Alfredo “El Flaco” Palacios ingresó a la hora acordada por la puerta de la playa de estacionamiento de la calle Catamarca, entre San Martín y San Juan. Aquel elefante gris de cinco niveles hacia arriba y cinco niveles hacia abajo que visitaba todos los miércoles a las 21 en punto. Al llegar a la puerta de la playa se detuvo frente al aparato que expulsaba el tiket de ingreso, rápidamente pulsó tres veces consecutivas. El aparato emitió un pitido extraño e imprimió un ticket totalmente blanco con una calavera sonriente en el medio. El empleado que estaba en la computadora controlando el ingreso y egreso inmediatamente miró hacia el auto de Alfredo, alertado por una pequeña chicharra en su ordenador. El Flaco lo saludó levantando las cejas y el empleado le correspondió con un guiño.
Se abrió la barrera y el Ford Taunus celeste comenzó a descender… hasta el final. Cinco pisos más abajo.
Estacionó en la 56, como de costumbre. Pudo ver que ya estaba en la 55 el Peugeot 505 del Gaita y en la 57 la Hilux del Gringo Perussi.
Entró en el ascensor, nuevamente pulsó tres veces consecutivas y rápidas el botón de la planta baja. El aparato subió solo un piso, hasta el -4 y se detuvo. Alfredo abrió la puerta y descendió por la escalera nuevamente hasta el subsuelo -5. Observó con cautela que nadie lo estuviese viendo, entonces abrió la puerta del ascensor, la cuál cedió suave. Un agujero oscuro lo esperaba, gruesos cables atravesaban poleas y engranajes. El olor a grasa y encierro era insoportable. Dos metros sobre su cabeza podía ver el piso del elevador. Entonces ingresó al peligroso agujero. Tanteó contra la pared de la derecha en la oscuridad, hasta que encontró un picaportes. Tiró hacia él. Un haz de luz lúgubre dejó a la vista un estrecho pasillo. Ingresó en él, cerró la puerta e inmediatamente el ascensor descendió, dejando sellada la entrada.
El pasillo era estrecho y desteñido, las vagas luces que lo iluminaban no permitían ver más allá de diez o quince metros, haciéndolo en teoría infinito. El suelo era de cemento y las paredes de ladrillo. El oxígeno era escaso y el olor a encierro era nauseabundo. Alfredo caminó confiado varios minutos por una red subterránea de pasadizos oscuros. Se escuchaban filtraciones de agua y algunos roedores correr, junto con alguna vibración grave de los colectivos que deberían estar pasando varios metros sobre él. Conocía el camino de memoria… nueve años pasó desde su primer incursión por estos túneles. Hasta que llegó al final del pasillo, exactamente igual a todos los finales de tantos recovecos. Pero había algo más..
Alfredo contó desde abajo hacia arriba… en la quinta hilera de ladrillos de la pared que daba a su derecha divisó el noveno ladrillo. Lo empujó cuál botón, entonces la pared del fondo cedió. Ingresó nuevamente a una habitación oscura, cerró la pared y se sumió en un profundo negro, quedando completamente ciego.
– ¿Quién sois? – susurró una voz gutural.
– Un hermano humoris. – respondió Alfredo.
– ¿Porqué osas llamarte así? – preguntó con violencia la voz.
– Porque mis hermanos me reconocen como tal.
– Dadme la palabra de pase… – volvió a decir la voz, pero esta vez en todo amable.
– ¡Parapatéate Yoni!…
– Bienvenido hermano – dijo la voz y unos cálidos brazos le dieron un triple abrazo.
Entonces salieron de aquel oscuro recoveco e ingresaron a un enorme salón iluminado donde el bullicio y el humo impedían ver con claridad. En el medio había una mesa gigante de ébano, rodeada por no menos de 20 sillas del mismo material y tonalidad. Las paredes estaban decoradas con enormes cuadros iluminados desde abajo: el Negro Olmedo con Porcel, el Flaco Pailos, el Negro Álvarez, Enrique Pinti, Los Midachi haciendo trencito con unas vedettes, Alfredo Casero disfrazado de Batman, Landriscina, Capusotto y Alberti de Todo por dos Pesos, Gasalla, Yayo, Nito Artaza, Tristán, los hermanos Marquesi, Tangalanga, Alacrán, Fontanarrosa, Quino, Juan Carlos Calabró, Francella y Disi y varios más. En la mesa había una picada desorbitante, decorada con botellas de vino, whisky y fernet, algunas abiertas otras aún cerradas. De la cocina venía olor a humo de asado y muchos hombres vestidos completamente de negro charlaban frenéticos entre los dos ambientes. Las risotadas estentóreas intentaban superarse segundo a segundo y el ruido era una música insoportablemente hermosa luego de tanto silencio.
Había un gordo inmenso que se burlaba de tres enanos que tomaban toc tocs de tequila sin sal, un moreno contando chistes de judíos a un grupo de rabinos que reían descolocados. Un gallego estaba sobre una silla narrando una anécdota épica mientras varios lo seguían atentos en cuclillas bajo él. Tres mujeres sensuales comentaban anécdotas mientras fumaban y se burlaban de un amante castigado. Un argentino, un chileno y un italiano discutían entre risas y empujones, un yanky, un chino y un alemán con bigote nazi hacían lo mismo. En la esquina de la mesa había un bigotudo con acento italiano que estaba colorado de las carcajadas que le generaba una chica parecida a un muchacho. Un tipo en silla de ruedas conversaba con una señora de muletas, Muchos brindaban, algunos bailaban y otros se apuntaban chistes en un cuaderno.
De pronto un flaco desgarbado y con una joroba incipiente se paró sobre una silla para resaltar, con un triángulo sonoro y un martillito replicó varias veces, hasta que el agudo “tin tin” logró que todos guardasen silencio.
– Queridos hermanos, va a ingresar el Manso Maestro… ¡todos de pié! – dijo el Quasimodo en tono cordobés militarizando la última frase, al tiempo que todos los ahí presentes se pararon firmes, en postura marcial.
Una máquina comenzó a toser bocanadas de humo blanco, con evidentes ánimos de generar misterio. De fondo comenzó a sonar el típico “saraaaaaan… saaaraaaan” de Jorge Suspenso. Un pelado con cara de pícaro apagaba y encendía las luces del salón simulando un flash… o rayos, o algo, sin importarle un carajo que todos se dieran cuenta que el efecto especial era propiciado por él. Varios místicos tenían los ojos cerrados para esperar la llegada del líder… el Manso Maestro. Se prendió una potente luz de fondo (la prendió una mujer gitana) y apareció la sombra del hombre. No debía medir menos de un metro ochenta, corpulento y de una larga cabellera medieval que cubría sus hombros. La luz era tan fuerte y generaba un contraste que imposibilitaba mirar el rostro del tipo. Muchos se cubrían la mirada, enceguecidos por la luz.
– ¿Como les va güon? – dijo el Manso Maestro a los allí presentes. Y todos aplaudieron, el pelado dejó prendida la luz, la gitana apagó el reflector y la máquina de humo, entre tosidas y puteadas inentendibles y el tipo finalmente ingresó para ser aplaudido y abrazado por todos… era Cacho Garay.
Todos se arrimaron a saludarlo, darle un beso o simplemente una palmada de reconocimiento. Cacho era el Manso Maestro de la Logia Humor, el grado más avanzado, el más antiguo y lo más importante: El fundador.
– ¿Qué novedades hay Manso Maestro? – preguntó una gangosa, que en realidad dijo “e noeae hay anso aesro” y todos cagándose de risa entendieron.
– Estamos complicados… el último bastión de la resistencia Norte cayó esta tarde.
– ¿El “Comando Mamá Mamá”? – preguntó un rengo.
– Exacto… la ONG “pro maternidad libre” prohibió los chistes de “mamá mamá” haciendo alusión a que invaden el lugar que la madre debía ocupar dentro del seno familiar, relegándola a una simple fregona. Tal cual fue la sentencia.
– ¿Hubieron muchas bajas? – preguntó una especie de secretario colorado y atiborrado de pecas que apuntaba todo lo que hablaba el Manso Maestro.
– Muchísimas… incluso se llevaron puesto al pequeño Timmy mientras contaba el absurdamente infantil “¿mamá mamá los fideos se pegan?” en el baño del San Pedro Nolasco.
– ¡Nooooo! ¡El pequeño Timmy nooooo! – gritó una mujer llorona.
– También la “Compañía Gordaflan” perdió a su última guerrera en la batalla.
– ¿Lorelai? – dijo un flaco con panza porronera mientras sus ojos se llenaban de lágrimas en evidente muestra de amor.
– Lee… Lorelai Lee. La pobrecita fue colgada en plena plaza Independencia ante una muchedumbre de gordas asesinas.
– ¿Se acabaron los chistes de obesos? – preguntó un gordo desilusionado.
– Por el momento si Panchito – dijo Cacho – deme el informe militar Escupida de Fanta – ordenó el Manso Maestro al secretario.
– Según sus palabras hemos perdido el norte. Lorelai era el pilar del bastión Este, dada su baja quedan los escuadrones “Judío Rata”, “Campechano” y el “Comando Feminista” sin líder.
– ¿Consejero? – preguntó Cacho a un morocho con labios de banana.
– Deberíamos mandar a alguien que los aglutine en un solo comando, porque el escuadrón “Judío Rata” alberga al “Judío Nazi” y “Judío Religioso” y aún así son pocos. “Campechano” no tiene presencia fuerte en el Este, ellos son del sur y “Comando Feminista” ha sido diezmado por la ONG Igualdad de hombres.
– Estamos hasta las manos – dijo Cacho – tengo mucho vino, vamos a ver que hacer y nos lo chupamos entre todos.
– ¡Pero primero tomémonos los vinos Maestro! – gritó el Boliviano Mamaní.
– ¡Claro que sí! – respondió Cacho. – ¿Queda algo más secretario? – le preguntó al colorado.
– Hoy tenemos la iniciación de un profano… un nuevo miembro – respondió el vomitada de fanta.
– ¿Se quién se trata? – quiso saber el Manso Maestro.
– Fernando Hidalgo – dijo el Colorado y un silencio sepulcral reinó en toda la logia.
– ¿El de los aforismos? – preguntó dubitativo Cacho.
– Si, periodista de canal 9, el mismo. – dijo titubeando el Colo.
– Pero… ¿fue correctamente aplomado? – insistió el Manso Maestro.
– Si… por tres hermanos humoris – corroboró el Colorado.
– Que pase… – dijo Cacho. Y esas dos palabras fueron el principio del fin…
***
Atrás habían quedado aquellos tiempos en que uno se podía reír libremente de todo. Hoy el humor había pasado a la clandestinidad, todo comenzó con la sensiblería incipiente de un grupo de reprimidos mentales, de tirabombas de cotillón, de fundamentalistas de la ética.
Luego, como siempre, la lacra inmunda de la política descubrió que podía insertar en sus discursos políticos el slogan de estos grupos de jipis de mierda, olor a museo en el pelo, entonces todo se descontroló.
Una vez que ocuparon el poder tuvieron que darle lo prometido a toda una panda de sensibleros públicos, creando ONG’s e incluso partidos políticos completos para defender los hipotéticos derechos humanos. Cuando los fondos aparecieron, estos esbirros se fueron haciendo poderosos, disfrutando del beneficio del dinero y cubriendo su deseo de más poder y material tras causas teóricamente nobles, en contra de la sorna corriente.
Enquistados en el poder, temieron perder su status y presencia mediática. Pensaron que si no actuaban de manera fuerte, tarde o temprano el mundo se daría cuenta que habían cosas mucho más importantes que reírse de una gorda, de un faltito o de una patuleca; entonces fue el inicio de una época oscura para la república. Comenzó con la censura, luego la represión y finalmente las desapariciones y el genocidio masivo de cuentacuentos y cualquier tipo de humorista.
Pero como en toda lucha de bandos, los humoristas más tenaces constituyeron la resistencia. Se organizaron en bandos, según cada estilo, y atacaron desde los escasos medios de comunicación que tenían a mano. Los canales de televisión fueron los primeros en ser coptados por el oficialismo moral, Peter Capusotto pasó a ser un noticiero conducido por Santos Biasatti. Peligro Sin Codificar un programa que enseñaba a instalar antenas de Direct TV. Polémica en el Bar se volvió una propuesta gastronómica y fue prohibida cualquier serie de humor.
Luego armaron blogs y webs para difundir el humor, las cuales fueron suprimidas con los más excelsos hackers del Opus Dai, en Mendoza, el famoso “Mendolotudo” se volvió una página solidaria manejada por Ulises Naranjo.
Finalmente se refugiaron en páginas de Facebook, pero inmediatamente eran bloqueadas por el mismo gigante social. Chapanay City se convirtió en un antro que enseñaba a hacer semitas, mientras que toda página de memes fue reemplazada por cadenas contra el cáncer, el ni una menos y los “dale me gusta para que este nene se salve del sida”.
Fue entonces, cuando los pocos humoristas que quedaron dispersos como perdigones esparcidos al aire, se infiltraron en las sociedades secretas y fundaron una Logia, la Logia Humor, desde allí se comenzó a generar un caldo de cultivo que buscaba esparcir su semilla en la sociedad, intentando sembrar nuevamente el humor en cada estrato social, de una manera silenciosa y lenta, pero sin prisa ni pausa.
Sumaron muchos adeptos y, una vez instruidos y adoctrinados, conformaron la Gran Logia Argentina de Humoristas Libres y Aceptados, de carácter especulativo, desde donde se planificaba la estrategia de la resistencia. La Gran Logia abrió sedes en cada provincia, las cuales eran de carácter operativo, es decir, ejercían presencia física en el territorio. La Gran Logia diseñaba las estrategias y las Logias las implementaban. De esta manera atacaban ONG’s con bombuchas de colores, tomaban por las armas de agua canales de aire para emitir comunicados graciosos, entre eructos y pedorretas, hackeaban los programas del día, como misas, discursos de la izquierda conservadora y programas de juegos de destreza mental (conducidos por Guido Kazka, único personaje con una pizca de humor que quedó en el aire), para emitir grandes popes del humor, como No Toca Botón o ChaChaCha, obstruían los programas de radio (en Mendoza todos de Marcelo Ortiz o Celia Astargo), para reproducir canciones de Hugo Varela o audio-chistes del Flaco Pailos e imprimían un diario clandestino (llamado “Tu mamá es mi novia”) que se repartía de madrugada en las universidades y cuya tenencia era castigada con la pena capital.
Lamentablemente un día ingresó a la Logia Fernando Hidalgo, un espía secreto perteneciente a la Fundación No te Rías de los Albinos. Con la paciencia de la araña y luego de dos años de planificar a la perfección el plan, como un cáncer de huevos, el periodista de Canal 9 destrozó toda la organización desde adentro. De un día para el otro se hicieron públicos los nombres de todos los afiliados y en menos de 48hs la cabeza de Cacho Garay decoraba la Plaza Independencia, entre moscas y con dos grampas obligando a mostrar como triste al Manso Maestro… la solemnidad había acabado con la última esperanza del humor… estaban todos muertos. Fernando Hidalgo fue electo gobernador de Mendoza, condecorado por su tamaña misión en una provincia que sobre estimaba la paquetería y el conservadurismo a escalas obscenas.
Con el tiempo la vida se volvió una bosta. La desaparición del bullying trajo consigo la disminución del emprendedurismo y la creatividad. Los niños que antaño eran víctimas de la gastada generalizada y, a raíz de ello, tenían que desarrollar destrezas que les permitiesen sobrevivir en una sociedad salvaje, hoy no encontraban motivos para superarse, ya que nadie los marginaba, así que terminaban siendo ordinarios empleados de tristes empresas, cajeros o vendedores de seguros. Los artistas eran cosa del pasado, como una especie de bichos raros, como nadie se reía de nadie, las pequeñas angustias que existían no daban vergüenza, ni pudor, sino que se exteriorizaban libremente, sin miedo a ser juzgado. De esta manera no había necesidad de sublimar con el arte estos vacíos. Por lo que nadie más creo nada desde la angustia.
Cerraron todas las fábricas de alcohol, bodegas, cervecerías y todo tipo de destilerías. Tomar alcohol daba risa y reírse era un acto prehistórico, vergonzoso y patético. La solemnidad era moneda fuerte, así que nadie se arriesgaba a tomar un vaso de más. Ni hablar de las drogas recreativas, como la marihuana, reírse y encima sin sentido era una gran ofensa para la comunidad. Cientos de personas quedaron sin trabajo, generando miseria y hambre.
Disminuyó peligrosamente la tasa de natalidad, llegando a los mínimos niveles mundiales, ya que durante el cortejo no era aceptada la simpatía. Sumado a la supresión de los artistas, sólo levantaba un pequeño grupo de agraciados físicos, pulposas mujeres y atléticos mequetrefes. Muriendo vírgenes las gorditas antaño graciosas, los enanos entradores, las flacas divertidas, los gordos sin filtro, las morochas caraduras, los feos de cara compradores y un largo etcétera de personas con poca apariencia física y mucha chispa.
Entonces algunos se dieron cuenta que reprimir algo básico y elemental, natural y primitivo como es el humor, intentando definir límites y regulando cómo debería ser, bajo el criterio humano, estaba llevando a la humanidad a la ruina. Comenzaron a percibir que aquellos referentes de las buenas costumbres, lo correcto y lo moralmente aceptado, no tenían ni buenas costumbres, ni eran correctos, sino que disfrazaban su avaricia tras el manto por ellos mismos instaurado de dignidad y ética. La humanidad padeció un retroceso, similar a la época de la santa inquisición, donde el poder otorgado a la iglesia se terminó devorando a la sociedad. Con la diferencia que esta vez, fue demasiado tarde para revertir el proceso… el humor estaba acabado y el ser humano poco a poco se convertía en un caja vacía de conservas, extinguiéndose para siempre su, ahora, miserable existencia.
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