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Mi primera vez

Erase una vez en La Concha de la Lora, lugar de estadía provisoria del Gauchi Turro, ese gaucho con menos suerte que puto con hemorroides, un ser con muchas navidades pero ninguna noche buena.

Un día de Enero como cualquier otro, el caucho cagado de calor, boina a media frente y pañuelo al  cuello caminaba por la finca canasto al hombro, dirigiéndose a la cosecha.  De repente siente que le golpeaban la puerta, tenía que atender un llamado del interior urgente, fue entonces que cruzando el alambrado se metió en la finca de al lado y solucionó ese problemita de mierda.

 Victorioso caminaba para retomar el labor diario, cuando de repente.

Allí estaba ella. Mezcla de blancura y docilidad, mirada indiferente y libre, un ángel.

Solo una vez en la vida el corazón se te sale por la boca y sentís mariposas en la panza, había leído en qué se yo que libro de amor.

Allí estaba ella, y el momento se hizo eterno, juguetona, suave, limpia y hasta tal vez lo observó de reojo.

De igual manera el Gauchi bajó la mirada y al paso presuroso se alejó de allí, él sabía que ese no era el momento indicado ya que tenía olor a caca en el dedo índice y veneno bajo el ala como para matar al ejército Estadounidense.

El día se hizo eterno. A la mañana siguiente, bañado, limpio y lleno de limón, como se perfuma el gaucho enamorado, salió en busca de su amada.

La busco en el mismo lugar. Ya no estaba.

Los días pasaron  y los resultados eran los mismos. Nulos.

Hincó el facón en el suelo y al sonido de un trueno, gritó de dolor

¡¡¡¡NOOOOOO!!!!

Finales de Enero, fin de la cosecha, día de pago. Bolsillo lleno y corazón vacio se marchó del lugar, montado en su motocicleta Zanella 150cc color azul, la vio a lo lejos.

La podía reconocer entre el medio de un millón de personas idénticas, locuras del corazón, razones que no se entienden…

Ella lo miró fijo. El mundo era solo de ellos dos. Nadie más existía en ese presente.

Él se acercó, sin mediar palabras la tomo de su cara y la besó.

Ella accedió sin decir nada.

El la tomo en sus brazos y la secuestro del lugar.

Ella nunca digo que no…

En esa tarde de fines de enero, la magia se hizo presente y bajo la sombra de un duraznero pelón sellaron el amor cuatro veces y así perdieron la virginidad, llenando de maravillosa impureza su alma.

Ay el amor, el amor, ese sentimiento que es perfecto e imperfecto a la vez, ese que empieza con A y termina con uno sufriendo.

La magia se acabó, y los abandonó a la suerte, ahí los dos desnudos.

Así fue como la madre de ella los encontró, desnudos, quietos, sin salida.

El presuroso buscaba excusas en las carpetas ocultas de su razonamiento. Ella seguía callada…

La madre lo miró con entrecejo pronunciado, se le acercó, lo intimidó con mirada de desapruebo y solo le dijo:

¡¡¡¡MEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!

 

 

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