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Los Caramelos Mágicos de Papá

Data que corría el mes de enero del año par del 2016, circulábamos los días pos fiestas de fin de año con unos simples almuerzos de bifes y arroz blanco, todo con el objetivo de prepararnos para las tan deseadas Holidays 2016. Nos mirábamos ansiosos las caras de deseo de ocio y vagancia para estar tirados frente a las bellas playas de nuestra amada costa atlántica (cabe aclarar que como empleados públicos no tuvimos cash para visitar Camboriu, Bucios o Praia Di Tartaruga del envidiado Brasil). Mi papá, experimentado de la panza candente, mi vieja la cuidadora de hígados metrificados, mi hermanito de casi dos metros y 90 kilos seco, y yo, la criatura con más apetito del planeta.

Llego el tan deseado día, nos subimos a los autos y arrancó la catástrofe que a más de uno les ha de pasar. Nos encaminamos por ruta 40 hasta chocar con el tan egoísta pueblo de San Rafael, sin querer ya habíamos atravesado San Luis y nuestros cuerpos reposaban descansando en un hotel de pelo y medio de la “pobladísima” ciudad de Santa Rosa de LP.

Dentro de nuestro itinerario de viaje se pactaba no estimular ni media falange de dedo para cocinar en nuestro alojamiento. Esto trae aparejado un mínimo de mil calorías diarias. Motivo elocuente que nos llevo a ser lo más chatarrero que cualquier estudiante universitario puede ser en su primer mes de caos.

Siguiendo nuestro rumbo, nos caímos en unas playas paradisiacas de la provincia de Río Negro, decidimos arrancar con empanadas, luego milanesas, churros, hamburguesas y uno que otros tantos asados nocturnos frente al mar acompañados de los nostálgicos vinos de la tierra del sol y del buen vino, acto seguido se inyectaba en nuestros cuerpos una que otra dosis por noche de ese italiano seducido por la bendita americana Coca Cola.

Así transcurrió ¾ de enero, mi viejo, el inmortal para mi, llego un día depresivo por haber visitado la tan hija de puta balanza enemiga, la cual en un transcurrir de 14 días había calibrado la panza andamiada un exceso de aproximadamente 8 kilos en su metro cuadrado de diámetro (mi viejo no es muy grandote para medirlo en altura, pero lo queremos igual). Reconocemos que costó recuperar esa sonrisa fija tras los churros con mate claves de las 6 pm en el grandioso parador acantilado de mi pobre padre.

Llego la parte más difícil, la más desgarradora, el fin del paraíso, señores, se acabó lo que se daba, se terminaron nuestras vacaciones, todos bastante más infladitos, tomamos rumbo a ruta 22 para dejar atrás el coloso océano y poner en nuestro horizonte la magnate cordillera cuyana, tomamos un inpass nuevamente frente a la Laguna Don Tomas donde empecé a notar actitudes raras por parte de los lideres alfa de la manada familiar, o sea mamá y papá, resignaron cena excesiva en calorías y se plasmo en el ambiente un clima mortal de culpa que se reflejaba en el brillo del cuarto botón de las camisas que imperaban en explotar.

Siguió nuestro rumbo hasta Mendoza, cuando pisamos nuestra tierra nos atacó una de esas olas típicas de calor de fines de enero y empezó el delirio de mi querido progenitor, comenzó con descomposturas básicas, dolores de estomago y recaídas en su cara pálida, empezó con macumba, empacho y ojeadura, de Dios hasta Judas. Un día, cansado de verlo agobiado por su dolor abdominal le propuse que visitara a uno de esos grandes “experimentados profesionales” que tenemos en el escueto y básico sistema de salud de nuestra tan deteriorada urbe, yo, experimentado de las consecuencias fortuitas que apareja la automedicación, le pedí por favor que asistiera a los letrados antes citados.

Mi padre, atendiendo a mi solicitud se dirigió a visitar a quién de ahora en mas llamaremos Dr. García, para contarle de esta carrera de karting que estaba teniendo en su estomago y que producto de los cambio de clima había tenido síntomas de gripe por una tos constante. El doctor, muy atento, y ya un geronte de la medicina local, le dijo que para su descompostura estomacal lo ideal era una dieta liviana con mucha agua (a ver muchachos, lógica común de la nona pocha), y que probara con lo mismo para el dolor de garganta. Mi viejo sorprendido del alto profesionalismo, decidió acatar las indicaciones y continuar con agua y bifes.

Al cabo de transcurrida una semana se toma el trabajo mi padre, por notar que el dolor de estomago había cesado, pero el de garganta no, de visitar a un consultorio ambulante de nuestra querida y gloriosa OSEP, donde lo atiende, la llamaremos de ahora en más, la Dra. Goméz, la cual al realizar los exámenes competentes, o sea mirarlo del otro lado del escritorio visitando sin parar Facebook para conseguir vidas para el Candy (puto y adictivo juego), le dice que siguiera con lo que estaba haciendo, o sea, arroz y bifes. Mi padre, inocente tal vez y confiando en el conocimiento de esta señora, se retiró sin una orden de aunque sea un antibiótico para cesar la tos. También a mi viejo le pasan todas.

Bue… un día el señor en cuestión no daba más de su dolor de garganta, se dirige a una farmacia céntrica, ubicada en Don San Martín y dos señores mas y le pide a una amable farmacéutica algo para solucionar eso que los profesionales anteriores consideraban que debía refrescarse con agua y dieta, la mujer, muy amablemente le ofrece una serie de antibióticos en caramelos, y realiza todo el marketing de lo buenos que eran y todas las indicaciones de consumo.

A los minutos de tomarlos mi viejo empezó a sentir mejoras, decide irse a su trabajo, segundo día pos vacaciones de 28 días. Al regresar de cumplir con su deber de esclavitud, empieza a sentir cierta picazón en todo el cuerpo y a rrascarse como turrito con piojos. Resulta ser que mi padre es alérgico a la penicilina y estos caramelitos mágicos tenían un primo hermano de la misma. Consecuencia de esa noche es que mi padre se durmió colorado, hinchado y con el poto pinchado.

La moraleja mas allá de la desgracia de este hombre, es lo poco profesionales que han de ser algunos, no todos, de los médicos de esta provincia y país. Encarecidamente se les pide, como pueblo que los necesita desgraciadamente, que amen lo que hacen, que no jueguen con los jueguitos de sus celulares por lo menos en sus horarios de trabajo, que se tomen el trabajo de cuidar a sus pacientes como lo dicen en aquel juramento tan emotivo cuando se reciben, hoy es una narración graciosa, pero podría no haberlo sido porque mi papa es asmático, y sin querer un paro respiratorio podría haber sido su final.

Escrito por Lean! Para la sección:

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