/Mi peor experiencia con un lavamanos

Mi peor experiencia con un lavamanos

La higiene siempre fue lo primero que intentó inculcarme desde pequeño mi madre. Eso, junto con detalles mínimos de protocolo en la mesa, como no apoyar los codos, no levantarme sin su permiso y bajo ninguna circunstancia tirarme pedos en la mesa cuando había visitas.

Tanto trabajo y repetición de mi santa madre, dieron como fruto una persona que lucha constantemente por mantener la etiqueta y los buenos modales, aunque no siempre lo consiga.

Muchos años bajo su tutela me dejaron costumbres casi compulsivas, como un cuidado excesivo de mis manos y la higiene personal. Así, por ejemplo, no puedo tocar un teclado de ninguna computadora sin antes lavarme las manos, o no poder dormir sin antes darme una ducha.

Hasta ahora todo parece hermoso, se preguntarán ¿Qué tiene de malo ser un tipo limpio? La respuesta no la van a saber hasta que llegue el último párrafo de esta historia…esta vergonzosa historia…

Eran tiempos de juventud, y claramente, con los tiempos de juventud se encontraba el jolgorio hormonal que representa a todo adolescente. Por suerte, ya estaba en pleno transcurso mi segundo noviazgo serio y estaba descubriendo cosas de la mujer y porque no decirlo, de  mí mismo también. En otras palabras, estaba empezando a culiar bastante.

No es menor decir que la estaba pasando  genial con mi actual novia, ya que con la anterior lo más lejos que habíamos llegado fue algún que otro “culiarropa”, no porque la dama en cuestión fuese una frígida, sino porque aún éramos muy chicos y estábamos cagados.

Pasada la etapa del debut de ambos (material que guardaré para alguna nota en la que contaré detalles incómodos) con mi novia empezamos a disfrutar de los gustos de tener sexo donde sea y como sea.

Fue así como llegó el día de la historia en cuestión. Como cada jueves, me dispuse a dirigirme hasta su casa para desayunar juntos y luego acompañarla a su clase de gimnasia. Al entrar mi novia, a quien le vamos a decir  “Lali” me estaba esperando con el café servido y al parecer, sus viejos habían salido temprano a trabajar.

Llego y me siento a desayunar con normalidad, cuando de repente me dice que quiere desayunar en mi falda (estábamos en una etapa súper melosa) y yo, ni lento ni perezoso, me corrí para atrás y le hice un espacio en mi regazo…

Yo no les puedo explicar el culo increíble que tiene la Lali, encima estaba con calcitas de gimnasia, lo cual hacía que todo se sintiera por demás rico. En cuestión de minutos me olvidé del café y ya tenía la pija como garrote. Nos empezamos a besar fuerte y la Lali ya se movía como un pescado fuera del agua y justo en el momento en el que iba a empezar a “dedear”, la mina me paro el carro. “Hoy no puedo, gordo”, me dijo, claramente haciendo referencia a que estaba en “esos días”. Me detuve, cosa que no haría por estos tiempos, pero entiendan que era todo nuevo para mí y aún me daba cosa jugar en “cancha embarrada”.

Más caliente que la bosta, traté de quedarme quieto y parar con el franeleo, pero ella seguía refregándome el culo y manoseándome el bulto. En un momento freno todo y le digo: “Bueno para, si no podemos hacer nada aflojale a las manitos porque después voy a andar toda la mañana horny”. Lo que nunca me esperaba, fue su respuesta picante y atrevida: “Yo dije que no puedo hacer nada, pero vos la vas a pasar bien igual”. Lo decía mientras me iba sacando el pantalón  y relamiéndose la boca, la verdad me sorprendía la actitud de putita que estaba teniendo.

Era obvio que me iba a terminar haciendo mi primer pete ¿Saben lo importante que era ese momento? MI – PRIMER – PE – TE. Mi primer pete. Y ahí fue donde me entró la persecuta con el tema de la higiene…

“Huy no, es mi primer pete, la tengo que tener impoluta” pensé. Mientras tanto, la Lali iba bajando como en cámara lenta. Cada momento se me hacía un siglo, y yo solo pensaba una y otra vez: “me la tengo que lavar, me la tengo que lavar, me la tengo que lavar…”

Y el celular llegó, como la campana luego de un round muy sufrido, sonando y sonando insistentemente desde la habitación. “Creo que el que llama es mi viejo, tengo que atender, pero vos me esperás acá quietito” me dijo y salió presurosa a atender el teléfono.

Obviamente me casé los pantalones como pude y me mandé disparado al baño. Más suerte imposible rata, ahora te lavás el habano de cuero y vas a sentir un calentito diferente…suave, quizás con un toque de diente, pero flashero…pensaba. Pero un gran dilema invadió mis pensamientos pornográficos: ¿Dónde me la lavo? La ducha no la podía abrir porque iba a ser demasiado obvio, el bidet, probablemente estuviera lleno de restos de mierda de mis cuñadas y eso empeoraría la cuestión.

Ya fue, pensé, me lavo la chota en el lavamanos. Como un loco bárbaro, pelé ahí el miembro y lo posé sobre el frío cerámico, mientras  con la mano regulaba el agua fría y caliente para no quemarme. Luego de remojarla, me pregunté si con qué jabón me la lavaba, y como un groso entre los grosos, me lavé con el jabón de las manos. “Ji ji ji mi suegra se va a pasar el mismo jabón que yo me paso en la gallina” pensaba y sonreía inconscientemente…

Lavada va, lavada viene, ya me había entretenido en el acto. Posta,  hasta era confortable por el frio que sentía en los huevos (del lavamanos) y el calor del agua tibia con la que me jabonaba. Mucho placer, todo muy piola, cuando algo pasó…algo que no me esperaba, algo que sin dudas no tendría que estar pasando, una pasadilla…la puerta se abrió.

De todas las personas que hubiera odiado que estén detrás de esa puerta, vino a asomar la cabeza el hijo de puta de mi suegro. Leyeron bien, MI SUE GRO.

Imaginen la escena, yo, el lavamanos, mi garcha enjabonada entre mis manos, una puerta que se abrió y mi suegro viendo todo eso. Se me vinieron tantas palabras, explicaciones y hasta desenlaces (todos igual de trágicos) a la mente. Putearlo, echarle agua, salir corriendo o matarlo de un pijaso. Cualquier cosa tenía que hacer, pero ese incómodo momento tenía que terminar ya.

De todas las palabras, de todas las excusas que podría haber inventado, de todas las patadas que me podría haber propiciado mi suegro, de todas las puteadas que me podría haber fumado, de cada desenlace trágico, de cada solución posible a la ecuación, terminó saliendo  el dialogo más corto, pero al mismo tiempo, más largo de mi vida:

–          Está ocupado…

–          ¡Ah! – se cierra la puerta.

 

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