/Padre se hace pasar por Momo y logra que su hijo de 30 años se vaya de su casa

Padre se hace pasar por Momo y logra que su hijo de 30 años se vaya de su casa

Augusto era el típico adolescente tardío mendocino. Con 30 años, estudiando a duras penas una carrera medio pelo en la UNC, viviendo en la casa de sus padres, sin poner un mango, dilapidando la tarjeta de la familia y garchándose pendejas en la cocina mientras los papis dormían. Típico arruinado por la noche, vestido como un pibito con cortes de pelos exóticos que se rascaba el higo a dos motores.

Se le pasaba la vida entre Netflix, El Botellón, Grita Silencio y la paja. Roberto, su papá, estaba con los huevos al plato. No solamente porque le usaba el auto todos los fines de semana, no hacía nada en la casa y le organizaba asados todos los putos fines de semana, sino que el loco no podía tener intimidad con su mujer y ya estaba re podrido de criar pendejos. Sus otros tres hijos ya vivían solos y habían formado familias o por lo menos se mantenían. El Augusto seguía en un eterno letargo que ya llevaba más de 12 años, cuando allá por los 18 se dio cuenta que no le daba la nafta para ser delantero de River y se dedicó a la farra.

Su papá comenzó a darles largos sermones cuando arrancaba a hacer el asado de los domingos y el Augusto aparecía a las dos de la tarde con una resaca de la ostia.

—Augustito… vos que me vivís hablando de experiencias, de que te has farreado mucha guita mía en viajes por este tema… ¿no te gustaría transitar la experiencia de vivir sólo, en tu propia casa, con una mina o un amigo?

Luego se puso media picante y tensa la situación. Comenzaron las peleas con la Mirta, su mujer, la mamá del Augusto. Cuando el Roberto decidía cortarle los víveres y dejar de darle «la mensualidad», aporte monetario que le daba desde su más tierna adolescencia para que aprenda a administrar el dinero, la Mirta lloraba desconsolada porque le daba pena su pollito. Entonces el Roberto cedía y el Augusto seguía abanicándose la gaviota con la tutuca de papá.

Fue una mañana en la oficina, en medio de la tormenta viral del audio que advertía a los papis que tuvieran cuidado con bajar YouTube Kids, porque se había infiltrado en un video de Pepa Pig un virus que hacía aparecer a Momo, el monstruo Chino, cuando uno de sus compañeros le dijo entre risas…

—Rober… guarda con prestarle tu celu al Augusto, ¡mirá si se le aparece Momo al bebote!

Mientras todos se cagaban de risa, Roberto no se indignó como la última vez, sino que tuvo una idea brillante: fue derecho al departamento de programación de la empresa, charló con uno de los nerds de lentes que laburaban ahí y le comentó lo que pensaba. El Bill Gates del altiplano le dijo que no era muy complicado lo que le pedía, así que por la módica suma de diez lucas, para la semana que viene tendría terminado su pedido.

Roberto inmediatamente transfirió el dinero, ese fin de semana nada de lo que pasó le produjo el más mínimo enojo. Ni encontrar al Augusto arropándose el muñeco de cuero con una revista de Avon, ni que el sábado su hijo haya amanecido dormido sobre el auto con medio portón abierto y una botella de Fernet volcada en los asientos, ni que el sábado por la noche invitase a todo el equipo del torneo de fútbol a comer un asado en su casa, los que decidieron tirarse vestidos y en otoño a la pileta, ni siquiera su humor de perro el domingo desde las dos que se levantó hasta las cuatro que se volvió a dormir. Esto le dio tiempo de hacer lo que el nerd le había indicado que haga en el celular del nene. El lunes llegó fresco como una lechuga, se dirigió al departamento de programación y le enseñaron a ejecutar la aplicación que había instalado en el teléfono del Augusto… su invento era genial.

La idea era sencilla, pero brillante. Roberto había «hackeado» el celular de Augusto y le habían instalado un reproductor de mensajes interno, el cuál enunciaba los mensajes que otra persona enviaba de manera remota. Esa otra persona era Roberto, lógicamente. Además el programa tenía la opción de hacer aparecer diversas imágenes en la pantalla, las cuales desaparecían y no quedaban registradas en ningún lado. El programa se ejecutaba ajeno al sistema operativo, así que ni siquiera con un hard reset podía eliminarse.

Entonces, de a poco, comenzaron a sonar mensajes subliminares en el celular de Augusto…

«Levantate hijo de puta o vas a descansar eternamente», «armate la cama… pero no mires lo que hay debajo», «entre todas las milanesas que hizo tu mamá hay una envenenada, si comes de más seguro que te toca, gordo cañón».

Al principio al Augusto le causó gracia, estaba al tanto del video viral, pero no sabía en qué momento se le había bajado el virus. «Quizás mientas que jugaba al Fortnite contra los niños ratas del barrio me abrieron el YouTube» pensaba. Le hizo el «hard reset» y volvió a fumarse el porrito en el techo de la casa de todos los días.

Ni bien prendió el porro sonó su celular y entró una imagen de MOMO…

«Un día le voy a poner cianuro a los cogollos y te vas a quedar duro en el techo, drogadicto hijo de puta»

Augusto se quedó con media seca en la boca y los ojos desorbitados. Entonces entró rápido a su habitación, tiró el porro al tacho y se fue a bañar… «no le compro más paragüa al Matute», se dijo.

«Hamburguesa erótica caradura, te metes a bañar como si estuvieses sucio, si tenes los plásticos puestos gordo virgo de laburo chanta, conseguite un trabajo o no se te va a parar más la pinchila»

Le dijo el celular mientras se desvestía. Se dio un baño con agua fría y apagó el teléfono. Esa noche bajó a cenar y se quedó viendo Game Of Thrones. Obviamente todos los aparatos que el Augusto tocaba estaban hackeados por el Roberto, que disfrutaba con placer creando mensajes subliminales para su vástago.

En un momento se borró la pantalla y apareció una foto del placard de Augusto, con todo desordenado.

«Chancho mugriento, anda a ordenarte el placard o esta noche me vas a ver salir de ahí».

Horas más tarde Mirta le contaba en la cama a Roberto sobre lo extraño que había sucedido después de cena…

—El Augusto, por primera vez en 30 años, se ordenó el placard.— Roberto le echó un polvo inolvidable.

Una madrugada Roberto se levantó como todos los días y se encontró a Augusto en el comedor con muchos apuntes…

—¿Acabas de llegar de joda Augustito y no te podes dormir?— preguntó, bicho, Roberto sabiendo que la noche anterior le había mandado un mensaje a su hijo diciéndole…

«Si no te recibís este año te voy a meter un muñeco de Rambo en el ano»

—No viejo, estoy estudiando. No voy a salir más este año hasta que me reciba —le respondió mientras ordenaba apuntes.

Ya había logrado su primer cometido, ahora tenía que ir por su segundo objetivo para así poder asestar el golpe final… Roberto, digo Momo,  mandó el mensaje en cuestión:

«Bola sebosa inmunda, dirigite a la calle Colón 761 de Ciudad antes de las 9hs, cuando estés ahí mirá el celular… sino mato a tu mamá»

8:55 el Augusto estaba ahí, a las 9 en punto su celular mostraba una foto… era similar a la que estaba pegada en la puerta del café «Necesito mozo full time». Esa misma mañana el hijo del Roberto estaba efectivo en el Bonafide.

Llegó el momento de su jugada final… cuando el Augusto estaba en medio de un PES2019 con los compañeros del secundario, se le cortó el partido de la Play y apareció una foto de todos los pibes jugando… alguien la acababa de sacar desde el ángulo de atrás de ellos.

«Tienen 7 días para que el Augusto se vaya a vivir solo, pueden vender esta mierda para cambiarla por una heladera vieja y una cocina… caso contrario les voy a hackear todas sus cuentas de Instagram y a postear en sus historias las fotos en pito que les han mandado a las minitas».

El aviso era muy fuerte… los ocho amigos se quedaron boquiabiertos, en secreto todos sabían que habían mandado nudes en pito. A dos cuadras del lugar, chivado por la corrida que se acababa de pegar, el Roberto se meaba de risa y borraba la foto que acababa de tomar.

En menos de una semana el Augusto se fue a vivir con un ñoño de la facultad, ese año se recibió y se puso de novio por primera vez. Por suerte Momo desapareció para siempre, salvo algunos domingos que le aparecía…

«Andá a comer a lo de tus viejos gordo cerdo, llevá carne y hace el asado vos o te voy a bajar la suscripción a Netflix».

Y el Roberto lo esperaba sentadito y de brazos cruzados.