Eran conocidas esas mega-fiestas de primavera que se celebraban en los campings del Carrizal. Fiestas que duraban 3 días con sus 2 noches. Descontroles varios, amores a flor de piel, hormonas revolucionadas y sobre todo, experimentaciones de primerizos en “todo”.
Nosotros, la seguridad contratada para este evento, como siempre haciendo la del ginecólogo, trabajamos dónde los demás se divierten. Aunque esta vez, fue diferente.
El camping en cuestión era bastante grande y realmente había mucha gente convocada ese 20 de septiembre, víspera del día del estudiante.
Nos multiplicábamos para cubrir los distintos puntos neurálgicos del evento, el escenario en dónde estaba tocando la banda de reggae-ska Tu Kalavera, con sus fieles y fumadores seguidores. La pileta en dónde se hundían como anclas los borrachines que caían dentro. Los baños, que eran lo más parecido a la ciudad de Srebrenica después del paso del genocida Ratko Mladi?. La periferia del embalse, que era toda una tentación para los tontos que creían que el fernét y la mandanga los convierte en súper héroes (en este caso, Aquaman).
Ya entrando en la historia en sí… Nos tocaba la ronda de las 4am al Vikingo y a mí. Deambulábamos por entre las carpas, evitando que se armaran orgías romanas (en dónde no fuésemos invitados) y tratando que las sustancias que la gran mayoría estaba fumando o esnifando, mezcladas con el alcohol, no los desacatara. Ya que el mito urbano de que si estás jalado, el alcohol contrarresta el efecto y viceversa. ¡Pero maldito! ¡Además de borracho, estás drogado! ¡Date cuenta nene! La cuestión es que en determinado momento, unos muchachos que fumaban alrededor de una fogata, nos hacen señas para que nos acerquemos. Una vez apegados a los mencionados, nos comentan que ya hace un par de horas que escuchan quejidos por entre los árboles que están a unos 30 metros de su campamento. Los tranquilizamos, diciéndoles que lo más probable fuese que estuvieran garchando. Pero los locos no se convencían y nos pidieron que nos arrimáramos a ver. Accedemos y, reflector en mano, encaramos a la arboleda.
Ni bien entramos a ella vemos un bulto que a primera vista parecía un perro acurrucado, caminamos unos pasos más hasta llegar al lugar y vemos que era un pendejo de unos 17 o 18 años, en posición fetal, ¡solo vestido con un pantalón corto y una remerita! ¡Hermano! ¿Estás bien? (pregunta pelotuda, ya que el loco estaba a los ayayay y evidentemente cagado de frió) ¿Hermano que te pasó? –brrr no shé, no shé…. –Vikingo, anda a buscar la chata para llevarlo a la casa del sereno. Salió cagando y a los 15 minutos llegó. Subimos al pendejo a la chata, que todavía estaba aterido y no me decía que le había pasado. Así rumbeamos para el HQ.
Llegamos, y lo metemos a la casa del viejo que cuida, al lado de una estufa tipo salamandra, le dimos un trago de ginebra y recién ahí, recobró el color de un ser vivo. Bueno hermanito, ¿qué te ha pasado? –No shé, sho estaba jugando a la pelota con mis amigos y otros vaguitos que estaban en una carpa… -¿pero y tus amigos? Intervino el vikingo. –¡No shé! Se fueron… -¿vos los viste irse? –No… -¡Ha sos un pelotudo querido! –lo último que me acuerdo esh que… (se pegó un tiritón, que casi hace que se le caigan los dientes) voy a trabar una pelota al costado y… se puso todo negro. En ese instante, entra a la casa un policía (previamente habíamos llamado al móvil por este tema) y el pendejo pega un salto y con cara de desesperación le dice al milico… -¡Por favor señor lléveme presho… lléveme presho! La cara del milico era para una foto, no sabía si reírse o tomar en serio lo que le decía. -¿Porqué querés que te lleve preso? –¡Porque tengo miedo sheñor! Ha nooooo, el milico nos miró a nosotros cómo si fuésemos culpables de la condición deplorable del pendejo. –No Señor, le digo, nosotros lo encontramos así, es más lo trajimos para abrigarlo y que no se muriera de hipotermia y lo llamamos a ustedes, así que no nos endose una causa. –No, de ellos no tengo miedo sheñor, ¡tengo miedo de que me lleven otra vez! – ¿Que te lleve quién? – ¡Los que me llevaron cuándo fui a trabar la pelota!
El policía nos miró con cara de pocos amigos, dio media vuelta y salió por la puerta, no sin antes murmurar –Estos pendejos de mierda me tienen los huevos al plato… -Pero señor, ¿qué hacemos con este pendejo? Le dijo el Vikingo. – ¿Y yo que mierda sé? ¡No me lo voy a llevar porque se le dé las pelotas!… Y así quedamos, con el pendejo en un estado de paroxismo inigualable. Ante la situación, tratamos de determinar si el guacho estaba empastillado o fumado o lo que fuere, para lo cual comenzamos a preguntarle cosas rutinarias como por ejemplo: ¿Cómo te llamás? Juan Pedro… ¿Y dónde vivís? En La Favorita… ¿y trabajás? Shi, cuido autos en la Arístides, es más yo conozco a un montón de patovicas que laburan en la Arístides… – Ajá y decime nene ¿a quién conocés? (con esta lo enganchamos) Al Jogito, el que es patova del Abasto… es másh, le dicen pailón… -A la mierda, el pendejo está “entero” no se lo ve ni borracho ni drogado… -está siendo bastante coherente. Me dice el Vikingo, mientras se rascaba la cabeza… -Si no fuera porque es shesheosho, te diría que es hasta normal…
– Oíme pendejo, ¿me podés explicar lo que le dijiste al milico? ¿Cómo es eso de que tenés miedo? – Y shi… imagínese, estaba jugando a la pelota y de pronto se pone todo blanco y después todo oscuro y no me acuerdo más, hasta que me despierto, medio en bolas, mojado y en medio de un bosquecito, hasta que llegaron ustedes… a mi me parece que… que… QUE ME CHUPO UN PLATO VOLADOR PARA HACER EXPERIMENTOS…
No hay palabras para describir cómo nos hemos cagado de risa esa puta noche del 20 víspera del día del estudiante… La reflexión final, o la moraleja de esta historia, es que no podés meterte en la boca cualquier pastilla. Uno nunca sabe para qué lado pintan las alucinaciones…
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jajajaja m parece q m voy a ser patovica! vivir estnd db ser genial!