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La terrible vida del mendocino promedio

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Cuando crecés en Mendoza, corrés el riesgo de terminar convertido en cualquier clase de monstruo/persona. En este suelo montañoso, pokevolucionar a veces resulta bien, a veces no tanto. Podemos volvernos fríos, buena onda, caretas, viajeros o graffiteros pedorros.

Lo importante para todos es encontrar aquellas experiencias, a lo largo de todas nuestras etapas, que nos identifican como provincia superior a San Juan. Por más bizarros que podamos volvernos para el final de nuestras vidas, hay una serie de eventos que están presentes en casi todos los que nacimos y vivimos acá.

Hay una razón por la que a lo largo de la nota, tratando de rescatar aquello que nos ha pasado a todos en el salvaje oeste, no voy a usar la frase “No tuviste infancia”, por una sencilla razón: Todos tuvimos infancia; que no hayan hecho las mismas pelotudeces que yo, no significa que no fueran niños (que hacían otras pelotudeces).

Nacer

Cuando sos bebé no te acordás un carajo, a menos que tengas un trauma reprimido que sólo puede deducir tu psiquiatra después de cobrarte unas ocho sesiones. Lo más probable es que esa etapa quede plasmada un 97% en fotos, la mitad de ella con vos en bolas.

Al parecer existe una ley universal que dice que cuando una mamá y una cámara fotográfica se juntan, los deseos más perturbadores son liberados para dar rienda suelta al dedo que saca las fotos, mientras vos estás ahí desnudo sin saber qué carajo pasa.

Cuando sos chico hay tres cosas que no podés evitar y te marcan jodidamente la vida: la primera es el apodo que te ponen tus familiares de cariño (y generalmente es horrible) o el que tepone algún compañerito forro en la primaria o el jardín (que generalmente es horrible).

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La segunda es darte cuenta el día del niño que en el zoológico el animal que no renunció a las ganas de vivir, está desesperado por que le arrojes comida. Las preguntas más frecuentes que hiciste ahí son del tipo “¿Por qué no se mueve el león? ¿Está muerto? ¿Ese elefante está muerto?”

Parecido a eso es cuando te desilusionás de los juegos del shopping, que meten muchísimo ruido pero tienen menos gracia que mirar Siete y Medio. A todo niño le pasó el sentir que lo habían manoseado cuando fue a canjear sus tres tickets ganados, y descubrió que sólo podía aspirara unos colines o un lápiz goma.

La tercer cosa que compartimos en común, es habernos hecho mierda por caernos de la bicicleta / patineta / silla de ruedas. Los cordones de las acequias, y las cunetas en sí, son un peligro y un garrón para los pequeños aprendices de manejarse sobre ruedas. Algo así como lo que luego serán los peatones y los controles policiales cuando vayás en auto o en moto.

Crecer

¡Ah, la pubertad! Etapa horrenda y dolorosa para quienes no teníamos facha ni parla, y época de oro para los gordos que pegaban fuerte. Acá comenzaban los experimentos para ver en qué clase de persona nos íbamos a convertir, por lo que es normal ver a muchos pubertos probar cuanta ridiculez se venda en la Caracol, con tal de simular tener un estilo. Es el prueba y error de los cortes de pelo, ropa y pareja.

Este período está acompañado por el transcurso de la secundaria y el ondulamiento del vello púbico. Acá es cuando aprendés a meterte en el mundo virtual y te mandás tus primeras cagadas. Ponés cosas personales que a nadie le importa, querés demostrarle al mundo lo fuerte que es tu personalidad poniendo frases copiadas de taringa sobre lo loco y único que sos, te descargás alto virus por querer saber quién visita tu perfil… Ja, pubers.

Cuando sos pendejo hay tres cosas que no podés evitar: Lo primero es comer o ser comido, esto es una jungla y como tal, querés llevarte a una plaza o al parque al primer ejemplar fornicable que te pase bola, para llegar tan lejos como tu imaginación te lo permite (tocarle una teta). O la otra, es tener que escapar de los pajareros que a toda costa quieren que le enjaules el canario, siempre en algún lugar público medio apartado.

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Lo segundo es el conventilleo. Mendoza es tan chica que la forma en que te huelen las patas la conocen todos, y al bagayo que te comés en algún baile, también. Nadie ha sobrevivido a los lleva y trae, a los quilombos dramáticos del “me dijeron que dijiste”, provocados por pendejitos obsesionados con Rial y el boludeo mediático porteño. Esta situación, agravada por internet, ha ido en aumento desde que fotolog se volvió el sitio más popular en el 2009 (No lo nieguen, putos)

Lo tercero es ratearte y terminar dando vueltas como tarado con tu grupo de amigos sin saber bien a dónde ir, para después terminar en el mismo lugar de siempre. Como mucho, algún creativo se iba a jugar al pool, hasta que Anubis se llenó de gente oscura que te miraban como a un cartel de “lomo gratis”. Por cierto ¿Qué carajo les pasa a las mesas de Anubis? ¿Les acaban encima? ¡Esas manchas no son de gaseosa, viejo!

Morir

La inevitable. Sólo el rock and roll se salva de esta. Es muy común escuchar en Mendoza que nadie quiere un velorio, ni tener que asistir a uno o que la gente esté triste. Pero casi todos terminan igual. Generalmente porque que te cremen y tiren tus cenizas al Cacique Guaymallén sale más caro que irte de putas con Maradona.

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Se escuchan muchos pedidos típicos de la gente sobre lo que va a pedir que hagan cuando se mueran. Señoras y señores, no rompan las bolas. Ustedes no van a estar enterados, con el quilombo que tiene cada uno en su vida, y el precio que va a tener el dólar para cuando se mueran ¿Saben el dolor de ovarios que va a ser organizar todo eso que ustedes quieren? Dejen a los vivos seguir viviendo, que nosotros ya no vamos a estar.

Me encantaría decir tres cosas que a todos nos han pasado cuando morimos, pero no habría nadie capaz de venir a decirme que estoy equivocado ¿Y de qué sirve equivocarse si no hay nadie en internet que te discuta?

Lo que sí puedo hacer es recordar a un grande en Mendoza, que aunque no nació acá, era una presencia emblemática en nuestra ciudad. Una figura que embellecía el centro mendocino, y que, como a todos, el paso del tiempo lo hizo cerrar sus ojos para siempre… Acá va mi homenaje a ese héroe caído, que tuvo el mismo destino que todos tendremos algún día: morir y ser reemplazados por un negocio de comida rápida.

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