Seguramente fuiste y serás víctima de aquellos grupos de Whatsapp detestables. “No me agreguen a grupos que no suman”, sería una buena frase para ello.
La más tremenda que me pasó fue con un grupo de la primaria. ¡Qué padecimiento padre! Vaya fanático por juntar el pasado, un coleccionista de personas -que ya no somos- apareció en mi celu, de nombre Alejandro. Sí que está bien loquillo… este nefasto personaje se fue hasta la escuela primaria donde compartimos nuestra niñez, fotocopió de la lista original de los que asistimos al jardín y desde allí comenzó su faena.
Recolectó, para su equilibrio infantil, gran cantidad de adultos que lo siguen como a un líder.
Una vez que me introdujeron a ese “Primaria J. M. de Rosas”, recibí mil notificaciones y saludos de gente que ya no recordaba, ni tenía la mínima intención de hacerlo. Fue horrible la situación de querer escapar de aquello. Decididamente no me sentía parte de ese grupo, el niño que fui con ellos, simplemente, ya no existía.
A las pocas horas un “Alfre ha abandonado el grupo”, fue el delator y el desencadenante de un apocalipsis que pensé ya había cumplido su ciclo. Para mi sorpresa volvieron a agregarme, me renacieron con un “no, de acá no se va nadie”, la sensación de algo sectario invadió por completo mi cabeza. Eran adictos a la reminiscencia pueril. Asombrado volví a abandonarlos, pero la secta contraatacó con llamados intensos, sumados a mensajes privados de un cura, sí “Edwin tomó los hábitos”, y pedidos como “en qué puedo ayudarte” de Seba, policía ahora, la ley del grupo.
Estamos para revivir momentos, conocer nuestros hijos, mientras una catarata de videos con guitarras de por medio cargaban la memoria de mi pobre telefonito. ¡Qué mal la estoy pasando! gritaría el “Gato Gaudio”. Impactante es la invasión de estos seres que paralizan el tiempo. Son como una especie de Cuba, estancados en una época con el “Che Alejandro” bien presente, “hasta la primaria siempre”.
Y la paciencia a veces es corta como abrazo de suegro. No tuve opciones, más que meter bloqueadas, algunas puteadas, el niño que fui se defendió como el adulto que soy. Mandé al terapista a varios, ¡sí que lo necesitan, Buda mío! Tremendos idólatras del pretérito muy pretérito, demasiado para alguien que funciona con “el pasado, pisado”.
A las horas conseguí que mi celular continúe con su equilibrio emocional intacto. El material subido de tono, los memes sarcásticos, algunas Evas de Tinder y el bullyingpadelístico del grupo de la secundaria. Todo normalizado ante estos “rinde cultos del ayer”.
¡Vaya grupo!, uno que quiere olvidar el pasado y otros que viven en él. ¿Te ha pasado?
Escrito por Alfredo Ávila para la sección: