Arrancamos mal, no sé si estoy escribiendo para la consigna correcta. Porque ésto no lo veo tanto como un superpoder, más bien, lo veo como un castigo divino, el cual paso a explicar. Es la primera vez que lo voy a hacer público y me voy a resguardar en el absoluto anonimato para que nadie sepa de esta especie de “don” que cargo sobre mis espaldas. Hasta ahora nadie se ha dado cuenta de lo que puedo hacer, aunque mi cara muchas veces no logra aguantar la risa o el espanto.
Todo comenzó un verano de barrio, cuando era chico. Resulta que tuve un pequeño percance. Me golpeé muy fuerte la cabeza cuando estábamos jugando con los pibes del barrio, nos habíamos metido en el fondo de un terreno donde había un pozo cloacal. Mala idea. Pise mal y me caí, pegando duro contra el fondo… fondo atiborrado de heces, de meo y de olores nauceabundos.
Perdí el conocimiento por un momento, cuando logré reaccionar, me dí cuenta que detrás de las cabezas de mis amigos, que me miraban asustados en ronda desde la cima del pozo, salían colores… Si, colores. Obviamente mi primera reacción fue decirles a los chicos…
– ¿Qué son esos colores? – Me miraron raro…
– ¿Qué colores, boludo? – dijo el Chino.
Me ayudaron a salir… al llegar afuera, mientras me limpiaba las heridas, observé que los colores no los expulsaban mis amigos, sino el pozo… y ellos nos los percibían. Me dí cuenta que sólo yo los veía, pensé que podía quedarme ciego, que ya se me estaba distorsionando la visión, pero no le podía contar a mis viejos, me iban a cagar a palos por andar boludeando donde no debo.
Fué así que después de ese episodio empecé a darme cuenta que lo que realmente veía eran los gases malolientes. Por eso digo que es un castigo. Cada vez que una persona, expulsa una flatulencia (pedo, para los amigos), yo lo veo de colores.
Cómo vivía en un pueblo ésto no me afectaba, pero ahora que me mudé a la ciudad, es algo más complicado. Imagínense que voy caminando por la esquina de General Paz y Av. España en hora pico, empiezo a ver los colores y me quiero morir, porque primero los veo, y después, obviamente si estoy cerca los siento con mi pequeña nariz. Ni hablar cuando a las siete de la mañana me subo al bondi y veo a los compañeros de rutina laboral yendo a sus respectivos trabajos… vahos de colores manan de sus fauces como aroíris profanos y pestilentes. Se que suena poético, porque uno imagina colores y toda la milonga primaveral, pero el hecho de saber, te tener la cabal certeza de que el color va de la mano con un olor inmundo, me la baja a niveles infernales. Prefiero una vida en tonos sepia sin saber que los colores fluyen del olor a mierda.
Pensé en convertirme en un “superhéroe pedorro” (bien literal), pero ésto es algo natural, todas las personas “pedorrean” o tienen lapsos de alitosis. ¿De qué los salvaría? ¿Qué debería andar haciendo por la vida, ofreciendo vasitos de Listerine y pastillas AeroRed para las flatulencias? ¿Cómo sería mi atuendo, algo así como un doctor perfumado? Una bosta… literal.
Así que decidí, por ahora, quedarme con éste “poder” oculto. Y ocuparlo para mi propio beneficio. Nada de colores por ahí, y menos en un colectivo lleno y con un viaje de 40 minutos. Si quiero fumarme algo, me fumo mis Lucky Strike.
Eso si… nunca más pude comer coliflor.
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Escrito por “Olor The Color” para la sección: