/Peripecias de ir a ver una “ganga” de auto

Peripecias de ir a ver una “ganga” de auto

Hace una semana que estoy buscando auto nuevo. Por mi condición de internauta y de considerarme relativamente despierto, he decidido no comprarme un auto en Mendoza, menos a un agenciero. Entiendo perfectamente que el mercado automotriz es un negocio, pero no entiendo cómo buscan vender un auto y con la ganancia pagar el alquiler, el sueldo del empleado y además dejarse una ganancia. Los autos en Mendoza están un 20% o 30% más caros que en cualquier otra provincia del país.

Me he “calentado” con un modelo (el fierrero entiende esta expresión, para el resto de la gente significa que estoy encaprichado con un modelo particular de auto), le vamos a poner el nombre alusivo de “Bomurmovil”.

Resulta que buceando en la web, encuentro un “Bomurmovil” en Mendoza. Pero no cualquier “Bomurmovil”, sino el “Bomurmovil” más full de todos, el más completo, la edición especial. Lo llamativo del anuncio era que estaba al mismo precio que el auto en Buenos Aires. Hice la cuenta de lo que sale el viaje a la capital, más la estadía, más la vuelta y sobre todo el bajón que significa llegar y que el auto no esté como en la fotos (cosa que suele pasar) y lógicamente me convenía sin lugar a dudas. Llamo al muchacho 261…

Muy simpático el tipo, de acento campechano y compadrón. Le pregunto por el auto, por la dirección… me dice que es de Colonia Segovia. Para un mendocino común y ordinario como quién les escribe, Mendoza limita al norte con el Barloa, al sur con Iskra, al este con el Puente de Hierro de Guaymallén y al oeste con el parque. Todo lo demás es Mordor, es tierra inhóspita, hostil, terreno escabroso, asilo de gitanos, pungas, asesinos y gente turbulenta. Colonia Segovia es incluso el más allá, ultramar de Mordor, es como un lugar que limita con el infierno. Más allá de esto le pregunto sobre el estado del auto, Colonia Segovia es más cerca que Buenos Aires (creo). Realizado ese comentario, el cumpa me aclara gentilmente “para que no te hagas el viaje hasta acá, te comento un par de puntos. El auto está impecable, solamente le hace un ruido el embrague, lo hice reparar la semana pasada, pero lo sigue haciendo. Tengo las facturas de compras de todos los repuestos”, esto no me generó ningún ruido, si el auto estaba lindo la reparación del embrague se le resta del precio de compra y ambos salimos beneficiados… “pero hay un tema…” me dijo el cumpa y ahí dije, Bomur… acá te la planta con un martes 13, “este viernes es el cumpleaños de mi hija y necesito urgente la plata, si al auto me lo compras hoy (miércoles) o mañana (jueves) en efectivo te lo dejo a X, pero te lo llevás así como está” (vamos a poner “X” como un monto que representaba el 40% menos del valor de mercado del auto). Aún comprando el embrague nuevo era una ganga.

Cargo refrigerios y alimentos para el viaje y hasta llevo mis documentos por si había que hacer aduana para llegar. Mientras manejaba llamé a un par de talleres para preguntar cuánto salía ponerle todo el embrague nuevo al “Bomurmovil”. El precio seguía cerrando hermoso.

De más está decir que hay que pasar lugares con el nombre de “Calle Tirasso” (nombre de ruta), “Rotonda de la bola de lata” (nombre alusivo que se le da a un rotonda horrorosamente ideada, donde se cruzan carriles, hay calles de más y nadie respeta nada), “Barrio Paraguay” (por mi condición de prejuzgador ridículo, todo lo relacionado a este nombre me hace alusión a okupa y falopa berreta), “El Sauce” (loquero) y una lista de barrios con nombres de caseríos, como Municipal, Comerciantes, Empleados de Comercio, Viajantes y todas esas definiciones que el mortal común no comprende porqué son puestas. El pavimento se hizo de tierra, entré por un callejón… la vía se angostó. Como bien citadino maricón que soy puse el seguro en las puertas, León Gieco se cagaría de risa de mí. Miré la billetera… traía ciento dos pesos y mi celular poronga. Andaba en una camionetita biorsi de la empresa, si me robaban me chupaba un huevo. Me preocupaba más que me rompieran el invicto. Manejé un par de cuadras y llegué a la casita del tipo, típica casita media de campo, como en permanente obra, no tenía puerta y estaba rodeada de materiales de construcción. El “Bomurmovil” estaba parado en la puerta, le acababan de hacer un hermoso baño de tierra.

Apenas paro se me vienen al humo tres perros feroces tamaño caballo. Los miraba aterrado desde adentro de la camionetita, ni en pedo me bajaba. Había uno que le faltaba un ojo. Ladraban rabiosos y se chocaban entre ellos. Apareció el dueño, les pegó tres gritos, un varillazo al tuerto, salieron corriendo y se perdieron entre los yuyos. Entre gallinas, gatos y olor a corral me bajé a ver el auto.

Partamos de la base que de habérmelo regalado, no se lo aceptaba. Pero ya estaba en la loma del orto y el chango se veía buena onda, así que me puse a mirarlo por cortesía, aunque le hubiese tirado un piedrazo a uno de los chocos y me hubiese ido volando sin dudarlo.

Él es Edward… seguramente quién se lo limpiaba por dentro y por fuera.

Exteriormente el “Bomurmovil” estaba destrozado, no le quedaba pieza de chapería sin chocar, o mal pintar, o raspar, o abollar. La línea del auto parecía un garabato de un nene con parkinson. Las ópticas estaban desteñidas como si las hubiesen limpiado con ácido y agujereadas. Tenía una sola cubierta nueva (pude percibir que la anterior era ahora un columpio que se mecía en una higuera al lado del auto), las otras tres estaba lisas como las de un fórmula 1. Abrí la puerta, 88.3 al palo, ¡cumbia nena! Adentro parecía que había vivido una familia de pollos… pollos fumadores y fanáticos de los snaks. Los tapizados habían sido usados de ceniceros o limpiados por Edward (el joven manos de tijeras), el volante lo había manejado alguien con guantes de lija, estaba pelado como cuello de campera peronista. Le faltaban casi todos los botones de los levantacristales, y a cada vidrio había que darle un tierno empujoncito para que terminase de cerrar. Lógicamente el aire acondicionado no andaba, por un “cañito que se había salido”… cañito que seguramente costaba cinco lucas. El “único” problema del stereo era que se le había quedado un CD trabado adentro, por eso solo se escuchaba radio (y radio fiera). También vi que le faltaban botones en el tablero, de funciones que seguramente jamás se utilizaron, o se usaron demasiado. Ni siquiera quise preguntar. Me bajé para mirar el asiento de atrás, donde había montada una carpintería móvil (ninguna puerta cerraba bien, o sea estaban descuadradas, o sea le habían pegado piñazos por doquier). Después de observar las herramientas y el aserrín lo miré al dueño en busca de respuestas… “a veces armo cosas” me dijo y me fue inevitable largar la carcajada y acordarme del nene Linierrrssssssss. Paso seguido procedí a arrancar el auto y abrí el capót.

Dubitativo le pregunté si el auto era naftero o diesel, estaba convencido que esa versión del “Bomurmovil” andaba solo a nafta, pero el motor ronroneaba como el más Rastrojero de los gasoleros. La dirección hacía ruido cuando se movía hacia los costados, al tiempo que este mínimo esfuerzo menguaba las luces del tablero… batería knok out. “Ese es el ruidito del embrague” me dijo el chango apenas lo apreté… si eso era un “ruidito” el tipo tenía un grado de sordera nivel Dios. Al motor parecía que le habían hecho un salpicado de grasa y aceite, estaba manchado como pañal de bebé del Cyrax del Mortal Kombat por todos lados. Con cara de ternura el cumpita me dijo “no me gusta lavarle el motor”. A mi no me gusta la polenta.

Resignado, pensé en aprovechar en algo el puto viaje, así que, como quiero ponerle GNC al “Bomurmovil” que compre y nunca le había mirado el baúl, decidí pedirle que me lo abriese para tener una idea de cuánto me puede ocupar el tubo Minion de 65 allá atrás. Y ahí fue cuando todo se fue a la mierda…

El muñeco comenzó a abrir el baúl al tiempo que algo dentro se sacudió, fue una cuestión de un instante, pero un sentido se alarmó en mí y me llevó a ponerme tenso, atento, activo. El cuerpo entero se me endureció y abrí los ojos de par en par. Entonces de adentro del baúl, furtivos, violentos, exasperados, salvajes… salieron dos conejos corriendo desesperados hacia cualquier lugar. El cagazo que me pegué en ese momento me hizo saltar hacia atrás y trastabillar con el piso, quedando casi sentado de culo. Rápidamente me paré y miré el interior… para ver qué más había. Lógicamente estaba lleno de caca de conejo. La cara del loco estaba desencajada. La tragicómica situación fue coronada con una batería completa de insultos a “la Ruth”, aparentemente la hija más chica del cumpita coloniasegoviense… “Ruth pendeja de mierda ¿porque has dejado tus conejos en el baúl? ¡la puta que te parió! Ya vas a ver cuándo te agarre” volvió en sí y me aclaró sonriente “es mi hija que le gustan los conejos”. Punto final.

Me despedí entre risas y palmaditas en la espalda con el muchacho, al tiempo que me preguntaba qué iba a hacer y me instaba a apurarme porque tenía varios “novios” (cuando alguien usa esta frase para decir que un auto tiene varios candidatos instantáneamente lo bajo al nivel de “tarado de cumpleaños”). A metros de llegar a la camionetita se me abalanzaron nuevamente el tuerto y los otros dos tigres, uno de los cuales me tiró un tarascón y pasó a milímetros de mi cachete trasero.

Volví a mi casa temiendo ser comido por un dinosaurio, o atacado por una horda de zombies chacareros salvajes…. Dos conejos… dos conejos del baúl. Que gente.

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