No, yo no quería ir al pub esa noche. El bardo se olía en el aire, era predecible, como cuando ves que un infeliz apoya un vaso en algún lado desafiando las leyes de la física y escuchás el ruido de los vidrios rotos y los lamentos antes de que efectivamente ocurra la inexorable tragedia.
Mi amigo Octavio se había vuelto un tipo fiestero y sociable, lo cual era sólo una careta de cotillón que se ponía para ocultar las lágrimas que derramaba en su intimidad. ¿El motivo? Simple: la novia lo había dejado hacía dos semanas. Yo sabía que mi amigo estaba sufriendo, así que quería pasar más tiempo con él para evitar que toque fondo y empiece a publicar cosas sobre emprendimiento, liderazgo, motivación y cómo hacerse millonario mediante un cambio de hábitos que implique consumir su propia orina cada mañana.
«Che vamos a Puerto Cosmolimbo a levantar minas», decía el mensaje de Octavio de ese sábado a las 15:27. La invitación era premonitoria, pues así como un gran árbol con todas sus ramas y frutos ya se encuentra preconfigurado en la semilla, así también todo el caos que se aproximaba ya estaba contenido o comprimido (como en un archivo .rar) en esa simple y nefasta propuesta… La cual acepté rápidamente ante la falta de una mejor opción.
A las 23:20 llegamos a Puerto Cosmolimbo, un pub que contaba con un detalle único: se hallaba en los dos lados de una misma calle. Eran como dos pubs distintos pero que compartían nombre, diseño, precios y mozos, y pagando la entrada a uno podías salir y entrar al otro toda la noche. A veces hacían tocar dos bandas al mismo tiempo, una en cada parte del pub, hecho que devenía en una intensa guerra de volúmenes entre las bandas que, por lo general, el público terminaba escuchando simultáneamente desde cualquier lado. Además, el constante ir y venir de mozos y clientes cruzando la calle desataba enfrentamientos entre peatones, conductores, trapitos, perros, borrachos, policías, skinheads, skaters y boy scouts. El pub existía desde hacía dos años y en ese tiempo nueve personas habían resultado accidentadas cruzando la calle; con la cuarta víctima se los empezó a homenajear poniendo nombre y foto en una pared que en la parte superior decía «Una calle me separa» junto a un cuadro de Néstor En Bloque pintado en acuarela.
Nos comimos una pizza re loco (así figuraba en la carta la muzza con huevo, junto a pizza loco, pizza súper loco, pizza manija, re manija, duro, recontra duro y así otros nombres estúpidos hasta llegar a la famosa Diego Armando, que sólo por tener el nombre más estúpido te la fajaban $500)… Pará… ¿dónde estaba? Ah sí, nos comimos una pizza re loco con unas papas fisura y empezamos a deambular por el doble pub mientras tomábamos Fernet. Pronto nos topamos con Toto Tópez, un compañero de la secundaria que había recibido su apodo por pasársela escuchando el tema Africa de la banda Toto a la edad de 13 años; nos burlábamos de él porque escuchaba ese pop yankee amanerado cuando nosotros en el curso éramos todos ricoteros… Lógicamente, con el tiempo él alcanzó un mejor status socioeconómico que nosotros. Toto nos mostró con su celular fotos de sus últimas vacaciones en Florianópolis; lo más interesante fue que de fondo de pantalla tenía una foto pixelada de María Eugenia Vidal. Preferí no emitir comentario al respecto.
Más tarde oímos aplausos y una voz diciendo «gracias… totales…». «Oh no, otros forros robando con Cerati», pensé. Hasta ese momento no me había percatado de que había un dúo acústico que acababa de iniciar su show con un clásico de Soda Stereo. —Hola pipolll —empezó a decir uno de ellos—, nosotros somos Paleta y Queso y vamos a tocar unos temitas, a ver si se copan… —Hasta Octavio salió de su falso estado de buena onda y largó un «uh la concha de tu madre a ver quiénes son estos mamertos», y encaró decidido hacia el escenario… No tuve más opción que seguirlo.
Los tipos no sonaban mal, sólo nos parecían desagradables.
—Che ¿el de la izquierda no tocaba en la banda Upite 9? —le pregunté a Octavio.
—Ni idea. Yo sólo quiero saber cuál es Paleta y cuál es Queso.
Iban por el tercer tema cuando ocurrió aquello que más temíamos: apareció la ex de Octavio con una amiga y se ubicaron delante nuestro. Con Octavio nos miramos sin mediar palabra, yo delineé una sonrisa, a él se le pusieron los ojos brillosos. Lo que más me incomodó fue el obvio contraste entre mi amigo y su ex: la mina estaba vestida y peinada como siempre, como si todo en su vida siguiera bien, sin sobresaltos, mientras que mi amigo estaba hecho un ridículo con una camisa floreada fingiendo tener alguna clase de predisposición (o experiencia) para relacionarse normalmente en cualquier lugar. La situación de Octavio era la de un autista en una eterna fiesta a la que nadie lo había invitado.
Nos fuimos afuera escapando de ese oscuro panorama. Si la idea inicial de levantar minas de por sí ya era algo fantasiosa, ahora era directamente delirante. Octavio de verdad se puso muy mal por ver a la ex. Mientras yo intentaba consolarlo o distraerlo apareció Ariel Denis, otro mágico de la vida. Ariel nos saludó con un entusiasmo sospechoso. Nos dijo que hacía unos días se había acordado de nosotros y nos contó sobre un exitoso negocio en el que quería involucrarnos; en un momento interrumpió su palabrerío, le tocó la espalda a Octavio y dijo «¿y acá al amiguero qué le pasa? ¿está triste? ¡qué carucha!»…
—Tiene el corazón triste —dije yo—, y la obra social no le reconoce el medicamento que le recetó el cardiólogo jaja.
—Faa problemas con una minita, una minusa… un minion… un minuet… —dijo el psicópata hijo de puta de Ariel, como si se regodeara en el sufrimiento ajeno.
—E’ así la cosa Ariel —Octavio forzó una sonrisa—… no todo en la vida se resuelve con guita…
—Qué naa, ¡¡qué naa!!… —gritó Ariel—. ¡¡Che bueno queridos nos vemos!! —se despidió de repente, como huyendo de algo. Al rato me di cuenta que Ariel se había tomado casi todo mi Fernet y ahora estaba haciendo lo mismo con otro grupito de gente. Manso rata.
La presencia de Ariel dejó a Octavio aun más deprimido.
—No viejo… No puede ser —me decía—. Quizá debería irme.
—Aguantáaa, es temprano, capaz que ahora pasa algo que salva la noche —le dije para animarlo, aunque ambos sabíamos que yo estaba vendiendo más humo que Caruso Lombardi.
—Sí, capaz que ahora vamos al otro lado del pub y cruzando la calle me pisa un auto y me convierto en el décimo homenajeado de la pared.
—¡Y bueno, veamos!
Cruzando la calle no nos chocó ningún vehículo, pero sí algo mucho peor: el Gordo Bermúdez. Bermúdez era el típico viejo de bares que siempre estaba en pedo, hablaba a los gritos, te llenaba de olor a cigarrillo y escupía cerveza cada vez que largaba alguna carcajada tras algún chiste estúpido o de mal gusto. Era de esos sujetos que parecían tener siempre buena onda pero seguro sufrían depresión o tenían alguna denuncia por violencia de género, o ambas. Cuando Bermúdez abrió los brazos para saludarnos —siempre con la birra en una mano y el cigarrillo en la otra—, se tropezó con uno de los pozos de la calle, volcando parte de su cerveza sobre su remera de Pappo que tenía desde el año ’98.
—¡¡¡Municipalidad de Paraná y la puta que te parióóóó!!! —gritó el Gordo en el medio de la calle, haciendo que varios se dieran vuelta y lo mirasen con el merecido desprecio.
—Jaja y sí, esta ciudad está llena de pozos en la calle, intendentes narcos y boludos que se tropiezan —comenté yo.
—Podrido estoy de los pozos loco —dijo Bermúdez—. El otro día iba con la chata por Av. Ramírez y no sabés el pozo que me agarré… ¡Te juro que me quise matar!
—Bueh… Tampoco la pavada.
—No flaco, ¡¡es que me agarré un pozo depresivo!! JAJAJA —Bermúdez largó su odiosa carcajada escupiendo cerveza sobre Octavio, cuyo sentimiento de absoluta derrota parecía haberle hecho ignorar esto.
—Qué tipo pajero que sos —me salió del alma.
—Jaja sí —confirmó el Gordo—. Che ¿escucharon a estos giles de Paleta y Queso? ¡Cero rock loco, cero aguante, cero huevo!
—De una, re giles los pibes —dijo Octavio, como para abortar pronto el poco feliz encuentro con semejante villano.
Octavio y yo le tocamos los hombros a Bermúdez, como diciéndole «che bueno nosotros íbamos para allá; un gusto verte… bueno en realidad no pero te lo decimos igual para quedar bien», y continuamos nuestra marcha al otro pub. Al llegar, subimos al balcón que daba a la calle. Pasaron unos minutos de nada, seguíamos tomando en silencio, como aguardando la muerte sin dar batalla. Justo cuando le estaba por decir a Octavio que mejor nos íbamos porque ya era alto garrón todo, vimos salir del otro lado del pub a uno de los miembros de Paleta y Queso… besándose con la ex de Octavio.
Si Octavio ya estaba hecho pedazos, ahora estaba directamente pulverizado. Él se quedó mirándolos en silencio, sin moverse, sin pestañear, quizá sin pensar (actividad que de por sí no se le daba muy bien), como si necesitase confirmar una y otra vez que lo que estaba viendo era real.
—Che… —quería ver si aún estaba vivo. Tres segundos más de nada hasta que vi caer la primera lágrima recorriendo su mejilla izquierda—. Che bueno listo —dije—, nos vamos.
—Por qué, viejo —arrancó Octavio… o lo que quedaba de él—, ¿por qué? ¿Por qué las cosas tienen que ser así? Todo es una mierda… No viejo, no… Horrible… —su voz ya estaba quebrada—, qué garrón viejo… ¡¡Seguro me dejó por ese adefesio que toca covers de Cerati en un dúo de rock-pop acústico llamado Paleta y Queso, hermano!! ¿¡Vos te das cuenta de lo humillante que es eso?!
—¡¿Y vos te das cuenta de lo humillante que es que estés así, Octavio?! —verlo así me hinchó las bolas más que un relato de Fernando Niembro— ¿Vos te das cuenta de que estás llorando en el balcón de un pub horrible vestido de manera horrible? ¿Te pensás que a mí me gusta estar acá? ¿No te das cuenta de que estoy acá porque tengo miedo de que vuelvas a los antidepresivos y aun así me faltás el respeto con tu actitud, guacho? Yo también tengo sentimientos eh! Ayer tuve que dejar a un perro de la calle afuera de mi casa después de que me siguió varias cuadras, anteayer le pedí a mi viejo que me compre la PlayStation y me dijo «ya tenés 27 años pibe andá’laburá'»… Esas cosas me duelen, ¿sabés? Pero eso no me lleva a comprarme una camisa floreada y a arrastrarte a un pub de mala muerte para que me veas llorar. Y si la minita te dejó por un bala que canta pop, acordate que la única vez que te vio cantar fue en el cumple de tu tío Oscar, estabas en pedo y arruinaste un karaoke de Sandro… ¿De qué te quejás, macho?
Mientras hacía mi catarsis Octavio ya no pudo contener el llanto y se quedó apoyado en el tapial del balcón tapándose la cara con los brazos, más roto que la voz de Diego Giacomini. Una chica que estaba cerca me preguntó si mi amigo estaba bien. —Sí, sí, sí —le dije algo exaltado—, él está perfecto, está mejor que nunca, y aguantame que todavía no terminé…. Octavio —continué—, tu ex está a punto de recibirse de médica, Octavio, es linda e inteligente, tiene como 3000 seguidores en instagram… ¿Vos cuántos seguidores tenés capo? Publicás una pelotudez en facebook y de pedo te comenta tu tía Marta, hace siete años que estás boludeando en comunicación social y lo más copado que hacés es salir a pescar con tus primos, que son tan o más fracasados que v…
Sentí que me agarraron fuerte del brazo. —Te calmás o te saco —me dijo una voz desafiante. Era un patova del pub. —No loco, pará, es mi amigo, le estoy hablando bien. —Te calmás o te saco, yo acá no quiero bardo, ¿me entendiste o te hago un anticipo de bifes? —me amenazó el pelado ortiva y se fue. La mina que antes se había preocupado por Octavio volvió a acercarse. —¿No te parece que estás siendo un poquito forro con tu amigo? —No, no me parece —le respondí cortante antes de seguir hablándole a Octavio, que seguía apoyado en el balcón tapándose el rostro.
—Octavio, sabés que tu ex vale mucho más que vos, que sos de esos soretes que si un día se sacan el Quini 6 en vez de invertir en cosas copadas se vuelven unos ridículos mediáticos que se gastan todo en giladas hasta volver a la ruina. ¿Sabés quién tiene guita de verdad, Octavio? —parecía que Octavio ya ni respiraba, su espalda ya no se movía por el llanto como antes, y hasta las flores de su camisa se veían marchitas—, ¿Querés que te diga quién tiene muuucha guita? George Soros tiene mucha guita, ¿y sabés que hace George Soros con tanta guita? Bueno, es largo de explicar, después te paso unos videos de YouTube, pero el caso es que a Soros no lo ves compartiendo fotos de él en Miami o en un yate rodeado de modelos u otras forreadas con las que tipos mediocres, cretinos y pusilánimes como vos flashean mientras mean en un baño con la cadena rota, ¿me entend…
—Listo flaco te lo advertí —era el patova nuevamente, que ya me estaba sacando por la fuerza.
—¡¡¡Pará pará, qué hacés la concha de tu madre!!!…
Mientras el patovica me llevaba vi cómo Octavio cayó al piso inconsciente. La chica que se preocupaba por él se apresuró a asistirlo. Yo veía todo como en cámara lenta, parecía alguna escena de Trainspotting. Mi filosofía más instintiva siempre ha sido «si algo ya se fue al carajo, terminemos de arruinarlo todo para siempre». No es algo que pienso ni que deseo conscientemente, pero pareciera que esa es mi reacción más natural ante los conflictos; supongo que fue eso lo que me llevó a pegarle una trompada en la oreja al patova…
Al toque el pelado me mandó al piso y me encajó seis piñas en la cara. —¿A mí me vas a pegar? ¡¿A mí me vas a pegar capo?! —me decía el sorete—. Pegame ahora si podés, dale salame pegame ahora GIL—. Todo eso ocurría en medio de un montón de gente (entre las cuales se hallaba una chica que me estaba chamuyando en esos días). El patova me arrastró hasta sacarme del pub y me dejó tirado en la vereda. El único que se acercó a verme fue el Gordo Bermúdez, que iba solo de un pub al otro. —Faa loco la bardiaste —me dijo mientras yo estaba aturdido por los golpes. Tardé unos minutos en levantarme, sabía que tenía la cara hinchada (pero el comedor completo, por suerte). —¿¿Uh y Octavio?? —le pregunté al Gordo antes de pedirle que vaya a buscarlo.
Como cuatro minutos después salieron Bermúdez y Octavio, el primero sosteniendo al segundo, que había recobrado el conocimiento. Ni bien lo vi a Octavio lo abracé y le pedí mil disculpas por semejante situación.
—No viejo, vos disculpame a mí. Es cierto todo lo que dijiste…
—No viejo, no es cierto, vos sos un campeón, yo me fui de boca nomás, disculpame…
—No viejo, gracias, de verdad, me tiraste la posta. Pasa que tuve un embotellamiento de emociones y colapsé… O viste como cuando se desmayan en esas reuniones evangelistas después de recibir la luz o algo así jaja.
—Uf, no me hagas recordar ámbitos que ya no frecuento… Te quiero mucho, ¿sabés?
—Ahora me parece que ya tampoco vas a poder frecuentar este ámbito jaja… Yo también te quiero hermano, gracias por todo.
—Creo que nos complementamos bien —le dije a Octavio—, somos un poco como paleta y queso, ¿no? Jaja…
Mientras nos reconciliábamos seguíamos abrazados en la vereda. El Gordo Bermúdez, que estuvo al lado todo ese tiempo nos dijo “bueno bueno chicos, el bar gay queda acá al lado JAJA”. Entonces, cual final de ridícula película argentina de los 70, sonreímos y lo abrazamos también al pobre gordo… Y arrancamos rumbo a Punto G (el bar gay).
Nunca volvimos a hablar de aquella noche, y obviamente yo nunca pude volver a entrar a Puerto Cosmolimbo (y creo que tampoco a Punto G, no lo recuerdo).
Pero no, yo no quería ir al pub esa noche. El bardo se olía en el aire… Pero bueno, ¿quién no disfruta un poco de bardo?