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La casa de enfrente

Ella nunca debía borrar su sonrisa, ella tenía una chispa especial, solo con observarla se entendía que destellaba un aura mágica, era como recostarse en el césped a observar un amanecer de primavera. Solo besarla era como despertar a los demonios del infierno, con solo un roce descendían las mismas estrellas a iluminar a sus ojos verdes, era el éxtasis de la locura, era como observar a la misma venus descender de los cielos.

Ellos se conocieron trabajando, se miraron a los ojos y fue amor a primera vista, ella esbozo una sonrisa pícara y se iluminaron sus ojos, poco a poco comenzó a sentirse una energía especial entre ellos dos. Cada vez que hablaban se reía, eso era lo que lo volvía loco de ella, su sonrisa. Todos los días esperaba la hora para poder verla, ella llegaba temprano para poder contemplarlo unos minutos.

Todo ocurrió una tarde azul de primavera, en la casa de enfrente, era una casa pequeña, pero acogedora. Toda la planta baja era utilizada como depósito y el primer piso era utilizado como departamento. Los enviaron a realizar un conteo de productos, ambos cruzaron la calle sin imaginar lo que iba a ocurrir.

Ella se acomodó en la pared mientras el abría la puerta, él no podía colocar la llave, tenía la mirada perdida en sus piernas, ella soltó una risa y le dio un pequeño empujón. Cuando pudieron abrir la puerta entraron a hacer la tarea que les habían encargado, era muy tediosa y llevaría un largo tiempo, comenzaron a quitar y acomodar cajas, cerraron las puertas y encendieron las luces para poder concentrarse, pero él estaba hipnotizado, su mirada se perdió en sus curvas.

Poco a poco comenzó a ocurrir, primero se observaron fijamente por unos segundos, luego por un minuto. Él se puso de pie y se acercó a ella, le acaricio el cuello y lentamente acerco su boca a sus labios. La besó como si no existiera principio ni fin, se detuvo el tiempo. Ella lo tomo del brazo y lo comenzó a conducir hacia las escaleras, tiraba de su mano y se reía pícaramente. Subieron las estrechas escaleras, afuera se oía el ir y venir de las personas, ellas ignoraban lo que podía estar ocurriendo dentro.

Llegaron a una habitación pequeña y ambos se besaron con pasión, sin querer se tropezaron y cayeron sobre la cama, ella se puso de pie y lo observo por unos segundos, lentamente comenzó a quitarse la remera, se sentía aprisionada, así que también se quitó el pantalón, el hizo lo mismo, se encontraban como habían venido al mundo y sus cuerpos desnudos comenzaron a calentar la habitación. Sus cuerpos se sintieron por primera vez, comenzaron a hacer el amor. Ella no podía despegar sus ojos de él, él no los podía despegar de ella, la locura del placer se comenzó a apoderar de las paredes de esa habitación.

Poco a poco se olvidaron de la situación y se dejaron llevar por la pasión, solo las paredes de la habitación serian testigos de la locura que estaba ocurriendo, ambos olvidaron por unos minutos que los podían descubrir, se dejaron dominar por sus instintos más bajos y banales. Era un festín de lujuria, y solo ellos dos estaban invitados.

El acariciaba el cuerpo desnudo de su amada, sus curvas dibujaban una espectral sombra en la pared, su sonrisa emanaba una luz especial que iluminaba el cuarto. Ambos acabaron con un grito sordo, no querían ni debían ser oídos. Ella comenzaba a vestirse y el la observaba como si fuera una diosa.

Ambos descendieron las escaleras y terminaron de hacer sus tareas sin decir ni una palabra, solo de vez en cuando se miraban y reían. Volvieron al trabajo como si nada hubiera ocurrido, ambos hicieron un pacto en silencio, eso jamás había ocurrido, solo fue un sueño pasajero.

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