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Los espanta Evas

Se nos casó el Gato, el amigo de todos, un hermano de sangre más… y un perfil menos en Tinder.

Pero vayamos a lo estrictamente conmovedor, me refiero al baile. Abrazos amigos interminables, brindis coloridos de manos conocidas, sonrisas capturadas, todo fluía de la mejor manera hasta que llegó la hora de ponerse vertical y bailarín.

Allí encontraremos una comunidad de estados civiles: los casados con hijos, los amarrados sin hijos, los solteros que quieren ser casados, los casados que quieren revivir pinceladas de soltería y, por supuesto, los infaltables «espanta Evas», por escribirlo de un modo sutil y publicable.

Estos no tan buenos muchachos, andan en manada, con sus corbatines en la frente, sus caras abarrotadas de líquido espumante hasta las orejas de cotillón, son como huracanes categoría cinco, arrasan con todo tras sus pasos, flotan en la pista acechando a cualquiera que les pueda liberar sus más vastas crueldades.

Estos “bastardos sin gloria”, (gracias Tarantino por ese título memorable), son una secta. Si un lobo quiere despegarse se transformará rápidamente en carne de cañón, formará parte del rebaño, una presa fresca para deleite de estos bandidos festivos.

Prosigo con la historia del «chacal hecho oveja», este, ahora convertido en solista por una Yoko Ono que despierta su calor, migra del grupo. Pasados unos minutos, el encuentro se torna más denso y provocativo, un fuego se va agigantando. Tremendo encuentro de miradas golpea en ellos ferozmente. Sus movimientos se van sincronizando, burbujean roces, una efervescencia hermosa los aprisiona.

Pero para desgracia de estos futuros amantes, no pasan inadvertidos, están bajo el acecho de la mirada de los bastardos. Como jauría de perros salvajes, rodean a la pareja e irrumpen esa contextura dulce que estaban cocinando. El círculo de abrazos asfixia el ambiente, el lobo fue cazado por sus pares, no le perdonaron la traición del abandono.

La «Eva» pone su mejor cara de disimulo pero el fastidio le llega hasta sus zapatos manchados por el vino que brota de estos devoradores de perfectos momentos. La tensión se materializa, las burlas se extreman, los alientos desaforados apagan ese incendio muy provocado por el ahora víctima de lo que alguna vez fue parte.

El final está próximo, ella decide marcharse con la primera excusa que se le cruzó por su cabeza enfadada. El “Adán” permanece como ido, con sus ojos fijos en ese cuerpo brillante que desaparece entre la multitud.

El momento ha sido vencido, la pasión que crecía fue aniquilada, no hay vuelta atrás cuando los “espanta Evas” aparecen para arruinarlo todo.

Escrito por Alfredo N. Avila para la sección:

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