Su mirada perdida delataba el fastidio por no estar atento a él. De reojo mientras sostenía el celular, y la charla iba y venía, lo observaba fumar tranquilo. Me gustaba cómo lo estilizaba su camisa oscura, le daba una altura irreal.
Un pequeño dejavù viajó por mi memoria… era una escena vivida tantas veces que las reencarnaciones eran algo nimio a su lado.
Me senté sin decir nada, como siempre, y sereno se abalanzó sobre mí, mientras sus besos atrevidos despertaban lentamente ese fuego que siempre nos caracterizó.
Nos redescubrimos luego de meses sin penas ni glorias. Siempre estratega y dominante, me dejaba llevar para despertar aquello que sólo él conseguía dominar y educar.
Sin dudar, descubrió lo ya conocido, acarició y besó cada espacio olvidado y mientras volvía a ser él mismo, yo intentaba controlar los impulsos eléctricos de mi columna que me obligaban a arquearme bajo su cuerpo, ofreciéndome sumisa a su poderío.
Mis gemidos reclamaban sentirlo un par, dormida, bajo mi piel vibraba cada fibra de mis músculos, mientras podía sentir cómo lentamente se adueñaba de mi interior.
El vaivén furioso de la libertad, me recordaban cuán esclava continuaría siendo de este cuerpo imperfecto, cuerpo, que desea escapar constantemente de la mente de un Rey.
Terminé sometida y cansada. Mi cuerpo jamás se acostumbraba a la energía que lo contiene. Mientras lo miraba sonreírme y fanfarronearse acariciaba su pecho velludo, bajo mi mano sentía vibrar esa piedra que los mortales llaman corazón.
El Cristo, ese relicario silencioso fue el gran ausente entre los dos. Apoyada sobre su pecho recordaba esa botella de Chivas Regal que bebí sola en su nombre entonces me sentí agradecida de que volviera a gobernar mis sábanas. Me sentía feliz de volver a latir.
Una alegría infantil se apoderó de mi interior. Como una niña a punto de cometer la travesura más extraordinaria de su vida. Lo observaba silenciosa mientras palpitaban las afonías de su interior.
Esos exánimes que lo acompañan mostrándose en cada gesto, es cada paso, en cada palabra que conforman parte de su cotidiano.
De toda la frialdad que lo sostiene y seduce.
Sentirnos mortales una tarde por la simple convicción de vivir.
Hoy la mañana se despertó fría, más que de costumbre, pero aquí dentro donde gobierna la soledad, una sonrisa pícara asoma porque la razón – y tu recuerdo, Rodrigo- son amos y dueños de lo que no se ve.
Escrito por Leticia Gaete para la sección:
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