/La última vez que mi mamá le pegó a mi hermano y a mí se me pegó otra cosa

La última vez que mi mamá le pegó a mi hermano y a mí se me pegó otra cosa

La historia comienza una fría tarde de otoño, entrada las ocho de la noche, cuando llegamos con mi vieja a mi casa. La había acompañado a hacer las compras porque era el único que estaba en la casa, mis tres hermanos se habían ido a la facultad.

Cuando abro la puerta siento ruidos de sillas, una pequeña corrida y la llave de la puerta del baño que se cierra, entonces supuse que uno de mis hermanos estaba en mi casa. Me voy al pasillo que esta antes del baño y pregunto…

– ¿Fuser? ¿Sos vos?

– Si Bomur, estoy cagando, ¿Qué queres? – Respondió mi hermano.

– Nada, con la mami creímos que no había nadie. – Le dije.

 – Fui a la facu y no teníamos la última hora, así que me vine. – me dijo apurado.

La voz del Fuser sonaba media nerviosa, pero le hice caso omiso al asunto y le ayudé a mi vieja a bajar las bolsas del supermercado del baúl del auto.

Entrada toda la mercadería, me dirijo hacia a la compu a meterme un rato en internet. Cuando estoy abriendo la puerta que da al comedor donde está la máquina, siento que mi hermano sale del baño y se viene apuradísimo hacia donde estaba yo… una sola compu en mi casa, no teníamos wifi para conectar mi notebook, era obvio que el que primero llegase y se sentase en el trono se iba a quedar con la PC.

Esquivé como un campeón la puerta, atravesé todo el comedor, salté desde uno de los sillones hacia el otro y pasé por los aires sobre la mesita ratona de vidrio, pegué otro salto monumental al tiempo que mi hermano se apareció por la otra puerta por la que se puede entrar también al comedor (la que viene de las piezas). Esquivó con una cintura endiablada una mesita que tiene mi vieja con unas giladas, se apoyó sobre una silla la cual le sirvió de palanca para impulso y de obstáculo para mí que iba por los aires, estiró su cuerpo como el atleta para llegar antes a la meta… ¡y ahí le caí yo por los aires!, como un bombardero de guerra sobre una avioneta de esas que fumigan los campos en Córdoba. Lo derribé como pilar de los Pumas y me senté en el trono… ¡te gané gordo calefón!

No entendí porque mi hermano estaba, además de vencido y a mi merced, colorado como un tomate, cuando ese gordo no se puso colorado ni cuando lo filmamos bailando salsa y le subimos el video a YouTube… hasta que agarré el mouse y con el movimiento se desactivó el protector de pantalla automático que se pone cuando pasan unos minutos sin actividad en la máquina.

El problema no fueron las tetas gigantes de la morocha con cara de “¡me están quemando con un fierro caliente la espalda!”, tampoco el Lumilagro que se cargaba el bobina con el que estaba con cara de “¡dejá de hacer ruido con el cuchillo cuando cortas que me dan escalofríos!”, mucho menos el jugoso, exquisito, calentito, suave y afeitado lugar donde el señor depositaba el Lumilagro, el problema estaba en el mouse… y el pegote viscoso, grumoso y tibio que sentía ahora en mi mano, uniéndonos mano y mouse por una plasticola natural, amalgamándonos mouse y mano como la crema de leche amalgama el bizcochuelo.

En el momento que roté mi mano hacia mi rostro, con cara de “¡no me mostres los puntos que me dan impresión las lastimaduras!”, mientras que mi hermano me miraba rojo, mitad con terror, mitad con nervios y todo sazonado con una suave sonrisa con cara de “¡Meté el gol por favor que estamos en los 45 del segundo tiempo y tenemos que empatar, metelo la puta madre que lo parió!” siento la voz de mi vieja, seguida por sus pasos, que decía “Bomur, necesito que me ayudes a escanear una foto que no se como se hace”. La cara que me puso el Fuser fué como “si respiro me enganchan los velocirraptors”, igual a la del guachito de Jurasik Park.

Apareció mi vieja, sin que nosotros hayamos podido emitir palabras, ni piñas ni risas. Cerré los ojos, suspiré hondo… “un hombre tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer… hay códigos que jamás hay que romper” y agarré el mouse, al tiempo que rápidamente cerraba la ventana para que mi vieja no viese la foto porno.

Mi hermano se quedó tieso, ni siquiera respiraba, mi vieja se dio cuenta al toque…

– ¿Qué les pasa a ustedes dos? ¿Qué están escondiendo? – dijo mi vieja entre risas inquisidoras que pretendían ser compinches.

– Nada ma, ¿Qué foto queres que te escanee? – Le pregunté cortante.

– Estas – dijo mi vieja al tiempo que nos mostraba dos fotos que tenía en la mano.

Bastó una fugaz mirada para que el Fuser agarrara las fotos y me ayudase a ponerlas en el escáner, era obvio que no podía sacar la mano del empapado mouse. Entre mis dedos sentía la semilla de mi hermano desplazarse como una sopa de Vitina inmunda, como una crema Ponds berreta. Ahora entiendo porque algunas chicas lo escupen y otras se lo esparcen. Mi cara era de “¡mamá no me des más amoxidal que es horrible vieja!”, una risita de mi hermano aguantada a más no poder me dio vastos motivos para dedicarle una buena cagada a piñas posterior. Pero lo peor a aún no había pasado…

Mientras el Fuser ponía las fotos sobre el escáner y yo tragaba del asco y pensaba en lo mucho que le iba a refregar mi mano en la cara de mi hermano cuando mi vieja se fuese, se le da a mi vieja por estornudar. Y arranca…

– Aaaaaa… aaaaa…. Aaaaa – en ese momento agarra una servilleta de papel que misteriosamente estaba al lado del teclado – ¡Achissssss! – estornuda mi vieja al tiempo que se tapa con la servilletita.

Entonces el Fuser soltó un “noooooooooooooooooooooooo” tan largo y drástico que solamente fue apagado con la imagen post-estornudo de mi mamá… ¡No había el muy hijo de una camionada de monas en celo depositado el resto del estallido láctico en la servilleta que había dejado al lado del teclado y sobre la que mi mamá acababa de estornudar! No hace falta ser muy explícito, pero todo el ímpetu de mi imberbe hermano colgaba de la nariz de mi santa madre…

Ella se comenzó a reír con nosotros, creyendo que las socarronas carcajadas venían de sus mocos, pero no… cuando se pasó la mano por la nariz para sacárselos se dio cuenta de que no eran mocos. Creo que fue la última vez que mi mamá le pegó a mi hermano y la primera que tuve yo un pegote ajeno en mis manos.

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