mis muslos y hacía estrellas por todos lados.

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Sumergió su dedo índice en el vino y roció gotas de líquido rubí en el surco de mi espalda. Los lamía uno por uno cuando una pregunta totalmente fuera de contexto me distrajo.

-¿Por qué no te volves a Mendoza?

-¿Y esa pregunta? – dije mientras la miraba sobre mi hombro.

-Se me ocurrió…

-Allá tengo mi trabajo y proyectos nuevos, no creo que vuelva. Al menos por ahora. ¿Vos no pensaste en irte alguna vez?

-A lo mejor se me cruzó la idea pero no. Podría irme mil veces pero siempre volvería… es como “Ashes to ashes” de Bowie. Hay miles de canciones de él y siempre vuelvo a la misma.

No sabía cuál era la canción pero sí que le gustaba mucho Bowie, así que para no pecar de ignorancia, sonreí. Escribió “Show me who you are, and I would be your slave” en mi brazo y me quitó la lapicera. Me di vuelta y pude ver como la escondía en la parte posterior de su ropa interior y me desafió a buscarla.

-A mamá mono con banana verde, no.

-I mimi mini quin binini virdi, ni….

Largué una carcajada y me levanté del piso a buscar la birome. Pegó un grito gracioso, saltó la mesa ratona y se subió al sillón sin almohadones. Luego saltó al sillón individual. Me divertía ver sus piernas torneadas haciendo equilibrio. Nos miramos como rivales en juego, achinando los ojos imitando una falsa escena de Kill Bill. Salió corriendo por al lado mío, la agarré de la cintura. ¡Se me escapó! Bloqueando la entrada con una silla se escondió en el cuarto. En menos de lo que demoro en escribir esta secuencia, corrí el obstáculo y entré en la habitación. Se subió corriendo a la cama y al querer escaparse otra vez, alcancé la tela de su cola less y tiré fuerte de ella.

Un sonido nos detuvo. Rassssh. Nos miramos con los ojos más grandes de lo que ya los tenemos, apretando los labios con una sonrisa que no se podía disimular.

-Huy… -dije a las risas.

-¡Boluudaa!

-¡Te la rompo entera si no te quedas quieta! – y seguimos el juego de persecución en la cama.

La giré boca abajo y forcejeando bajé la bombacha hasta sus rodillas. Me senté sobre ella y entre cosquillas y manos inquietas un dedo se sumergió en su curiosidad latente. Húmeda, tibia y -después de llevar uno de mis dedos a su boca que estaba en la mía- dulce, increíblemente dulce. Mis pechos en su espalda, mi mano derecha en ella desde atrás y la izquierda sosteniendo su muñeca o tal vez su pelo… no sé, no lo recuerdo bien.

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Giró su cuerpo en la cama y entre besos terminamos de sacarnos la ropa que quedaba. Fue a buscar mi amigo de silicona y lo trajo.

-Yo lo hago-dijo.

-¿Qué vas a hacer vos? Acostate y dejame a mí.

Sonrió y se dejó llevar por la curiosidad y el hedonismo de disfrutar cuando nos toca, de abrirse a recibir y no cuestionar de quién viene.

Volvió a su posición anterior y abriendo sus piernas me invitó a pasar. Mojé mis labios, relajé la lengua y comencé a contornear todo su sexo hinchado de placer. La viscosidad de sus fluidos era perfecta para empezar la mejor parte. Hundí la cabeza del consolador en ella. Su cara de sorpresa, su sonrisa y sus labios púrpuras… mezcla de morbo y excitación al verla disfrutar. Lo hice hacia atrás y lo empujé con más énfasis. ¿Adivinen qué dijo?…

Soltó una sonora puteada entre gemidos, sonrisas y media sábana fuera de lugar. En algún lado leí que si la sábana no se salió de las orillas del colchón, algo hicieron mal. Créanme, hicimos el mejor desastre del año.

Mientras el movimiento mecánico de mi mano le daba a ella el placer interno, mi boca peleaba con su vulva una guerra de egos. Bastó sentirla convulsionar para saber que venía su momento final. Se arqueaba hacia adelante, me apretaba los pechos y en una especie de posesión mefistofélica se agitó su respiración y de pronto: espasmos. Muchos. Ojos blancos. Respiraciones profundas pero cortas. Le saqué el consolador de manera precipitada y lo apoyé sobre mi centro impúdico y ajeno de vergüenzas. Yo estaba empapada. Sólo me lo acerqué y sentirlo tibio alcanzó para explotar.

Silencio. Maldito y sensual silencio de los prejuicios y del morbo.

Estábamos exhaustas. Sólo se escuchaban las respiraciones de ambas, cada una a su ritmo pero igual de profundas. Me levanté para buscar mi copa y traer los cigarrillos.

Enredada en las sábanas, presa de la quietud que deja el deleite, cerró sus ojos.

Por mi parte, con una sonrisa de victoria y el final de la botella, termino de escribir esta nota mientras la observo dormir.


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