Cristian era un joven maipucino que no había gozado de los placeres del sexo, ni pago siquiera. Sus largos 24 años habían pasado de “mano en mano” y ya estaba harto de no poder “verle la cara a Dios”.

Un día saliendo de un boliche escuchó a uno de sus amigos, el más cancherito de todos, llamado Miguel. El Miguel le preguntaba a los vagos del grupo “¿che, cuantas minas te comiste? Porque yo me comí tres en la pista de rock”.

Al otro día se encontró con Francisco, su secuaz en virginidad y le preguntó si alguna vez se había comido una mina. El Francisco le dijo que si, que se había comido una en el viaje de egresados, en Bariloche. Una porteña muy puta.

Y una tarde de sábado se encontró con un primo, César, conocido “winner” de su familia, al que le preguntó: César, ¿te has comido muchas minas? El César contestó “puffff” y Cristian volvió a preguntar: ¿estaban ricas? “mmmmmmm riquísimas” le contestó el César.

La gota que rebalso el vaso fue cuando lo escuchó al Carlitos decir “me he comido varias minas en la vida, algunas muy ricas otras muy feas, casi todas me las he comido en el auto, donde es mucho más divertido”. Cristian pensó que su mala leche se debía a que jamás se había comido una mina, entonces decidió esa misma tarde llevar a cabo su misión.

Pasó por la casa del abuelo, que era ex combatiente de la segunda guerra mundial, se subió al auto para hacer como Carlitos y se manducó una mina que tenía el nono  en la despensa. Pobre Cristian, sus restos yacen en el parque de descanso.