/Semana Santa: La Perversión

Semana Santa: La Perversión

Semana Santa: La Inocencia

 

Esa noche dormí mejor que nunca, había probado el infierno y me había gustado. Estaba exhausta por tanta adrenalina y mis ojos solos se cerraron. Día domingo, misa, estaba a unos meses de terminar la Confirmación en la iglesia San Agustín. Mi cabeza estaba excitada pero mi moral se sentía sucia. Quería confesarme. Tenía que volver a la pureza, pero la pregunta era si ¿se es capaz de volver?

En nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Amén.

– Perdóneme padre, he pecado.

– Hija mía, ¿Qué pecado habita en usted desde su última confesión?. Cuente y Dios escuchará.

-Tuve actos impuros, Padre. No mantuve relaciones pero actué sexualmente con otra persona que apenas conozco. Y lo que me asusta es que me gustó, me sentí feliz conmigo misma. Me sentí llena. Me gustó probar ese acto impuro.

– Hija mía, usted es consciente de su pecado. Nosotros le debemos todo lo que somos a Dios. Rece dos Ave María y dos Padre Nuestro. Arrepiéntase y su alma volverá a la pureza.

Salí con la voz quebrada y me arrodillé a rezar. Mi cabeza repasaba como una poesía barata las oraciones. Pero yo no podía quitarme de mi mente aquella noche, aquella posición, igual a esta. En reverencia, miraba arriba y tenía a Jesús, pero también lo tenía a él, mirándome fijo con esa perversión. Continúe orando.

“No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén”

El cura da comienzo a la misa. Inicia con un fragmento de Pedro 5:8 “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar.” Todo, absolutamente todo me recordaba a él. Ya mi alma estaba corrompida y mientras la misa avanzaba yo buscaba la manera de revivir en mis más guardados recuerdos, la noche en la que pequé.

Mensaje en Facebook. Una nueva aventura, de vuelta su casa. El diablo me había encontrado. Deseosa, hambrienta, curiosa. Despegué mis angelicales alas y fuí. Aun más temerosa que la primera vez. Esta vez no había alcohol, no había música, no había alegría bolichera. Éramos él y yo. Sus 22 versus mis 17. Su fuego versus mi cielo.

Franco me había dejado en claro que no quería quitar mi virginidad. Pero sí enseñarme. Nos recostamos en el sillón y el sacó un cigarrillo, mientras lo fumaba podía verlo completo en su ámbito de confort. Estaba creando en su mente los más oscuros actos. Yo estaba a su costado, temblando.

Cuando acabó, se abalanzó sobre mí como el león sobre su gacela. Me besó con ganas guardadas. Estábamos en la misma sintonía, había quedado sabor en nuestras bocas desde la otra noche. Me levantó la remera y agarró mis pechos. Duros, dignos de una jovencita. Suaves, nuevos, intactos. Quitó el corpiño y empezó a besarlos. Podía sentir como el frio de mis senos entraban en calor con su boca. Me enseñó a jugar con mis pezones, agarró mis manos junto a las suyas y me hizo probar mi propia textura. Suave como los pétalos de una flor en primavera. Pero duros como el tallo que sostiene aquella rosa.

Sus dientes descendían por mi estómago y apoyó sus manos en mi jean. Intenté frenarlo, tenía miedo. No me creía lista para ese momento. Sin embargo, sus ojos color miel me posaron en una nube de confianza. ¿Cómo es posible reclinarme en aquel sillón de fuego y sentirme en el paraíso? Él lo lograba. Desprendió el botón y me lo sacó. Mi bombacha estaba empapada. Sentí vergüenza. Franco me besó y fue como un shock eléctrico en la nuca que abrió mis ojos completamente. Sentí como esa electricidad fluía hasta la punta de mi cabello. Corrió la ropa interior hacia un costado, sin sacarla, y… ¿Cómo describir aquel momento? ¿Cómo poder plasmar en palabras lo que me hizo sentir?… Un incendio. Lucifer se había hecho presente de nuevo en nosotros. Su boca saboreaba mis jugos completamente. Era tanta humedad que aun así no se apagaba aquel fuego. Físicamente imposible, pero estaba sucediendo.

Mi ángel interior, mi pureza, mi inocencia estaban transpirando. Mi corazón latía. No sentía miedo. Sentía pasión. Franco abrió más mis piernas y me pidió observar. Con su dedo índice se acercó a mi vagina. Se acercaba cada vez más y más; en cuestión de segundos lo ingresó. Dolió, dolió como nunca pensé que algo podía llegar a doler. Y era solo mínimo con respecto a lo que se avecinaba. Pero ese dolor, era tentación. Era todas las almas perdidas del inframundo jugando en mi celestial vulva. Era una fusión de la bondad y el mal. Era un juego perverso que estábamos creando entre Dios y el Diablo. Había guerra entre los dos mundos. Nuestra guerra.

Volvió a succionar su boca y yo sentí que fluían de mí néctares en abundancia. Estaba humedeciendo su cara con mi cuerpo. Mis uñas quedaron marcadas en aquel sillón. Mi espalda quedo arqueada de recuerdos. Franco quedó pintado con mis purezas, que ya no lo eran. Una vez más toqué fondo y me encantó. Una vez más, el infierno le había ganado al cielo.

Nos despedimos hasta el próximo encuentro. Me retiraba de su casa, nuevamente, dejando mi inocencia con él y llevándome su picardía en mí. Esa casa era el límite entre el cielo y el infierno. Y siempre, siempre se vuelve a la oscuridad. Es ahí donde amanece.

¿Puede alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies? Gálatas 5:13

Amén