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Los inicios del Sindicato Nacional de Travestis

– ¡Qué frío hace la san concha de Dios! – rezongó la Brigitte mientras se frotaba las manos y las metía entre los abductores recién depilados.

– ¡Rossana trae más leña mami! – le gritó la Jenny a la compañera que se había ido al descampado frente a Tecnitrans a buscar palos para mantener el fuego. A la Brigitte siempre le causaba risa el nombre de la empresa que les alumbraba aquella esquina de Rodríguez Peña y 9 de Julio.

– ¡Pará un poco gorda, que no veo una chota! – devolvió la orden la Rossana mientras se reía – se me quedó sin batería el celu y estoy recogiendo los palos que chapo.

– Dijo “chota” y “regogiendo” en una misma frase… para mí que esta con un cliente y se está haciendo la boluda – le dijo la Jenni socarronamente a la Brigitte en voz alta.

– ¡Te escuché yegua mal parida! – le gritó la Rossana mientras se clavaba un pinche en el gemelo musculoso y se rompía la media de red. Las tres travestis rompieron en carcajadas. Esa esquina era de ellas, se la habían ganado en buena ley, luego de una batalla épica contra cuatro chicas trans y dos prostis que la ocupaban antes.

Aquel hito quedaría para siempre en la memoria de las tres. Pasado cierto tiempo rememoraban la contienda y le iban agregando cada vez más chimi. La última vez que se las escuchó contarla la dimensión y virulencia de los actos no tenían precedentes…

La Rossana venía de pelarse laburando sobre Rodríguez Peña hacia el Este, en la intersección con Ponce (o Torrontegui o Urquiza de Maipú), pero la clientela era de segunda (o tercera), mal pagadora, pegadora, con pocos dientes y de nacionalidades variopintas. Luego del laburo pasaba en bondi frente a Tecnitrans y se moría de la envidia. Ahí pasaban todos los conchetos de los barrios privados de Villa Nueva que maquillan sus vidas con familias rubias y casas de dos pisos, pero les encanta que les limen el buje o que les sople la cornetita un payaso vestido de mujer y los laburantes de la parte “bien” de la zona industrial, que, luego de atender a empresarios o arreglar camionetas de un palo, se daban una vueltita para que les muerdan la nuca o les llenen de yogur la heladera. Encima la tenían alquilada cuatro bagayos y dos chiruzas que no valían un mango.

A la Brigitte ya la habían cagado a palos en la Montecaseros y la yuta la tenía junada. Ya no solo la levantaban cuando aparecía en bucaneras y entangada con un hilo dental a las cuatro de la mañana, sino que se la llevaban hasta de mameluco y manos con grasa, cuando salía tarde del taller donde laburaba de electricista. La Jenni se quería iniciar y aunque estaba bastante fulera para una zona vip como aquella, tenía la fuerza de un toro… de un toro con pintalabios, pero de un toro al fin. Así que una madrugada, luego de que las tres salieran colocadas de una fiesta en la Miró, se mandaron en la F100 del electricista a apropiarse de la zona.

Las trabajadoras nocturnas tienen un sexto sentido que las alerta cuando se está por armar bardo. Así que apenas estacionaron la camioneta y se bajaron, las siete laburantes se pusieron en guardia. Incluso una venía haciendo buches de un servicio a medio prestar, alertada por el grito de guerra. Los cuatro travestis se arremangaron y se pusieron en barricada. Las chicas comenzaron a arrojar cascotes desde la retaguardia, impactando casi todos contra la camioneta. Entonces las travestis amigas, que venían pituqueadas de la noche, se sacaron los taco aguja y las fajas e hicieron crujir los huesos… era el calentamiento de la guerra, ahora florecía su más masculino y salvaje instinto.

El Brigitte le dio un bate al Rossana y se envolvió una cadena en la mano derecha. El Jenni salió disparado como un tren a tackear a la muralla traviesa, era tal la adrenalina que ni siquiera sintió el peñascazo que le rompió la ceja. Detrás venían las otras dos como piña. El impacto fue atronador, pero solo una de las chicas cayó al piso. Aprovechando la inercia el Jenni se le tiró encima y le sacudió tres tortazos a puño cerrado en plena cara, si no lo arrancaban de las mechas no paraba hasta matarla. El Rossana se comió un piedrazo en plena boca que le hizo volar el bate y dos dientes, el dolor la dejó fuera de combate un par de minutos.

El Brigitte fue implacable, de un solo cadenazo le abrió semerendo tajo en el hombro a uno de los trapos. Esto lo volvió loco al maltrecho muchacho, que en vez de acobardarse se tornó furioso como un dragón y al grito de “conchisumare guon” arremetió contra el agresor. Se le vino al humo como diablo, en el momento justo que el Rossana recuperó la visión y le alcanzó a meter un empujón que lo hizo trastabillar. Ahí aprovechó el Brigitte y le asentó un cadenazo en las costillas, abriendo piel y carne y dejando fuera de combate al chileno puto.

El Jenni no podía librarse del muchacho que lo estaba revolcando por la calle de los pelos, hasta que logró ponerse de pié y no tuvo mejor idea que abrazar al pobre tipo y apretarlo contra él, haciéndole el mortal “abrazo de oso” de lucha libre. Dos siliconas como globos, más de 90 kilos de grasa y la fuerza de un ex trabajador metalúrgico se volvió una trampa asfixiante que terminó con el desmayo automático del tirapelo.

Las chicas seguían tirando palos, piedras, le tiraban con de todo a los violentos intrusos. Le dieron dos piedrazos seguidos al Brigitte y lo sentaron de orto. El Rossana volvió a agarrar el bate y se lo estroló contra uno de los travas, partiéndolo al medio en seco y dejándole la cabeza como una sandía que se cae de arriba de la heladera. El cuarto travesti se dio cuenta que era momento de retirarse. Apenas dio media vuelta las chicas lo acompañaron, con una lluvia de piedrazos, puteadas y risas burlonas de los tres amigos.

Al otro día, hechos teta, tuvieron que apostarse en el territorio ganado, porque podía suceder que las antiguas dueñas volvieran a reclamar lo suyo… y así fue. Se bajaron de un Bora con vidrios polarizados las cuatro travas todas remendadas, con yesos, gasas y puntos y dos gordos patoteros enormes, pelados y con cara de poquísimos amigos. Los seis tipos se vinieron al humo, a reclamar lo suyo. La Rossana, con el comedor a la mitad, abrió su bolso y sacó un chumbo. Empuño firme la Glock 17 y le metió dos balazos en la gamba a uno de los osos. Ahí se dieron cuenta que la cosa venía seria. La Jenni y la Brigitte no lo podían creer, una alegría incontrolable las invadió. Eran amigas de la más picante. Los enemigos se fueron al palo entre gritos e insultos y no volvieron jamás.

– Tendríamos que ver el tema del sindicato – dijo la Jenny…

– SIMETRA “Sindicato Mendocino de Travestis” – dibujó en el aire un cartel la Brigitte.

– SINATRA – dijo seria la Rossana mientras tiraba un atado de ramas al fuego – Sindicato Nacional de Travestis… esto tiene que tener alcance nacional chicas.

– Si, es cierto… sería fantástico. Les cobramos una cuota a las chicas y con eso podríamos tener obra social, fijar el precio de los servicios a nivel nacional, velar por normas de seguridad e higiene mínimas – soñó la Brigitte.

– Y podríamos apretar al estado, cortar rutas y armar kilombo para que nos den subsidios y planes – afirmó la Jenni mientras se metía la bombacha en la cola.

– ¡Ya salió la gorda peronista!, esto es mucho más superador gorda – la retó la Rossana.

– Bueno chicas, hay que laburar, tarea en casa… traer la lista de qué debería contemplar en SINATRA y cómo recaudaríamos fondos.

Continuará…

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