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Se educa con el ejemplo

Roberto Esguifuso era un típico jubilado setentón dispuesto a retorcerse las várices de indignación ante cualquier cosa que no le pareciese acertada o sobre la cual no tuviera ni el menor conocimiento. Solía iniciar sus nunca solicitadas opiniones con frases como «esto en mis tiempos…» o «me tienen podrido estos hijos de puta que [inserte aquí cualquier verbo y predicado]…», comentarios que despertaban cierta polémica en reuniones familiares pero que cosechaban algunos jugosos likes en facebook, plataforma que usaba desde hacía tres años para hacer catarsis y alimentar su ego. Sin embargo, lo que diferenciaba a Roberto de cualquier otro anciano aborrecible que encaje con la anterior descripción era que él sí estaba dispuesto a hacer algo para cambiar la realidad que tanto le disgustaba. Toda su ética podía resumirse en una conocida frase: se educa con el ejemplo. En el caso de Roberto, su ejemplo se trataba siempre de lo que, según él, no debía hacerse, condición que volvía un tanto confusas y cuestionables sus bienintencionadas enseñanzas.

Esta filosofía de vida lo llevaba a hacer todo el tiempo cosas molestas, decadentes, reprobables e ilícitas para inspirar desprecio hacia quienes, como él (pero de verdad y sin intenciones pedagógicas), incurrieran en tales conductas. Odiaba a aquellos que en los colectivos miraban videos sin auriculares, ponían música o escuchaban y grababan audios de whatsapp, así que para darle una lección a esta sociedad descontrolada solía subirse a los colectivos para poner «Te quiero tanto» de Sergio Denis a todo volumen desde su celular, además de tener el sonido de notificaciones activado (su ringtone predilecto era una risa de bebé) y un celular extra desde el cual se autoenviaba mensajes para hacer sonar los dos celulares al mismo tiempo. Se cuenta que una vez se autollamó y mientras sostenía un celular en cada mano cerca de sus orejas conversaba consigo mismo diciéndose «hola Roberto cómo andás??», «y, para el órton, cómo voy a andar? con esta sociedad chotarca llena de forros que no te dejan viajar tranquilo y viven haciendo sonar el telefonito, imposible no tener cara de culo si uno vive rodeado de soretes». La gente lo miraba raro, pero él estaba convencido de que así los estaba educando.

«Estoy harto de los hijos de re mil yeguas con gastritis que no ponen guiño antes de doblar y se re cagan en la vida de los demás», solía decir, por lo cual cada vez que manejaba su Toyota Hilux 2016 a 140 km/h en pleno microcentro nunca ponía guiño y doblaba como si de verdad quisiera triturarle las costillas a algún transeúnte; igual comportamiento tenía ante semáforos y sendas peatonales. «¿Y los inspectores para qué están? Yo no voy a parar hasta que estos delincuentes de uniforme hagan bien su trabajo, que para eso les pagamos entre todos, resulta que uno garpa y el otro garca por dioss POR DIOSSS!!!». También le molestaba que muchos le tocaran bocina a modo de insulto o advertencia pero no hicieran más que eso. «Son todos unos cagones viejo, en mis tiempos a un sorongoide así se lo saturaba a piñas y se lo corregía, ahora nadie hace nada. Hasta que no se organicen y me dejen la mandíbula hecha una plastilina yo no voy a parar, no puede ser que se dejen pisotear así», pensaba Roberto, firme en sus principios y extravagante en sus expresiones.

El señor Esguifuso llevaba ya 32 años casado con su primera y única esposa, Mirta, a la cual quería como desde el primer día, afecto que contrastaba con su insondable aversión por la infidelidad, el divorcio, el poliamor, expresiones LGBT y yerbas afines, motivo por el que mantenía aventuras con 14 mujeres, 6 tipos, 3 indecisos, 2 perros, 1 loro que cantaba temas de Ratones Paranoicos y el Fiat Duna de un vecino cuyo caño de escape servía como instrumento de coito. «Hasta que no salte bien la ficha, me escrachen, se entere hasta el Dalai Lama y mi mujer me saque toda la guita con el divorcio y me impida ver a mis hijos (aunque ya tengan más de 40) yo no pienso parar, basta de tanta degeneración hermano por el amor de dios BASTA!!!», pensaba Roberto, colapsado de furia 24/7.

La lista de contradicciones era extensa: tiraba papeles en la calle al lado de los barrenderos, al ir a un negocio nunca saludaba ni daba las gracias, en las elecciones votaba a los candidatos que más detestaba y cada noche miraba a Tinelli mientras tomaba ácido y entraba a sitios de chats anónimos para hablar con menores de edad sobre veganismo y deportes extremos. Además, su visceral rechazo al marxismo lo llevó a afiliarse, militar y hasta adquirir una considerable autoridad en el Partido Obrero, generando cierta envidia y recelo en su compañero Jorge Altamira. «Por mí que me maten, me metan en cana o que me hagan picadillo, pero de algún modo la gente tiene que aprender que la lucha de clases está mal y que no debería haber tolerancia ante tanto cabeza de pito suelto. Si tengo que ser un mártir lo seré», afirmaba.

Hasta que un día ocurrió lo que él tanto buscaba. Tras pasar once meses comprando mortadela al fiado a distintos comerciantes de su barrio, entre éstos se empezó a correr la bola y decidieron escracharlo en un grupo de compra-venta en facebook. Al instante miles de personas se hicieron presentes en los comentarios para dar testimonio de la clase de lacra que era Esguifuso. Se llegaron a contar 7842 acusaciones contra Roberto por conductas que a menudo incurrían en actividades penadas por ley, tales como calumnias e injurias, extorsión, narcomenudeo, robo de autopartes, autoestornudo de manos, grooming, bullying, jumping, simpatía por Eduardo Feinmann, robo de identidad, abandono de persona, lavado de dinero, lavado de mate, usurpación de títulos y honores, malversación de fondos públicos, delitos de manipulación genética y punguismo urbano.

Su caso se hizo mundialmente famoso bajo el título de «el hombre más delictivo de la historia» e inspiró decenas de novelas, tesis, películas, libros de autoayuda, manuales de recetas, panfletos de centros de estudiantes y otras giladas. Pero su legado más importante fue el libro que él mismo publicó poco después de ser condenado a triple cadena perpetua y doble cadena alimenticia, titulado «Manifiesto de la Nueva Sociopedagogía Ejemplificadora para la Ética Suprema», en el que explica sus convicciones, sus objetivos y métodos para alcanzarlos. El manifiesto cosechó millones de seguidores en todo el mundo, los cuales se autodenominan Robertistas y llevan a la práctica la doctrina del Sr. Esguifuso, convertido ahora en mártir y líder político-espiritual de estas nuevas identidades delictivas, caóticas e incomprendidas pero profundamente éticas y pedagógicas que cometen toda clase de atrocidades para mejorar el mundo y que representan ahora un gravísimo problema para todos los gobiernos, a la altura del calentamiento global, el fundamentalismo islámico-xeneize, el techno-pop sionista y los consumidores de caramelos Media Hora.

 

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