El negocio de las heladerías funciona todo el año, incluso en invierno, porque nunca falta la susodicha que te dice: “Gordisssss,¿ vamos a tomar un heladito?” y ahí es cuando mirás por la ventana y podés ver osos polares paseándose en plena peatonal. Tomás aliento, fuerza, rogás que esto tenga su retribución a la noche de parte de la damisela, y te abrigás tanto que no podés flexionar una sola articulación. Todo porque la nena que está mas buena que el video del Tano Pasman quiere un heladito.

Me fui por las ramas. Retomo la noticia.

El pasado miércoles en el departamento de San Martín (nos enteramos hoy por lo del delay) un muchacho de unos 25 años se llevó la sorpresa de su vida.

Por las razones que describí en las primeras líneas de esta nota, el sujeto salió de su casa a pesar del frio con el objetivo de comprar un helado en el negocio que siempre lo hacía. Camino al mismo, se topó con un local que nunca antes había visto. El cartel rezaba “Heladería” y pensó que esta era la suya, ya que si tenía que ir al otro local, tenía que caminar unas 16 cuadras más.

Al entrar se sorprendió que quién atendía estaba de traje, peinado con gomina y hablaba con tonada italiana. Pidió 3 kg de mascarpone y ahí fue donde la sorpresa fue total.

Cuando pidió explicación, tuvo un “Nene, andate a tu casa o sos boleta, ¿capiche?”. Bajó la cabeza y se marchó nuevamente a su casa pensando “cuando llegue y le de esto a la bruja se me arma”.

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