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Mi traumática primera visita al ginecólogo

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Llega una etapa en la vida de toda mujer en la que tiene que hacerse exámenes ginecológicos, como un “Pap” o una “Colpo”. Para quienes no saben, son exámenes para la detección de enfermedades benignas y principalmente malignas en el cuello del útero.

La primera vez dan nervios, como la primera vez en miles de cosas, pero imaginarme con las gambas abiertas de par en par frente a un extraño me ponía demasiado incómoda pero por más vergüenza que me diera ese día  había llegado.

Viernes en la tarde, saco turno en la clínica en donde labura la mejor amiga de mi mamá, y como ella conoce a todos ahí, me recomendó  a un ginecólogo. No me pintaba la idea de que fuera un hombre quien viera mas allá de mi entrepierna, pero una vez me habían comentado de que en este tema los hombres eran más delicados que las mujeres. La verdad no creo que sea cierto, no creo que el sexo del médico haga la diferencia, pero igualmente me saqué un turno con el Dr. Minetti.

Sentada en el pasillo esperando a que me llamen, se me venía a la cabeza la imagen de un hombre viejo, pelado, con lentes culo de botella. Me imaginaba a un hombre grande y con experiencia, tal vez porque me lo habían recomendado, o quizás porque en mi interior el hecho de que fuera alguien adulto me daba más confianza. Aunque nunca le pregunté a Elena, la amiga de mi vieja, si el doctor era joven o no.

Pasado 15 minutos me llama una enfermera para que pase al consultorio y me pide que me saque una pierna del pantalón al igual que una parte de la chabomba, onda así no me quedaba completamente sin la parte de abajo. Me dio una sábana azul para que me tapara y me pidió que esperara al doctor sentada en la camilla, que recién llegaba y que en un minuto venía. Colocó un biombo y se fue.

Cada vez la situación me ponía más nerviosa, exponerme de una manera así me ponía los pelos de punta, pero era algo que tarde o temprano iba a tener que hacer, así que empecé a respirar profundo.

Justo en frente mío había un poster de una mujer sonriendo y feliz con un mensaje que decía en grande: “Yo me hice los exámenes ginecológicos, ¿Y vos?” La verdad no entendía porque estaba tan sonriente, yo estaba pasado un momento de mierda, seguro ella ya estaba curada de espanto.

Cuando sentí que la puerta se abrió, crucé las piernas y sin darme cuenta se me escapó un “mmmm” Inmediatamente escuché como el doctor se rió seguido de un saludo amistoso. Al toque me di cuenta por su voz que no tenía más de 30 años.

El verdadero problema de esta historia no era que él era joven, si no que cuando corrió el biombo, sorpresivamente el ginecólogo resultó ser mi cuñado. Si, así es, mi propio cuñado, quien había conocido hacía poco menos de un mes.

No sé cual habrá sido mi expresión que Juan Bautista, ese es su nombre, largó una carcajada como si todo estuviera perfecto, para él, obvio, porque es su trabajo, pero para mí, era el fin del mundo. Mi propio cuñado estaba a punto de verme la cachufla, terrible.

Empezó a hacerme preguntas onda: Cuándo fue la última vez que me había venido, con que anticonceptivos me cuido, cosas que en la puta vida hablaría con mi cuñado.

Cuando terminó el cuestionario se acercó a donde yo estaba y me pidió que me recostara. Yo tenía las piernas cruzadas, duras como una piedra y no soltaba la sábana. Mi cuñado por su parte le ponía toda la onda y me iba explicando que iba hacer, pero estaba tan nerviosa que ni lo escuchaba.

En eso escucho un silencio seguido de un “Ahí vengo, voy a buscar los lentes que seguro los dejé en la mochila. Vuelvo en un segundo” Se sacó los guantes y salió rápido de la habitación. Sin dudar un solo segundo, pegué un brinco de la camilla, me puse la ropa más rápido que flash y salí volando del consultorio chocándome con todo a mí paso. Si bien sabía que él era ginecólogo, no tenía ni la menor idea de que trabajara ahí, ni siquiera me di cuenta por el apellido que podía ser el.

Después de ese episodio, pasó un tiempo para volver a verlo a la cara. Cada vez que  nos vemos nos reímos de lo que pasó  y siempre que se junta la familia cuenta que me escapé del consultorio como si hubiera visto al mismísimo demonio.

¿Cuál es la moraleja de todo esto? Antes de hacerse ver con un ginecólogo asegúrense de que no es nadie de la familiar porque no siempre se van a poder escapar de esa situación de mierda.

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