Bien chiquillos y chiquillas, hasta el capítulo anterior hemos leído el auge y la expansión de las Órdenes Militares en el Viejo Mundo, a continuación y cómo corresponde, veremos el fin de las mismas. No sin antes dar una nota de color.
No solo los Cristianos contaban con éste tipo de soldados de élite, los Musulmanes también los tenían, y a ellos me refiero a continuación:
Las órdenes militares al servicio de Alá, se llamaban ribat y fundamentalmente se trataban de fortificaciones en los límites fronterizos y estaban habitados por religiosos, obviamente musulmanes, que a la vez ejercían de guerreros de la Fe. Tenemos en cuenta que tanto para los Cristianos como para los Musulmanes, la guerra y la Fe, iban de la mano. Y para más precisiones, las cruzadas fueron una copia de la yihad o guerra Santa Islámica. Por lo tanto no es raro ver que también contaban con monjes guerreros, que actuaban de manera similar en ambas partes.
Los más famosos, eran una secta de los musulmanes nazaríes, llamados Hashs-hasashin, de dónde proceden las voces “hachis” y “asesino”. Su existencia es casi de leyenda y cuentan los historiadores que durante el asentamiento de los cristianos en Tierra Santa, eran sus más temibles enemigos.
Refugiados en la fortaleza de el Alamut, inexpugnable por estar situada en la cima de una montaña rocosa de difícil acceso, desde dónde hostigaban a sus enemigos y desde dónde también se planeaban los “asesinatos selectivos”.
También la secta de los Almoravedíes, tuvieron sus soldados de Alá… Surgidos de los pueblos nómades del desierto del Sahara, basaron su vida en la interpretación “al pie de la letra” del Corán (su Libro Sagrado). En el siglo XII, serían sustituidos por otra secta, aún más fanática y radical de monjes guerreros, la de los Almohades, cuya traducción literal es “los que reconocen la unidad de Dios”.
Dejando de lado ésta curiosidad, vamos a ver cuál fue el final de los “soldados de Dios” .
Corría el año 1307, y el entonces Rey de Francia lanzó una razzia contra todos los caballeros de Temple.
Hemos leído ya que los problemas de los Templarios, comenzaron después de la caí de la ciudad de Acre desde dónde hubieron de replegarse a la isla de Chipre. Poco después de éstos acontecimientos, algunos altos jefes de la Iglesia, comenzaron a lanzar acusaciones en contra de los monjes guerreros, pues eran sindicados como los principales responsables de la pérdida de Tierra Santa. Si bien muchas de estas acusaciones eran instigadas por el Rey de Francia Felipe IV, llamado Felipe el Hermoso, que pretendía poner bajo su órbita y control a las órdenes militares, mediante la unificación de las dos más importantes órdenes del momento… la de los Templarios y la de los Hospitalarios. También le guiaba la ambición de apoderarse de las riquezas que poseían los Templarios y así liquidar las deudas que había tomado con ellos que rondaba en la entonces astronómica suma de trescientos mil florines de oro. Para lograr su cometido, no titubeó en presionar al Papa Clemente V (recién ungido ese mismo año).
EL Maestre de los templarios era un sexagenario caballero llamado Jacques de Molay. Que había sido elegido once años antes. Hombre de poca cultura y limitada inteligencia y que llegó a su cargo gracias a su valentía como soldado y su capacidad organizativa para construir fortalezas. Desde ya que no era el más indicado para guiar a la Órden en los tiempos difíciles que atravesaba.
Cuando comienza a gestarse la conspiración contra el Temple, un ex caballero expulsado por cometer delitos y no cumplir las reglas de la Órden, un tal Esquieu de Floryan, denunció que la Órden estaba sumida en flagrante corruptela y escándalos religiosos… es de imaginar que Felipe el Hermoso, atendió gustosamente estas acusaciones.
Dejando Chipre, Jacques de Molay, viajó a Francia a fin de terminar con las acusaciones que comprometían a la Órden.
El Rey, infiltró a los Templarios con “dobles agentes” entre los caballeros. Y así preparó las acusaciones que presentó ante el Papa y le exigió una investigación a fondo. El Sumo Pontífice, dicen que muy a su pesar, inició el proceso solicitado.
El 14 de septiembre de 1307, el Rey redactó y envió las cédulas oficiales en dónde se ordenaba que se alistaran las fuerzas armadas a fin de intervenir el 13 de octubre. Y añadía una carta sellada que no debía ser leída hasta la fecha fijada.
La carta, ordenaba arrestar a todos los monjes guerreros de todas las órdenes militares, bajo la égida de Francia, bajo la acusación de “delitos execrables”.
El 13 de octubre se abrieron las cartas selladas, los delitos que se les atribuían a los templarios eran de incurrir en los pecados de avaricia y orgullo, de participar en ritos satánicos, blasfemar contra Cristo y los estigmas de la Pasión, de celebrar ritos idólatras y de practicar la sodomía.
Jacques de Molay fue preso ese mismo día. La operación se ejecutó con una extraordinaria eficacia. Unos 20.000 templarios de los que solo algunos más de 500 eran caballeros, fueron a dar con sus huesos a las cárceles de toda Francia. No hubo resistencia ya que seguros de que su sacrificio en Tierra Santa, los eximiría de cualquier acusación. No resistieron ni los caballeros con asiento en Chipre…
Felipe el Hermoso tenía todo planeado, se hizo con un puñado de profesores de la universidad de París, que aprobó por unanimidad, que lo hecho por el Rey se “ajustaba a derecho”. Pasados unos pocos días, comenzaron los interrogatorios. Éstos fueron salvajes… de 138 caballeros interrogados, 36 murieron durante el proceso. La tortura era extrema, incluían desde latigazos, la aplicación del “potro” (que sacaba de coyuntura las extremidades) los cortes con cuchillas y la aplicación de fuego. No es raro que algunos hombres ante el salvajismo de los interrogatorios, confesaran falsamente haber cometido los crímenes que se les atribuían.
El Papa Clemente, intentó protestar por lo extremo del proceso, pero Felipe IV, lejos de oírlo, lo amedrentó con acusarlo de proteger a los templarios. Tanto es así, que el Papa redactó la bula Pastoralis praeminientiae en la que declaraba a Felipe el hermoso “Defensor de la Fe y Verdadero Hijo de la Iglesia”. Reconocía en la misma, que las acusaciones estaban siendo probadas y ordenaba la confiscación de todos los bienes de las órdenes acusadas.
El primero de los 5 interrogatorios a los que fue sometido el Gran Maestre, lo llevó adelante una delegación Papal, enviada desde Aviñón. Durante el proceso Jacques de Molay defendió a la Órden en contra de todas las acusaciones.
A pesar del éxito conseguido, el Rey de Francia comenzó a perder la paciencia… necesitaba saldar deudas. Para ello concertó reuniones con el Papa. De aquí surgió que Felipe se quedaba con todos los bienes confiscados y que los monjes quedaban bajo la jurisdicción de la Iglesia.
Aquí es cuando entra en el juego la “Santa Inquisición». Eran ellos los que a partir del momento, se encargarían de los interrogatorios. La Iglesia recomendó que los acusados que se arrepintieran de sus actos, pedían perdón públicamente y hacían penitencia, fueran absueltos y admitidos nuevamente en el seno de la Iglesia.
La Inquisición siguió el proceso con terribles torturas. Junto con las alegaciones de robo y apropiación de bienes, se sumaban los ritos satánicos, que decían constaba de practicar en sus conventos. Los actos sacrílegos que cometían sobre la Cruz de Cristo, eran una ceremonia infame de iniciación, que constaba de besos en la boca, ombligo y nalgas. Que adoraban ídolos con forma de gato y cabeza humana y que practicaban actos de sodomía. Fueron muchos los caballeros que bajo tormento, admitieron haber cometido lo que se les endosaba. Muchos caballeros también se retractaron de sus confesiones bajo tortura. El caso de 45 caballeros que se retractaron y se proclamaron inocentes. Muchos de ellos fueron enviados a la hoguera y los que no se retractaban, eran encarcelados. La suerte y el destino de los Templarios, estaba echada.
El Papa terminó por disolver la Orden Templaria. Si bien el proceso al cual fueron sometidos, estaba plagado de irregularidades, se dictaminó que las acusaciones eran cierta y todo lo actuado estaba dentro de la ley del hombre y la de Dios.
Felipe el Hermoso logró su cometido con una yapa. La Órden Hospitalaria quedó bajo su mando y ésta recibió todas las encomiendas Templarias, y el Rey de Francia recibió 200.000 libras por las encomiendas situadas en Francia.
Solo quedaba un cabo sin atar, Jacques de Molay y los altos cargos del Temple. Aún en prisión, no tuvieron el buen gusto de morirse en ella si no que allí estaban, testigos del oprobio del Rey y del Papa. Dispuestos a terminar con esto, Clemente V, nombró a tres cardenales para que se hicieran cargo del tema. Éstos determinaron que continuaran en prisión perpetua, ya que habían confesado sus crímenes. Pero unos meses después, Jacques de Molay y el ex prefecto de Normandía Godofredo de Charny, se retractaron de sus confesiones y se declararon inocentes. Argumentaron haber confesado bajo tortura y automáticamente, se los acusó de relapsos y fueron condenados a muerte en la hoguera.
La leyenda cuenta que cuando las llamas comenzaron a devorar el cuerpo del gran maestre, el anciano anunció que quienes habían participado en el proceso contra el Temple, darían cuenta de sus actos antes de pasar un año.
La Maldición de Molay, iba dirigida al Rey de Francia y se creyó en su efectividad, ya que Felipe el Hermoso murió en Noviembre de 1314 en un accidente de caza y sus hijos y sucesores, también murieron sin dejar descendencia.
FIN
Fuentes consultadas:
- Profesor J.L.Corral (Univ.Zaragoza)
- Desgris (Misterios Templarios)
- Musquera (la espada y la cruz)
- Seward (los monjes guerreros)
Muy interesante relato estimado!
gracias hermano