/Cuento todo sobre mi primera y más traumática paja

Cuento todo sobre mi primera y más traumática paja

Unas noches atrás, como fruto de rondas y rondas de cervezas con amigos, y como tema recurrente en toda juntada de hombres, aparece el sexo. Después de hablar de tetas, colas, calentadas de pava al pedo y mucho más, un recuerdo llenó mi mente sin poder pensar en otra cosa, me sentí  raro, necesitaba compartirlo con mis amigos, entonces dije:

-Aún recuerdo mi primera paja como si fuera ayer.

Me miraron y abrieron la boca todos  al mismo tiempo para contar algo, pero hablé primero y más fuerte que el resto, lo que significó que era mi turno de hablar y contar mi experiencia,  mi primera y más gloriosa palometa.

Como a los doce años  todos empezaban a hablar de lo mismo,  y la verdad que yo en ese entonces era un pibe muy inocente,  no es que no sabía cómo se hacían los bebés, pero tampoco tenía la idea fija en temas de sexo y aún podía ver a mis compañeritas a los ojos (Tal vez es porque a los doce la Sabri y la Gisel no tenían las dos tetazas que tienen ahora). En el cole todos mis compañeros ya hacían la competencia “Iron Man” de las pajas y el Mauri iba a la cabeza de todo el curso, con el increíble número de cinco totas en un día, lo seguían el Kevin y la Romi con tres pajas. Aunque las del Kevin contaban como dos y media, porque la madre le abrió la puerta del baño justo en la mitad de la tercera, no me pregunten como, solo lo sé.

La cosa es que en los recreos mis amigos charlaban y tiraban comentarios sobre porque estaba tan bueno jugar con el muñeco, “Y viste cuando te esta por saltar, que lo haces más rápido, más rápido”, “Yo me hice mi primera paja a los diez”, “¿Cuántas se harán los profesores?”. Ya no aguantaba más, estaba perdiendo a mis amigos ya que no podía compartir sus temas de conversación, tenía que hacerme una cuanto antes, para volver a ser cool con los chicos.

Hacía un tiempo que se llevaban algunas Play Boy y unas Maxim para meterse al baño a verlas en los recreos y habían casos muy particulares como el Jose, que tenía una colección de recortes de modelos de la revista Nueva, que apenas estaban en bikini, o de pedo se le veía la mitad del cachete.  Tenía un folio lleno de esas y las sacaba, las acomodaba en el piso y se toteaba mirándolas. Una vez, tenía una foto de Pampita, recortada de la sección Espectáculos del Los Andes, la puso en el piso junto a otros dos o tres recortes seleccionados y comenzó con la cuestión, todo iba de maravillas, hasta que se escucha un grito desde el patio “¡NOOOOO!¿ PORQUE A MI?”, fuimos corriendo al baño, también detrás de mí vino el profe de matemáticas y al entrar al baño vimos un cuadro desolador, lo vimos ahí arrodillado con los pantalones bajos, no entendíamos que pasaba, hasta que levantó la cabeza y pudimos divisar la cuestión, La foto de Pampita estaba llena de pibes. Lo primero que intento fue limpiarla, haciendo que se le corriera la tinta en la parte que se le veían las tetas, después trató de ponerla a secar, pero se arrugó entera, esa mañana fue trágica, y terminamos tirando la imagen adentro de la mochila de la Estefi, jejeje.

En fin, llegué esa tarde decidido a reventarme la garlopa a sacudidas hasta que saliera algo, hasta sentir esas cosquillas que describía el Chochi antes de acabar.  Llego a la casa y había visitas, la puta madre. Mi casa era una de esas casas en las que uno no se podía ni pajear tranquilo, esa tarde estaban todos, tuve que pensar en un plan B. Se me ocurrió hacerme el descompuesto, como para pasar un tiempo prudencial dentro del baño sin levantar las sospechas de nadie. Entré con la mano en la panza y medio inclinado.

-Hola Tia, hola tío, má me duele la panza, voy a entrar un rato al baño a ver si se me pasa.

-A ver vení. Y si estas hinchado, tratá de hacer lo segundo a ver si se te pasa.

¡Muajaja! Ilusa pensé. Fui a la pieza a dejar la mochila y a sacar la revista porno que me había prestado el Mauri, la doblé,  me la metí en el elástico del pantalón y me la tape con la remera.

Al fin, llegó el momento, bajé la tapa del inodoro, acomodé la revista, me arodillé y empecé a apuñalar el gato. Jugaba y jugaba con la polera del pelado, cuando de pronto empecé a sentir unas cosquillas lindas, empecé más rápido, más rápido, cerré los ojos para disfrutar más…

-¡Toc toc toc! ¿Hijo estás bien?

Me cago en todas las cosas del mundo ¡el susto que me pegue!. Tiré la revista a la mierda y aparecí sentado en el inodoro en un segundo.

-Si má, con el caco que me estoy hechando voy a salir como nuevo, andá con la tía que ya salgo.

-Bueno cualquier cosa avisá.

Pero ándate a cagar, pensé. De nuevo, levantar la revista y volver a violar la polera, ahora fue mucho más rápido, el cosquilleo volvió de repente, cerré los ojos y ¡SPLASH!

Para ser realista no fue un “splash” si no que fue algo como un “bup”. El placer  que sentí no tiene comparación con nada en la vida, pero había un problema ¿Dónde estaban los pibes? Los busqué por todas partes y nada, revisé la revista y no había hojas pegadas, nada por ninguna parte.

Salí del baño consternado, escuchaba la voz de mi vieja preguntándome cosas pero lejana, apenas como un eco…”Se me metió el polvo para adentro la puta madre, estoy embarazado”.

Durante los siguientes treinta días, me la pasaba mirándome al espejo a ver si me había crecido la panza, me deprimía cuando veía publicidades de pañales y comencé a leer los clasificados para buscar laburo para mantener al pibe. Le pedía cosas raras a mi vieja como que me comprara libros con títulos como “Futura mamá”, “Un bebé en casa”, “Cómo ser un padre soltero” y muchos más, hasta que finalmente mi viejo decidió charlar conmigo por mi extraño comportamiento.

Le conté todo y me dijo: “La concha de tu tía, ese día me senté a cagar y después anduve con unos pibes colgando todo el día por el centro”.

Y finalmente, los pibes no se me habían ido para el ovulo, si no que los había dejado camuflados en el blanco del inodoro…final feliz para mi primera y más traumática paja.

 

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