/Peripecias de chocar en Mendoza con un gran boludo

Peripecias de chocar en Mendoza con un gran boludo

Miércoles, 19hs… me dirigía plácidamente manejando desde el laburo al centro, despacio, derecho, concentrado en nada, pensando en cosas profundas e importantes, como si esa noche le ponía huevo o no a la hamburguesa, palomeando y distraído… como el 90% de mi día común. Iba por una calle de una sola vía, sobre el carril derecho, cuando de pronto siento un estallido brutal, seguido de un sacudón, ruido de llantas, bollos, chapa retorciéndose y samba rock visual.

Un camión, tamaño Optimus Prime, se descolgó como si nada del acceso Este y se cerró como quién no quiere la cosa para bajar por Sarmiento hacia la feria, chupándole un huevo que mi pequeña batahola móvil justo pasaba por su carretera infernal. Sin comerla ni beberla me nockearon el auto, de repente, como esos trompadones que te comes de arrebato en la cancha, como cobrar de arriba en el medio de una piñadera bolichera, donde la tu única culpa era portar cara de choto. Acá les dejo una foto del impacto y el estallido del choque:

¡Pum! Me la tostó… me quedé un toque tildado, mirando el gigante dormido hacia mi izquierda. Cerré los ojos… me traté de bajar del auto. No pude, me hundió la puerta. Me bajé por el otro lado, observado por una risita canchera de un tachero, onda “pobre pelotudo, le reventaron el auto”. Le puse una cara de orto infernal al tiempo que se me escapó un “¿qué miras tarado de cumpleaños, acaso nunca te chocaron?” mental, obvio.

– ¿Cómo te me metes por la derecha pibito? – me dijo el chozno de mil demonios.

– ¿Vos me estás tomando el pelo? – le respondí al tiempo que observé como la puerta del conductor de mi auto, la del atrás, el guardabarros trasero y el paragolpes estaban en la total miseria. Sumado a que este último estaba en el medio de la calle siendo atropellado por una camioneta y haciéndose añicos en el medio del pavimento.

– ¡Pero si yo iba a doblar! – insistió el fercho aún desde arriba del mionca.

– Flaco… ¡me pegaste tremenda encerrada! ¿No te enseñó tu papá que no podes encerrar los autos por doblar cuando se te pega el orto? – le pregunto aún desde abajo, siendo víctima de una catarata infernal de bocinazos y puteadas.

– Es tu culpa… – sentenció el chofer sin más preámbulos ante mi mirada atónita.

– Mira compadre, para mi es tu culpa, te la hago corta, si tenes seguro llamamos ya a la policía y que ellos decidan, si no tenes seguro me vas pagando ya la cagada que te mandaste porque de acá no me muevo. – dije en un halo de valentía.

El chofer puso marcha atrás, se despegó automáticamente mi lata de sardinas de su rasguñadito paragolpes, puso primera y partió… “jurame que voy a tener que perseguirlo, me la corto” pensé mientras lo miraba maniobrar plácidamente. 50 metros más adelante se estacionó, bajó y se vino dónde estaba yo. El miedo a que un Terminator obeso me viniese a golpear duramente con una llave cruz se me disipó instantáneamente al verlo venir. Era un petiso regordete onda corcho (y ojo que para ser más petiso que yo hay que hacer mucho mérito), con lentes, medio bizco y con cara de lelo bonachón.

– ¡Claro que tengo seguro papá!, llámate a la policía que me tengo que ir a descargar a la feria, porque para mí es tu culpa – me la hizo cortita.

– Si, mejor… porque es tu culpa de acá a Mozambique, pero mejor que te lo aclare un cana… ¿vos estas bien? – le dije humanizándome un toque, porque ya estaba confiado en que si el enano Belfegor se hacía el banana lo sacudía y huía.

– Yo si… el que no está bien es tu auto – me contestó con una sonrisa cómplice, la cual encontró menos público en mi cara que recital del oficial Shulls.

Llamé a la cana y me dijeron que si no habían lesionados, en unos 20 minutos aparecían. 20 minutos que se hicieron eternos, cargados de bocinazos, puteadas y momento incómodo, traducido mediante una charla poco convencional, con el fercho que me acababa de reventar la máquina.

– Che… mejor que escupas esa gilada antes que venga la cana… por las dudas, de onda te lo digo – le aconsejé mientras lo veía mascar una pelota de coca tamaño pomelo.

– Naaaa… no pasa nada. Si supieras los tiritos que me pego adentro del camión ¡jaja! – me respondió intentando encontrar complicidad en mi cara de póker.

A la media hora calló la cana. Nos pidieron los documentos y con todos los nervios y la mala leche del mundo, recordé que la tarjeta verde me la había olvidado en el depto..

– ¡Eeeepaaa! ¡Uno que va en cana por no tener los papeles! – dijo el re pelotudo del gordo abotonado del chofer mitad chiste, mitad mala leche. Yo lo miré mal y de haber sido Cíclope de los X-men, ahí mismo desataba una batalla humanos vs. mutantes descomunal.

– Oficial, vivo a unas cuadras de acá, déjeme irlo a buscar.

– Vaya urgente. Nos encontramos en la seccional de Guaymallén – me dijo el cana de una, actitud que sinceramente me dejó perplejo por lo buena onda.

– ¿Dónde queda la seccional? – preguntó el enano falopero mala leche del orto. ¿Me pueden llevar? Porque con el camión no puedo ir. Tengo que ir a la feria… ¿me puede llevar oficial?

– Lo vamos a llevar nosotros. Lo acompañamos hasta la feria y nos encontramos todos en la seccional, usted se me va ya mismo a buscar los documentos. – sentenció con autoridad el oficial.

Veinte minutos más tarde estábamos los dos canas, el chofer y yo en la seccional de Guaymallén para hacer la denuncia. Nos meten a una oficinita y se despiden de nosotros. Al toque llega una policía, de unos 22 años, muy linda, seria, con el pelo atado en una trenza y la cara descubierta. Buenas tetas, hermosos ojos y una boca mundial. Se sienta y comienza a completar el formulario de la denuncia. En eso siento esa sensación de cuando alguien te está mirando. Me doy vuelta y lo veo al enano Raúl (así se llamaba) mirándome fijamente con cara de pícaro, y arqueando las cejas en un movimiento frenético onda “tengo el macho”.

– ¡Qué leeenda está la oficial! – se mandó el enano en algo que intentó ser un susurro pero se le escapó desubicadamente. La mina sin dejar de escribir levantó levemente la mirada, lo observó y luego me miró a mí onda “¿con este choto chocaste?”. Yo me puse de color.

La denuncia se tornó de los más bizarra. El Raúl le agregaba a cada comentario y pregunta los adjetivos “mameeeta”, “mi amor”, “coseeeeeta”, incluso “amorosa” y un nefasto “reeeca” que le quitaban cualquier tono se seriedad a la situación. Cuando la cana me preguntó a mí como fue el accidente, le empiezo a contar y le marco con las manos sobre el escritorio cómo veníamos, dejando al descubierto mis manos y, obviamente, mi anillo de casado.

– ¡Epaaa! ¡levante la mano’ lo que están soletroooo’! – se mandó el Raúl con tono de cumbia villera al tiempo que hacía un pasito de chimbita ebrio en Radio Punta y levantaba las manitos.

A la mina le causó gracia el chiste… siendo lo peor que se podría haber mandado en el día. El Raúl tomó esto como una aceptación a su cortejo primitivo e infantil y se puso re denso, no paró de encararla, hasta que la mina se hartó y lo rajó de la oficina. Terminó de tomar la denuncia, nos explicó cómo seguía el trámite (al otro día en la seccional 25, de infracciones viales) y nos cerró la puerta en la jeta.

Yo di por finalizado el trámite, salude al Raúl, me di media vuelta y encaré a irme… cuando de pronto sentí un “eeeee amiooooo”. Giré sobre mis talones y ahí estaba… suerte de joven playboy arruinado por los años y el vino en caja, desgarbado, desaliñado, con el pelo de lampazo, cara de bebe viejo, ropa de laburante y un semblante de gatito cagado de frío.

– Amiooo… ¡no me vas a dejar acá! Soy de Comodoro Rivadavia y no sé cómo concha llegar a la feria, ¿me llevas? – me preguntó de una manera que las chances de mandarlo a la mierda eran nulas.

Caminamos hacia el auto, yo iba callado ante tal tragicómica situación, mientras que el Raúl me iba contando de lo buena que estaba la cana que nos había atendido. Cuando se mandó “casi casi que me la levanto ¡eeeh!” dejé de escucharlo. Llegamos al auto, era de noche y no se veía mucho el choque, pero como mi puerta no abría, me tuve que subir yo primero por el lado del acompañante, seguido del Raúl.

– ¡Te hice bosta la puerta! Jajaja – dijo el Raulito riendo mientras se subía y se acomodaba el cinturón de seguridad ante mi cara de “¿este es alunado o sus papás son mellizos?”. Lo miré y no le dije nada.

Camino a la feria me contó que era de un pueblito de Comodoro Rivadavia donde si chocabas al toque se resolvía todo de un solo trámite, sin tanta vuelta, que el carnet se lo daba la municipalidad, que había chocado mil veces y de todas había sido culpable y que le pagaba con merca a las putas de Neuquén. Una joyita de muchacho.

Lo dejé en la feria y le expliqué cómo llegar a la 25 (que está a escasas cuadras de la feria de Guaymallén), le dije que mañana antes de las 12:30 tenía que ir a presentar la denuncia ahí, para luego llevarla a su seguro en Comodoro.

– ¡Bueno dale! ¿A qué hora me pasas a buscar? – me preguntó sin desperdicio de palabras. Mi cara de “¿me estás hablando en serio?” le chupó un huevo.

– Mira… yo mañana laburo, anda vos, queda cerca – le respondí con toda la paciencia del mundo.

– Es que no tengo donde dejar el camión… además no sé cómo llegar… dale no seas pija, veni búscame y vamos juntos- volvió a insistir sin pelos en la lengua.

Miré hacia el sitio donde teóricamente existe un Dios, el cual obviamente hoy no estaba de mi lado, suspiré profundo y me dije para mis adentros “si este boludo no me te la denuncia me voy a clavar mil años para cobrar dos mangos, mejor lo llevo”.

– Dale Raúl… mañana paso por vos a eso de las 12 por acá.

– Tomá mi número, llamame vos cuando estes viniendo porque yo no tengo crédito.

– Era obvio… – le respondí mientras anotaba “Raúl el conchudo” en mi celular y partía.

Al mediodía del jueves me dirigí a buscarlo. Lo llamé y me dijo que estaba en el tinglado de descarga, cuando me metí en esa callecita vi a un choto en medio de la vía haciendo señas con las manos como si estuviese estacionando un avión, como si un helicóptero de rescate lo fuese a buscar luego de estar perdido en el bosque. Cuando me vió se vino trotando hacia el auto, a unos metros pude observar que llevaba puesto un polar hecho teta… de Winnie Pooh. Ya está, o era lelo o era el hijo obeso y putañero de Forrest Gump.

Antes de subir se dio una vuelta completa a mi auto, por fuera, mirando cada una de las partes que su bestia camionera me había reventado. Entonces se subió…

– ¡Te hice pija! Jajajjaa – comentó de una manera tan natural y poco sarcástica que dilapidaba cualquier chance de enojarse y fajarlo al enano puto.

Camino a la 25 me fue contando que estuvo casi dos horas tratando de conseguir el teléfono de la comisaría de Guaymallén para invitar a salir a la oficial que nos había atendido. Me contó que tenía una mina en cada ciudad, que coqueaba tanto que llegaba a los lugares por costumbre, olvidando todo el trayecto, que los ferchos abotonados eran amigos suyos, que le parecía que tenía un hijo en Córdoba igualito a mí y un montón de historias que probablemente le impidan asomar la nariz al purgatorio.

Llegamos a la 25, cola, espera, fotocopias, cara de orto de los empleados de la comisaría hartos de escuchar la misma cantaleta y catarata de quejas todos los días, firmas, papelitos y 90 días hábiles de espera para que salga el puto fallo judicial… ¡90 días! ¿Cómo pueden ser tan pajeros estos tipos? En 90 días un ponja te hace un edificio de 100 pisos y acá un puto juez vial tarda lo mismo en decidir de quién fue la culpa de un choquecito pedorro… ¡qué país generoso!

Salimos de la 25, lo saludé al Raúl en la puerta, con más ganas de no verlo más en mi vida que de ser cortes. Rápidamente caminé hacia mi auto, cuando sentí que alguien me seguía… me dí media vuelta ¿y adivinen quién estaba atrás mío, a pasitos? El Raúl… con una cara de miedo terrible.

– Eeee amiiioooo… ¡no me vas a dejar acá que no se ni dónde estamos! Llevame hasta la feria por favor.

Esta no era mi semana, ¿pero una mancha más al tigre que me hacía? Así es que tuve que fumarme al Raulito todo el viaje de vuelta hasta la feria. La mejor fue cuando encontró una boletita del partido con mi nombre, luego de haberme revisado todos los recovecos del auto.

– Eeeee…. ¿este sos vos? ¡Este es tu nombre! – gritó el Raúl señalando mi nombre eufórico y mirándome sorprendido.

– Si… es figurativo nomás, para apoyar, tranqui… – le expliqué.

– ¡Sos político! – Sentenció chupándole un huevo mi explicación.

– No no… no soy político, solo soy candidato, ahora no soy nada, quizás más adelante…

– ¡Qué cagada un político con el auto hecho concha! ¡Qué pobre! Jajajajjaja – me gritó mientras se reía haciéndome pensar que de haber tenido una ballesta en el auto le había disparado un flechazo en el ojito y lo hubiese visto morir desangrado.

– Llegamos compadre… no te olvides de poner la denuncia en tu seguro, así me pagan.

– ¡Seeee! ¡Así me pagan a mí también! ¡Si me chocaste vos! – comentó el Raúl haciéndome dar cuenta de que aún él creía que iba a zafar de esta y que la culpa iba a ser mía.

– Bueno, dale, baja – le dije ya con pocas ganas de hacer amigos.

– Bueno “diputado” – me dijo marcando bien el cargo – es una lástima habernos hecho amigos de esta forma, cuando vuelva a Mendoza lo llamo y nos comemos un asado.

– Dale, llamame – le dije mientras cambiaba el nombre de “Raúl el conchudo” por el de “No atender esta llamada” en mi celu.

Lo único que salió bien fue que, luego de haber ido al oooootrrroo día a mi seguro, hacer la denuncia, volver al seguro del Raúl, pedir los formularios de denuncia nuevos, tener que ir y conseguir el presupuesto de tres chapistas que tardaron años en elucubrarme un número, volver al seguro de él, hacer cola para que un perito me mirase el auto, esperar que se procese la denuncia y estarme bajando por el lado del acompañante como un zopenco desde hace dos semanas, hoy me llamó la compañía para decirme que en 30 días me pagan.

¡Gracias Ruli! ¡Ojala termines abotonado por un burro!

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