Cuatro y cuarto de la mañana, en una apacible noche de viernes. Debatíamos de fútbol con el Carlitos mientras saboreábamos una Coca con hielo. Hasta que de pronto unos gritos, más que gritos eran aullidos… perdón, más que aullidos, eran chillidos de esos agudos que suelen dan las arpías.
Carlitos larga el vaso a la mierda y gira sobre sus talones al tiempo que trata de abrir la puerta de entrada, mientras que yo trataba de identificar el origen del alboroto. Salen como una tromba dos compañeros de laburo protegiendo con sus propios cuerpos a un flaco mechudo y barbudo. Atrás de ellos, venía la marabunta de mujeres exaltadas. Gritaban, pateaban, proliferaban insultos irrepetibles, herejías sin perdón.
Ante la situación, me interpongo entre los que salían y las nenas… a no… groso el error el mío. Se las agarraron con este que escribe. ¡Lo que me putearon esas minas! Nunca pensé que tanta furia podía estar en un mismo lugar.
Intertanto, mis compañeros ya habían evacuado al mechudo y estaban camino de regreso a sus puestos. Al pasar a mi lado, me miran con esa cara de… “en la que te metiste pelotudo” y siguen viaje. Las minitas se cansaron de gritar y putear y por fin, pude articular palabras:
– ¿Me pueden decir que carajos pasó? Otra vez los gritos y el descontrol, se peleaban entre ellas para hablar y al fin ninguna decía nada. – ¡Va fangulo! Me voy a la puerta y que se arreglen solas estas colifatas.
Llego a la puerta y lo veo a Carlitos (mi compañero) charlando con… ¡El mechudo! Me meto en la conversación y ahí escucho que en realidad, al mechudo lo habían sacado para protegerlo de la horda de «Amazonas» que se lo querían comer, aunque en ningún momento dijo el porqué se lo querían comer. Habrán pasado 10 minutos del alboroto, cuando comienzan a salir las Amazonas, sin hacer lio, como para que nadie notara que estaban montando una emboscada para el pobre mechudo. Con Carlitos nos dimos cuenta de la situación, pero al fin de cuentas no nos íbamos a perder una buena piñata entre 6 o 7 minitas y un mechudo.
Las minitas se comenzaron a arrimar con cautela, mientras el mechudo, de espaldas a ellas charlaba con nosotros. Y en un momento dado, cuándo todas estaban en posición de ataque, una de ellas, mientras lo daba vuelta tomándolo del hombro derecho le espetó en la cara.
– ¡Decime hijo de puta! ¿Cómo se te ocurre tirarle el pelo a mi amiga?
Creo que ese es el famoso grito de batalla tipo ¡¡¡Banzaiiiiiii!!! Se le fueron al humo al pobre mechudo, que no entendía que mierda pasaba. Un “amigo” de éste intentó meterse en la trifulca. Pobre. Cobró como el Curly de los 3 chiflados. Las Amazonas estabas sacadas, tiraban patadas, piñas, empujones, mientras que la más fornida del grupo le encaraba al pibe de su larga cabellera ¡El mechudo, no podía zafar!
Nosotros mirábamos divertidos la situación. Ya se habían juntado algunos clientes, otro par de patovicas, el loco de la playa y hasta el choripanero estaba viendo la contienda.
Ojo, la pelea no caía en intensidad, las minas pegaban y el mechudo no aflojaba. Una de ellas se sacó el zapato y le entró a dar por la cabezota y medio como que ya se estaban pasando de la raya. En el momento en que estábamos por intervenir, una loca agarró una piedra y estuvo a un segundo de dársela. Carlitos con sus 148 kilos se interpuso entre la horda de arpías y el mechudo, y yo, le quitaba la roca a la maldita zarpada que quería emular a Lisbeth Salander.
– ¡Pará nena! ¿Qué pretendés hacer? ¿Estás loca?
– ¡Que mierda te importa! ¡La puta que te parió! ¿Qué tenés que meterte?
– ¡Pará calmate un poco!
– ¡Que me calme una mierda! ¡Vos no sabés lo que ha pasado y te metés!
– Mirá flaca, mejor agarrá a tus amigas, y andate. De onda, andate antes que los policías que trabajan acá llamen a un móvil y terminen todas en cana.
Carlitos, y un par más, ya había logrado desactivar la bronca con el mechudo, yo ya me había llevado a la más alterada y la calma retornó al lugar… Las minas se iban rumbo al auto, puteando y a la vez, cagándose de risa. La gente que había presenciado el show no podía dejar de cagarse de risa y comentar los pormenores, y en eso el mechudo que estaba en un estado de ruina total, despeinado, lleno de tierra, con la camisa hecha bosta, una zapatilla en la mano y lleno de rasguñones, nos mira (a Carlitos y a mi) a los ojos y muy solemnemente nos dice:
– «Ustedes son testigos… soy un caballero, no le pegue a ninguna.»
¡Juaaaaa jajuuaaaaaaaaaaa que manera de cagarnos de risa! ¡A quién le ibas a pegar si no te dieron ni chance maldito! Jajjjajaaaaaaaaaaaaa. Es hoy, que suelo ver al mechudo por los boliches de Mendoza y cada vez que nos vemos, revivimos esa noche pugilística mientras nos cagamos de risa.
PD: Esa misma noche (ya de mañana) nos estábamos retirando y viene un patovica con un mechón de pelos laargos en la mano y comenta:
– Pensar que por esto se armó tanto quilombo ¡Ahí caímos! ¡El mechudo, le había arrancado una extensión a una de las minitas. Ese fue el detonante de tanta violencia!
Moraleja: Alguna vez lo dijo alguna de las chicas del staff: ¡No le agarren el cabello a las chicas en el boliche! Te pueden pasar cosas cómo esta.
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Fabi sos tan grande!! creo saber quien es «el mechudo»!!! jaja