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Sobre tiros y tiroteos

Cualquier período de la historia se puede interpretar de mil maneras. Pero las interpretaciones pierden valor si no logran sincerar lo que realmente sucedió. Lo que propongo a continuación es una interpretación personal de una época de la Argentina que considero dolorosamente infame, con un inicio que puede ser más o menos difuso en cuanto a fechas pero que considero finalizado en 1983. Naturalmente me refiero a los años anteriores y su derivación en el gobierno de facto que se iniciara el 24 de marzo de 1976.

Es probable que mi motivación para escribir estas líneas se relacione con el hecho de ser coetáneo con muchos de los jóvenes que actualmente se van dando cuenta que sus familias y ellos mismos fueron víctimas directas de esta época. Y el otro motivo sobre el que soy más consciente es porque tengo la impresión de que más allá de todo lo que se pueda decir, no logro ver que en algún momento sigamos adelante respecto a esto. Nunca podría proponer el olvido como herramienta para resolver una época como la de estos oscuros años, pero desde lo personal no puedo entender que la solución sea que cada uno siga gritando lo que piensa como si estuviera parado en algún pedestal y los demás tuvieran que darle necesariamente la razón. No importa la ideología que tenga el orador, su tesitura es siempre la misma.

Me niego a entrar en detalles sobre los motivos de cada hecho ocurrido en esos años porque creo que actualmente cualquiera puede dedicar tiempo a informarse con el grado de profundidad que crea necesario y formar su punto de vista. Si algo no falta es material de estudio.

También me niego a interpretar los hechos desde tal o cual posición política. Mi propuesta es mucho más básica desde lo conceptual pero es algo que, al menos para mí, sirve como punto de partida a la hora de decidirnos, o no, a avanzar como sociedad. Y radica en un concepto tan simple como elemental:

Nadie puede atribuirse el derecho de imponer una idea o pensamiento por la fuerza a otra persona. Por ende, nadie puede considerarse con derecho a usar la violencia como un medio para alcanzar, conservar o derrotar el poder del estado.

Basado en este punto, no puedo considerar que los actos de violencia perpetrados en esa época hayan estado justificados de manera alguna, aunque sus autores hayan sido civiles o militares, en contra o a favor del gobierno de turno. Todos estos actos, absolutamente todos, deberían ser considerados como un error, y por qué no, como el peor error que se puede haber cometido contra la sociedad argentina.

Desde la izquierda rabiosa hasta el derechismo carnicero, a partir del momento en que se considera que es útil tomar un arma para dañar a otra persona y así imponer una idea o creer que de esta manera se puede reivindicar una injusticia anterior, se está retrocediendo a pasos agigantados.

Luego, una vez que se volvió al estado democrático, se incurrió en una serie de errores que se apoyaban en las mismas interpretaciones que en su momento justificaron el uso de la violencia. Por esto ha sido habitual el intento de dar un escarmiento o someter a una u otra facción en función de quién tenía la posición dominante en cada momento, pero nunca se ha planteado desde la sociedad una voluntad genuina de reconocer sinceramente que se trató de un error masivo del conjunto como tal.

En cuanto a la sociedad de hoy, percibo una división muy marcada entre la gente que vivió aquellos años por un lado, y los que crecimos en democracia por otro. Los primeros suelen expresar una postura dicotómica muy firme respecto a estos hechos, ya sea de un lado o de otro, a favor o en contra de cada cosa que sucedió, pero raramente se muestran indiferentes. En cambio entre los más jóvenes siento que en términos generales no hemos encarado el tema de manera formal y una buena parte de este grupo se muestra sumamente indiferente, como si se tratara de algo que les resulta totalmente ajeno. Obviamente en ambos grupos, viejos y jóvenes, hay gente que ha intentado analizarlo de manera más o menos objetiva, pero en lo personal creo que son los menos.

La convivencia de estos dos grupos generacionales ha hecho que los más viejos se muestren ávidos de no olvidar lo ocurrido manteniendo sus posturas de razón absoluta frente al que se exprese en contrario mientras que los jóvenes evaden el tema porque están hartos de escuchar posiciones que nunca llegan a nada.

Lo triste de todo esto es que a futuro no vislumbro que vayamos a lograr elaborar una idea que nos sirva para evolucionar en base a esta parte del pasado. Y esto se derivará en una generación, actualmente joven, que en algún momento dejará de convivir con la anterior y logrará dejar de escuchar a esos viejos que seguían diciendo hasta su último día que uno puso una bomba porque el otro era un gran hijo de puta y al otro diciendo que se chupaban a los zurditos y gracias a ellos no caímos ante la revolución de la hoz y el martillo. A partir del momento en que esta actual generación joven se sienta liberada de esa carga que no eligió llevar, seguirá adelante pero seguramente relativizando y menospreciando el significado de la época más dolorosa de la historia argentina.

Creo que entonces será el momento de tener en cuenta una valiosa frase de Aldous Huxley:

“Que los hombres no aprendan mucho de las lecciones de la historia es lo más importante de todas las lecciones que tiene la historia para enseñar”

El tiempo, inevitablemente, demostrará si mi visión del futuro se concreta. Mientras tanto, espero que mi generación y las que vengan sean conscientes del valor que tiene una sociedad que tolera, en absoluta paz, que cada uno piense distinto.

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