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La noche que Dios fue contratado para Servicio al Cliente

Esta historia nació para ser contada… son de esas historias que te sacan una sonrisa cada vez que las recordas… y es que si hay algo que compartimos todos sin culpa es la risa que nos provoca el papelón ajeno, ¿no? Y es la forma que tiene el universo de equilibrar los papelones propios… o por lo menos lo es en mi caso.

No faltan en mi haber anécdotas vergonzosas para contar, pero las dejaremos para más adelante, hoy es el turno de contar lo que le sucedió a mi querida amiga Agustina.

Era verano, tarde calurosa, pleno centro mendocino… temperatura 35°, sensación térmica 180°… no extraña entonces, que hay surgido la idea de after office. Lugar de destino, calle Arístides Villanueva (no somos muy originales que digamos).

Apenas pasadas las 19hs, empezamos a acomodar todo para salir, el reclutamiento de gente que había empezado incluyendo 10 personas, luego de descartados los pollerudos “es martes, los martes busco a mi novia por la facu”, los ratas “¿a la Arístides? Mejor un porrón el el parque” y los fallutos de siempre “tengo que hacer unas cositas y después caigo, les mando wasap a ver si todavía están” (si, te creemos y todo), quedó reducido a las 4 de siempre… Agustina, Paula, Silvi y yo. Y hacia el after office partimos…

No hace falta contar cómo aconteció la tarde, abusando del 2×1 que ofrecía el bar elegido, entre 4 nos tomamos 8 tragos… no faltó chusmerío, alguna que otra sacada de cuero (los faltantes fueron los que ligaron primero) y obviamente a medida que desaparecían los tragos, las risas se volvían carcajadas…

Entre trago y trago, se hicieron las 23hs… y como al día siguiente recién era mitad de semana y se iba a tener que trabajar, decidimos que ya era hora de volver. Nos paramos de la mesa, y Agustina dice: “Chicas, necesito pasar por el cajero a buscar plata, no tengo para pagar la playa”. Rechazando nuestro ofrecimiento de pagarle nosotros, e insistiendo que necesitaba efectivo, decidimos acompañarla al cajero más cercano.

Estacionamos enfrente de uno de los bancos que hay sobre Arístides, Silvi y Pau se quedan en el auto y yo me bajo a acompañar a Agus, pero me quedo en la puerta mientras entra a sacar plata. Los tragos habían surtido efecto y ambas estábamos un poco mareadas… nada que no se pudiera manejar (o eso creíamos). Noto claramente el esfuerzo que estaba haciendo mi amiga primero para embocar la tarjeta dentro de la ranura, luego para recordar su clave, y tercero para navegar el menú de opciones hasta la que necesitaba “Extracción Rápida” (de rápida no tuvo nada).

Sale mi amiga, empezamos a caminar hacia el auto y escuchamos a lo lejos un agudo “pi pi pi pi”… la que primero interpretó que era el cajero automático indicándonos un inconveniente fue Agus que gritó… “La tarjeta boluda… ¡me olvidé la tarjeta puesta!” Abrimos rápido la puerta, entramos a los tumbos, y la veo a Agus correr con la desesperación que una gorda correría hacia un cuarto de libra con queso (tranquilamente yo podría ser esa gorda en cuestión), el “pi pi pi pi” cesa de sonar, y a mi amiga se le escurre el último centímetro de tarjeta de débito entre los dedos, y es chupada nuevamente por el cajero automático, que parece hasta esbozar una sonrisa burlesca en su menú de opciones. La veo a Agus parada frente a la máquina maldita, sin saber qué hacer, y se escucha una voz que le dice:

Te tragó la tarjeta”

Y acá es cuando viene un momento definitorio en la vida de Agus, una epifanía… el momento en que su en su cabeza y su corazón sintió que era importante en el mundo… la veo mirar hacia arriba, con su mirada tratando de atravesar el techo del Banco y llegar hasta Dios… que ese día ella asumió que estaba de turno en el Servicio al Cliente del Banco, y le responde:

Si, y ahora ¿¿qué hago??

Obviamente, ni el guardia de la garita de seguridad de adentro del banco, quien era quien le había hablado, ni yo, pudimos contener la risa…

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