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Invitaciones indecorosas: la apuesta

Leer la intro

Mina se quedó mirándome algo sorprendida, tal vez porque no esperaba tanto desenfado de mi parte. Pero no hay nada que me tiente más que un desafío.

Busqué el cajón, lo dejé en medio de las dos, recibí la copa que me sostenía Murray y comencé a sacar lo había dentro de ese refugio de arsenal erótico.

– No, no hace falta que me expliques nada, ya sé para qué es – solté una carcajada mientras sostenía un pene de silicona de tamaño considerable.

– ¡Lovely! Si me preguntabas para qué servía, te juro que era capaz de hacer un video tutorial para explicarte.

– ¡Jajaja! Y yo creo que sos muy capaz de hacerlo. Hablando de “explicar”, te estás haciendo la boluda y no me contestás lo que te pregunté hace dos horas.

– “Insistente”, te dicen

– ¡Es que quiero saber! Me intriga bastante ese tema.

– Para empezar pueden darse dos situaciones, que son… – Murray se sentó erguida, muy seria, como si fuera a exponer en un simposio sobre el tema – uno, que esté muy excitada y dos, que tenga ganas, pero que recurra a algún tipo de incentivo

– Yo miro porno para eso

Murray sólo se quedó callada y esbozó una media sonrisa. Definitivamente sabía de lo que yo estaba hablando, ella recurría a lo mismo.

– ¿Sí? – me preguntó sabiendo mi respuesta

– Sí, es normal que una mujer consuma porno. No me mirés así, Mina.

– ¿Qué no te mire cómo?

– Así, como si estuviera diciendo algo que no supieras.

– Te miro así porque me pareció raro esa confesión así de la nada.

– Estás a punto de explicarme cómo te tocas y ¿te sorprende una confesión de ese tipo? Ahora me parecés rara vos – rió Mina.

– Bueno, ¿Querés que siga?

– Si, si. Dale, perdón.

– Ok, entonces. Si se da la situación número uno, directamente empiezo a estimularme sola, sin la necesidad de ningún incentivo más que el de darme placer y llegar al clímax.

– ¿Cómo?

– ¿Cómo qué?

– Cómo te tocás, boluda mostrame. Estamos en confianza

Y efectivamente era así, se había dado una charla en un ambiente distendido y sin tapujos a la hora de hablar. Mucho menos, a la hora de mostrar.

Murray se levantó el vestido un poco más arriba de los muslos, abrió las piernas y comenzó a señalarme por sobre su culotte, los lugares donde ella hacía “magia” con sus dedos.

Yo, miraba atenta, quería saber si se asemejaba a lo que yo hacía conmigo.

– Pará nena, nos vamos a terminar yendo al carajo- me dijo

– No pasa nada Mina, es una demostración didáctica – dije riéndome

– Ya sé, pero el alcohol, vos vestida así, yo demostrándote. Se dan las condiciones para que esto vaya por cualquier lado.

– ¿Vos decís?

Se paró de su sillón, se puso frente a mí.

– ¿Vos decís que no, Lovely?

Tan cerca estaba, que la piel (mi piel) percibió ese tono desafiante e incitador en su pregunta. Me puse tensa, la cabeza a mil por hora.

Murray se dio cuenta y se alejó.

Avancé hacia ella.

Morbo, ganas de experimentar y de aprender, no sé cuales fueron las razones para tomarla de la nunca y soltar un “mostrame cómo”

Segundos pasaron para sentir sus manos en mi, en mi espalda, mi cuello, mi torso. Despacio, a un ritmo lento hasta llegar al comienzo del portaligas que un rato antes me había probado.

Yo respiraba entrecortado, con la mente en blanco para no preguntarme qué estaba haciendo.

Sus dedos empezaron a contornear las orillas de mi ropa interior. Una, dos, tres veces y más, hasta que en la desesperación llevé su mano a mi entrepierna.

Nos miramos fijo, sabíamos lo que iba a pasar. Ya se evidenciaba la humedad producto de sus caricias, y Mina no era ninguna tonta.

– Mirá, acá es donde se centra todo. De acá sale todo el placer que podés buscar.

Lo decía mientras descubría una vulva totalmente latente a la espera de ser tocada.

Y así lo hizo.

Yo no podía hablar, sólo sentir que no quería que parara.

Se sacó su vestido, la temperatura había subido y a esa altura no tenía sentido seguir con los cuerpos cubiertos.

Suave, es todo lo que puedo decir de su piel. El sólo contacto te erizaba cada punto sensible del cuerpo.

– Me toca a mí- le dije, mientras la llevaba de nuevo al sillón que Murray ocupaba al momento de la charla.

No sabía muy bien qué hacer, pero quería demostrarle que el consumo frecuente de porno había servido para algo.

Me arrodillé frente a ella y la besé. No existía contacto previo de nuestras bocas, fue una buena manera de sorprenderla.

Besé su cuello, y sus pechos. Pequeños roces de mis labios y diminutos mordiscos se alternaban. Hasta que, sin pensarlo, hundí mi cara entre sus piernas.

Una lengua inquieta se deslizaba hacia arriba y hacia abajo, y cuando Mina me tomó del pelo supe que lo estaba haciendo bien.

Debo confesar que el sonido de sus gemidos, aumentaban más mi excitación, lo que se traducía en una succión cada vez más intensa de su clítoris.

Tiraba mi pelo, me empujaba aún más contra su vagina, jadeos, gemidos me indicaban que estaba por llegar a su punto máximo de disfrute.

– Puedo parar si querés – Le dije aún intuyendo una respuesta negativa.

– No – balbuceó en un esfuerzo por volver en sí.

Era momento de hacer algo más. Y así lo hice, acompañé mi sesión de sexo oral con una estimulación manual.

Pude notar cómo arqueaba su espalda con cada embestida de mis dedos, una y otra vez. No podía sacarme de la mente su cara de placer.

Así seguí hasta que unos pequeños espasmos denotaban que un orgasmo había invadido el cuerpo de mi amiga.

Me incorporé incrédula de lo que acababa de pasar, me senté en el sillón a su lado y no emití ni una sola palabra. Ninguna de las dos lo hizo por un buen rato.

El silencio se estaba haciendo incómodo, me paré a buscar otra copa de vino y le pregunté si quería ella también. Fue un modo de romper ese silencio que se había instalado.

Vuelvo con las dos copas y me espera con un cigarrillo prendido. Mina me observaba aún extasiada.

– Sos una boluda, Lovely

– ¿Y ahora qué hice? – por un momento me sentí algo desubicada

– ¿Para qué me decís que te muestre si ya sabés?

– Curiosidad, supongo. ¿Seguís pensando en que llevo las de perder?

– ¿Las de perder? No entiendo.

– Cuando te propuse que si esta noche alguna de las dos probaba algo nuevo, teníamos que sacar nota, vos me dijiste que yo llevaba las de perder.

– Ah, no. Definitivamente no, no llevas las de perder.

– Entonces sale nota.

– Está bien, pero encárgate vos. Estoy “cansada”

– Dale, Murray. Abrite otro vino que ya me pongo a escribir.